Pongámonos serios, hablemos de Lucille Ball. Porque sí, la gran reina de la hilaridad, la inconmensurable Ball, era una cómica seria sin oxímoron mediante; tanto que consiguió lo que nadie hasta el momento había logrado, liderar la televisión norteamericana consagrándose a un único producto, ella misma. Poseedora de un charme indiscutible, con él y con una notable ausencia de retraimiento logró enamorar a la generalidad de los hogares con I love Lucy (1951-1957) mítica teleserie que superó en popularidad a Mary Kay & Johnny (1947) e inauguró el formato de sitcom tal como lo conocemos hoy en día: grabada en directo con presencia de público, compuesta por distintos sets y rodada en orden cronológico. De este modo participaría igualmente en The Lucy–Desi Comedy Hour, The Lucy Show, Here’s Lucy y Life with Lucy, lo que a la postre se traduciría en mantener viva su creación durante más de tres décadas.

Imagen de La última vez que me case © 1938 RKO Productions. Distrubuida en España por Suevia Films. Todos los derechos reservados.

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A pesar de la visión comercial de Ball y de su inagotable fuente de creatividad, mucha gente desconoce los comienzos cinematográficos de la artista de Jamestown. Iniciada en el mundo publicitario en su adolescencia, trabajó como modelo hasta que un contrato con la mítica RKO atrajera a Ball hacia el mundo del celuloide en los años treinta. Con ellos participaría en más de cincuenta títulos, aunque en algunos de ellos no figurara siquiera en los créditos. Aunque a finales de la década los papeles con mayor hondura fueron repitiéndose, fue el director Garson Kanin quien le ofreció la oportunidad de adoptar un rol protagónico en Next Time I Marry (1938). Escrita por John Twist y Helen Meinardi, en ella conocemos a Nancy Crocker Fleming (Ball), una joven cuya suculenta herencia está supeditada a que contraiga matrimonio con un hombre corriente, fuera del ambiente del lujo y la sofisticación. Así es que Nancy, atraída por el nivel adquisitivo que va a conseguir y por la ilimitada libertad de la que va a disfrutar, se dispone a encontrar a un hombre honesto y sin grandes pretensiones con el que encaminarse al altar. Así encuentra a Tony J. Anthony (James Ellison), un hombre cuyo máximo lujo es un automóvil sujeto a una caravana y un indomable perro. Por fin casados y sin compromiso, los planes de Nancy fracasan cuando Tony, humilde pero nada torpe en las finanzas, decide alargar la agonía de la heredera en su frustrado camino a Reno, estado en el que consolidar un divorcio pactado. Confinada en la diminuta caravana y sin más remedio que transigir con el modo de vida de Tony, Nancy tendrá que hacer valer todas las lecciones de vida que aprenda a marchas forzadas.

Imagen de La última vez que me case © 1938 RKO Productions. Distrubuida en España por Suevia Films. Todos los derechos reservados.

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Rara avis dirigida por Garson Kanin, quien despuntará en años venideros con My Favorite Wife (1940) protagonizada por Cary Grant e Irene Dunne, y por el guion de La costilla de Adán (1949, George Cukor), La última vez que me case no deja de ser una amable fábula que deviene cuento romántico. Sin embargo, existe un trasfondo amargo,  de ahí la seriedad que rebosa la cinta hasta sus límites, ejemplificado por la imposibilidad de Nancy por satisfacer sus ansias de libertad.

Imagen de La última vez que me case © 1938 RKO Productions. Distrubuida en España por Suevia Films. Todos los derechos reservados.

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Desde el inicio de la cinta se observa a una mujer decidida, independiente, conductora de su vehículo y de su propia vida, a la cual minuto a minuto le es arrebatada su individualidad. Sin escaparse del marco de la comedia, incluso el metraje da un giro cuando Nancy, cansada de su reclusión, busca la libertad huyendo campo través disfrazada de caballero. Cuando es encontrada por dos hombres, pronto será confundida por un muchacho, decidiendo la pareja acompañarle para que no corra ningún peligro. En cuanto sus acompañantes se percatan de su verdadera identidad, no dudarán en convertirse en sus propios verdugos, intentando abusar de ella sin sutilezas, en una de las secuencias más extemporáneas y tensas tanto de la década como del género. Con todo, una sucesión de escenas humorísticas y un final nada amargo devuelven la sonrisa a un espectador perplejo, inerme ante la capacidad de la comedia para retratar la realidad y poner en solfa una situación que, de ser narrada en clave de drama, llegaría a la tragedia. Y todo ello protagonizado por una estrella como Ball, aquella joven desgarbada que apenas comenzaba a brillar en grado de tentativa.

Se trata, en definitiva, de una película del todo inesperada, que reivindica el valor de la libertad aderezándola con un toque maestro de comedia. Ya les he dicho que Lucille Ball es seria. Y es que no hay nada como la seriedad para hacer la más hilarante de las comedias.

 

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