La última gota hace derramar el vaso,
pero si no fuese por la primera, el vaso no se derramaría.

 

Éste es un buen pensamiento para empezar a hablaros sobre dos películas, Celda 211 y Los chicos del coro. La primera, Celda 211 (2009, Daniel Monzón), protagonizada por Alberto Ammann, Luís Tosar y Antonio Resines y ganadora de nueve Premios Goya de la Academia, nos adentra en una cárcel, haciéndonos partícipes de un juego en el que como espectadores debemos categorizar todos los personajes de la película de acuerdo a un gradiente de maldad.

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Imagen de “Celda 211″ – Copyright © 2009 Vaca Films, La Fabrique 2, Morena Films y Telecinco Cinema. Distribuida en España por Paramount Pictures Spain. Todos los derechos reservados.

De alguna manera, podemos decir que hay una maldad extrema y otra cotidiana, dependiendo de la gravedad de las consecuencias. La extrema nos llevaría a conductas extraordinarias o infrecuentes, que causan un daño extremado a personas o grupos. La cotidiana, serían las conductas que originan pequeños y grandes dramas personales. Un ejemplo sería el acoso laboral, las infamias o las ruindades de que somos testigos o partícipes a diario.

Entiendo que este pensamiento nos puede hacer daño, y que todos tenemos algo que ver y que decir ante esto. Hay que tener cuidado con lo que hacemos, y pensar en las consecuencias, cuando tiramos una piedra a un lago, su onda llega a la otra orilla, aún más grande. La película es dura, y enseña mejor o peor que en un momento dado, si se nos daña a nosotros o a lo nuestro, el bueno se puede convertir en el malo, dependiendo de las circunstancias.

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Imagen de «Los chicos del coro» – Copyright © 2004 Galatée Films, Pathé Renn Production, France 2 Cinéma, Novo Arturo Films y Vega Films. Distribuida en España por Alta Films. Todos los derechos reservados.

Por contrapartida, y para darle un poco de ternura, está Los chicos del coro (Les Choristes, Christophe Barratier, 2004). Remake de La Cage aux Rossignols (“La jaula de los ruiseñores” de 1945), la película nos narra la historia de un grupo de niños internados en un reformatorio, increíblemente crueles. El director nos muestra que nada se puede hacer con personas que “ya no lo son”. Los castigos no les hacen ya nada, se han vuelto inmunes al dolor físico (pues del otro nadie sabe). De repente, como llovido del cielo, llega un profesor desarrapado, inseguro pero con toda la fuerza del mundo para sacar de “animales” su lado humano, y devolverles esa categoría.

Empieza a darles en vez de castigos, órdenes de trabajo (“tú serás…”), y en ese rol de saberse necesarios, no escoria de la sociedad, saldrán maravillosas voces; de ése, su infierno, nos trasladarán al cielo. Sólo hace falta que de esa primera gota, y segunda, alguien crea en ti, te diga que vales. Se llama resiliencia. El ser humano reacciona intentando alcanzar lo bueno que se espera de él. Ayudemos y, si no llegamos a las primeras gotas, que nunca llegue la última, pues derramado el vaso, ya no se sabe cómo se acaba.

El amor, y no el dolor, es nuestra mejor arma. Usémosla.

Con todo el cariño desde la mecedora.

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