Dirección y guión: Tom Fernández.
País: España.
Año: 2007.
Duración: 100 min.
Género: Comedia.
Interpretación: Javier Cámara (Cundo), Gonzalo de Castro (Fernando), César Vea (Mote), José Luis Alcobendas (Pablo), Malena Alterio (Marta), Mariana Cordero (Mercedes), Fanny Gautier (Rosa), Emilio Gutiérrez Caba (Tino).
Producción: Jaume Roures.
Música: José Manuel y Javier Tejedor.
Fotografía: Carlos Suárez.
Montaje: Ángel Hernández-Zoido.
Dirección artística: Soledad Seseña.
Vestuario: María Reyes.
Estreno en España: 9 Noviembre 2007.
Hablar de la Torre de Suso es hablar, casi en exclusiva, de Javier Cámara. Y es que el risueño y pizpireto actor que saliera de Albelda de Iregua hace ya diecinueve años, ha crecido, y mucho, como intérprete; quizá de un modo que nadie, ni él mismo, hubiera imaginado en sus comienzos, cuando un papel secundario al lado de Torrente se presentaba como una gran oportunidad, o el mortificado y cómico Paco en Siete vidas hacía las delicias del público en las cansinas y televisivas noches de domingo. Pero Cámara ha crecido, ya lo he dicho, y en él no sólo podemos observar una madurez taimada percibida como pura revolución, sino también un sosiego digno del que ha llegado a donde quiere, eso sí, no sin mucho esfuerzo mediante. Si con el “almodovariano” papel de Benigno, el público aclamó el duende de este genio, con La torre de Suso Cámara consigue conquistar el ánimo y ánima del espectador, imbuyéndole en una pintoresca historia de sueños incumplidos, de amistades perdidas por el desuso y destinos insoslayablemente truncados que, no obstante, salen al paso con una tímida pero férrea sonrisa.
Y es que, si algo nos ha enseñado la historia del cine, es que nunca nada se puede dar por perdido. Si El crepúsculo de los dioses (1950, Billy Wilder) nos demostró que los muertos tienen mucho qué decir; Carne de gallina (2001, Javier Maqua) que la muerte en Asturias nunca es definitiva del todo; y Billy Elliot (2000, Stephen Daldry) que la vida en la mina es tan dura que apenas se puede llamar vida, La torre de Suso mezcla y remezcla a su antojo estas predecesoras enseñanzas para dar forma a una película inteligente, pausada y sencilla, en la que lo extraordinario ensombrece a la cotidianeidad, y en la que lo cotidiano ensombrece a lo extraordinario. Un plan inconcluso, una aspiración contravenida pero digna y una moralina efectiva son las claves de esta curiosa cinta que narra las incidencias de Cundo, un joven asturiano emigrado a Buenos Aires que regresa a su pueblo natal para despedir a Suso, un viejo y querido amigo que acaba de fallecer a causa de una letal sobredosis. El funeral de éste se presentará como la ocasión perfecta para reencontrarse con el que fuera su pasado, su círculo de amigos y sus antiguas expectativas de futuro, así como hacer el inevitable y doloroso balance de las pérdidas y ganancias al que todos, tarde o temprano, terminamos enfrentándonos. Desenterrado su pasado e incinerado su amigo, Cundo se embarcará en la consecución del deseo postrero de su viejo compañero de correrías: levantar una torre de madera para comprobar, por vez primera, “cómo se ve la vida desde ahí arriba”. Con Emilio Gutiérrez Caba, Gonzalo de Castro o Malena Alterio como compañeros de reparto, La torre de Suso habla de lo complicado que puede resultar la vida para quienes, día a día, tratan de salir adelante sin rumbo fijo, y de lo sencillo que se torna todo cuando, ya despojados de responsabilidades, divisamos el horizonte liberados de prejuicios y rémoras inservibles. Con el debutante Tom Fernández en la dirección y el guión, y una historia digna de elogio por su transgresora frescura, La torre de Suso se presenta como una de las mejores apuestas de cine español de la temporada, lo que viene a demostrar que nuestro cine, al igual que toda nuestra cultura, puede resplandecer cuando se lo propone, no ya abusando de inútiles y hueros fuegos de artificio, sino a golpe de ingenio y creatividad. Todo un hallazgo.
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