Desde el inicio del cine la música ha ido inexorablemente ligada a él. Incluso antes, pues las veladas de linterna mágica, elemento que supuso los primeros pasos del cine, iban acompañadas de música. Si bien es cierto que era una musiquilla sencilla, no como en la actualidad, ahí estaba el germen de la banda sonora de las películas. Andado el tiempo y tras muchas investigaciones el cine mudo abrió paso al sonoro y para otorgar notoriedad al sonido fue una obra musical El cantante de Jazz (1927, Alan Crosland) la obra que abrió una vía diferente. Y al igual que la imagen en movimiento del cine aniquiló a la linterna mágica, el sonido supuso el fin del cine mudo.
Con ello llegó una evolución natural de la música en el séptimo arte. Formando una parte fundamental de la obra, pues ella dirige las emociones del espectador incluso anticipa acontecimientos. Bien lo sabían Hitchcock y Bernard Herrmann quienes cual demiurgo bicéfalo tiraban de los hilos que nos manejan como títeres.
Si de titiriteros en el cine se trata Jim Henson y su universo fue el mejor. Entre sus míticas creaciones Dentro del Laberinto (1986) sobresale por su música, la parte instrumental es de Trevor Jones, sin embargo, el camaleónico David Bowie compuso cinco canciones que él mismo cantaría interpretando a Jareth, el rey de los Goblins, un universo onírico en el que Sarah (Jennifer Connelly) se adentra cual Alicia en el país de las maravillas. Aunque el cinematográfico resulta más lúgubre y sórdido, en ocasiones repleto de terroríficos parajes y maléficas marionetas.
Muy diferente al marionetista de La doble vida de Verónica (1991, Dir., Krzysztof Kieslowski) todo un clásico, sobretodo en cuanto a música. Preisner compuso una de sus grandes obras para esta película. Una cinta de gran belleza en sus imágenes y una delicadeza poética en la narración. Con ella Kieslowski obtuvo un gran y merecido reconocimiento. Mucho contribuye a tanta belleza la música de su amigo y habitual colaborador en sus trabajos, no hay que olvidar que la música de los tres colores también la compuso él.
Una amistad que tras la muerte del realizador polaco en 1996 le llevó dos años más tarde a dedicarle uno de los clásicos que podemos admirar en otras películas (El árbol de la vida, 2011, Terrence Malick) la emotiva Réquiem for my friend, un lamento por su amigo perdido.
Que la música amansa a las fieras es un conocido dicho popular y como tal alberga una gran verdad que la música es capaz de modificar los sentimientos de aquel que la escucha. Con este conocimiento y a sabiendas directores y compositores, en buen maridaje, son capaces de llevarnos por los derroteros que tienen planificados, y nosotros, humildes espectadores lo único que podemos hacer es caer en sus redes y seguir a ese flautista embaucador.
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