En 1940 la adaptación literaria de la exitosa novela de Daphne du Maurier Rebeca fue llevada a la gran pantalla. La versión cinematográfica fue dirigida por Alfred Hitchcock, iniciando la colaboración con David O. Selznick quien se impondría al realizador en su idea de mantenerse fiel al relato, algo que a Hitchcock no le agradó. La trama, narrada en primera persona por la protagonista, cuenta cómo siendo una joven chica de compañía de una rica y desagradable mujer, conoce al maduro Maxim de Winter en Montecarlo, con el cual contraerá matrimonio y, posteriormente, irá a vivir su imponente mansión, Manderley, un hogar que adquiere la importancia y la vida de un personaje más.
Imagen de Rebeca © 1940 Selznick International Pictures. Todos los derechos reservados.
Aunque posee varias características propias de las casas encantadas no lo está, pese a estar gobernada por un personaje que bien parece de otro mundo, la señora Danvers, interpretada por Judith Anderson. El papel le supondría una nominación a los Oscar como Mejor Actriz Secundaria. Es una lúgubre ama de llaves, de fría y altiva mirada, que mantiene fija sobre la presa a la que acecha: la nueva señora de la casa, la protagonista, la mujer sin nombre. La nueva esposa de Maxim siempre permanecerá a la sombra de su primera y difunta mujer, personificación de la perfección femenina, poseedora de elegancia, belleza y seguridad. Pero la realidad sobre esas supuestas virtudes es otra, Rebeca responde al tipo de mujer fatal, una destructora de hombres, como sucedió en el pasado entre ella y su esposo, al cual intentará volver a destruir desde la tumba. En la novela esta figura es mucho más cruel y el desenlace entre el matrimonio fue diferente al del cine, que se vio censurado por el Código Hays. Así en la cinta de Hitchcock la femme fatale moriría a causa de un accidente por el cual su marido sería investigado.
Imagen de Rebeca © 1940 Selznick International Pictures. Todos los derechos reservados.
La imagen de la nueva señora de la casa, interpretada por Joan Fontaine, respondería a un tipo de novia deseada, una cenicienta a la que su príncipe sabe reconocer unas cualidades muy valiosas que posee bajo esa gruesa capa de timidez e inseguridad. La nueva esposa permanece oculta y subyugada bajo el “fanasma” de la primera, su ser es tan insignificante a los ojos del mundo, incluso de sí misma, que ni siquiera tiene nombre, carece de identidad, en contraposición a esa gran R de Rebeca presente en absolutamente todos los objetos de esa especie de mansión encantada que es Manderley, objetos que le pertenecieron en vida y que, debido a su fuerte presencia, le continúan perteneciendo en la muerte.
Que Rebeca mantenga su importancia, incluso estando muerta, se debe en gran medida a ese personaje malvado que es la señora Danvers, la cual puede responder al tipo de bruja maléfica. Con su alargada y hierática figura negra otorga una aún más siniestra apariencia a la casa, la cual mantiene como un mausoleo, albergando en ella como si fuera una simple invitada, a la nueva dueña. Su maldad, su expresión e iluminación rayana al expresionismo alemán que recuerda a algunos de sus terroríficos personajes, por un lado, y la obsesión que tiene hacia la muerta, por otro, harán que la señora Danvers se convierta en un ser tan aterrador como para que otros personajes cinematográficos posteriores sigan su tipología y nos rememoren a ella, dándonos esa fría y temible bienvenida a Manderley por donde se desliza y aparece para sobresaltar a su presa.
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