André Téchiné sabe que ha hecho una gran obra y actúa en consecuencia. Hasta ahora no había puesto tanto de sí mismo en una película y por ello en su actitud se puede atisbar una extraña mezcla entre soberbia y retraimiento, entre complacencia y expectación. Y es que el filme que ahora presenta en España, Los testigos, no podría ser más personal, una entrega que sin duda invita a una prudente delectación. Quizá por ello este director galo de Valence-d’Agen se mantiene a cierta distancia de su obra, considerándola la más íntima y atrevida de todas las efectuadas en sus más de veinte años de carrera. En esta ocasión, el afamado realizador de Los juncos salvajes nos retrotrae a un París convulso de una década mítica, la de los ochenta, donde la carnalidad de las pulsiones vitales se vio amenazada por una epidemia desmedida y precipitada como lo fue, y sigue siendo, el SIDA. Con la distancia que le otorgó el tiempo y con la sinceridad que caracteriza a su obra, Téchiné entra a golpe de verismo en la conciencia de un público que peca en exceso de olvido ante la realidad. Suerte que siempre se pueda contar con el recuerdo de los testigos.
Lucía Tello Díaz. El guión de Los testigos resulta a todas luces personal e íntimo, ¿cómo surgió la necesidad de escribir un texto como el de su actual película?
André Téchiné. Hace mucho tiempo que tenía ganas de tratar este momento histórico, o mejor dicho, este trauma histórico que fue la llegada del SIDA, pero para tratarlo con claridad necesitaba distancia, distancia para superar el duelo, el sufrimiento que había tenido por la cantidad de amigos perdidos. Este era un tema que me había afectado tanto personal como generacionalmente. Porque creo que esta pertenencia a la generación del SIDA es muy importante, sobre todo después de haber vivido los años setenta, unos años de liberación sexual. Después de todo aquello se dio un gran cambio, y era ese cambio lo que me interesaba y lo que quería llevar a la gran pantalla. Sobre todo porque me parecía interesante el hecho de que pareciera que todos nuestros miedos occidentales hubieran caído en el abismo del SIDA, como un oprobio hacia las minorías, los homosexuales, los toxicómanos…
LTD. ¿Y por qué realizar un filme así actualmente?
AT. Porque este tema tabú, con tantos prejuicios y tantos miedos que ha suscitado, no ha cambiado mucho en este tiempo. Siguen existiendo muchos principios que no han evolucionado. Se ve, por ejemplo, en las donaciones, ya que las donaciones que se hacen al cáncer son muchísimo mayores que las que se hacen al SIDA, y creo que esto se debe a que el SIDA sigue tocando a lo sexual, a lo íntimo, y por tanto sigue chocando contra algunas resistencias lejanas y profundas. Por eso me parecía útil hacer la película ahora, porque es un tema que todavía está sorprendentemente vivo y es muy tenaz, no sólo en el momento que se cuenta en la película, sino incluso aún más en el actual, si tenemos en cuenta que ya no sólo están amenazadas las parejas homosexuales, como por aquel entonces, sino que ahora lo están tanto heterosexuales como homosexuales. De hecho, si vemos las estadísticas, las cifras de cómo afecta el contagio de este virus a las parejas heterosexuales son alarmantes. No quería hacer sólo una mirada al pasado, un deber de memoria, sino que me parecía algo totalmente pertinente en la actualidad porque considero que la situación sólo ha cambiado en apariencia.
LTD. Teniendo en cuenta el tema y el tratamiento que usted hace de él, algunos sectores han indicado que Los testigos es su película más “militante”, a pesar de que cueste relacionarle a usted con este tipo de cine…
AT. Es un punto de vista que respeto porque creo totalmente en la libertad del espectador y no me gusta en absoluto entregar un “libro de instrucciones” con mis películas. Creo que el espectador debe ser libre, pero me cuesta mucho imaginar que hago una película “militante”. Es cierto que el personaje de Michel Blanc (Adrien), se va convirtiendo en militante a lo largo de la película, que va descubriendo su causa por la enfermedad de este ser querido, que le afecta mucho y se va apropiando de él. Digamos que su impotencia como médico desemboca en una especie de arma que le convierte en una persona “militante”. Pero también es cierto que no creo que esta película lo sea en modo alguno, sobre todo porque, desgraciadamente, no creo que el cine sirva para cambiar el mundo.
LTD. El reparto en la película destaca por la extraordinaria combinación de actores consagrados como Emmanuelle Beart o el propio Blanc, con actores inexpertos como Johan Libéreau. ¿Por qué decidió entremezclar así el plantel de Los Testigos?
AT. En verdad, he de reconocer que me costaría muchísimo rodar con actores muy conocidos, de los que se ven en todas las películas, ya que, sobre todo en el cine francés (que a pesar de ser muy productivo es muy hexagonal) siempre tienes la sensación de ver las mismas caras, lo que haría que la película perdiera frescura, credibilidad. Si se ven siempre los mismos actores, haciendo además composiciones muy parecidas, da una sensación que yo no quería para esta película. El hecho de entremezclar a estos actores conocidos, a estas “estrellas”, con la gracia y la torpeza de los actores que empiezan, aporta muchísimo a los dos. Aunque no sea voluntario, los inexpertos refrescan a los veteranos. De hecho, delante de un actor debutante las “estrellas” no pueden actuar de la misma manera, y creo que esto también es muy útil para el que empieza, porque es muy enriquecedor para él enfrentarse a una nueva experiencia. Y creo que entre ellos se crea una electricidad, una especie de cortocircuito, algo muy vivo, una corriente de vida que es lo que yo busco, porque a mí lo que me interesan son las vidas, y se crea una corriente de vida muy particular entre la estrella y el actor que empieza. El personaje de Manu, por ejemplo, no podría haberlo hecho con alguien profesional, porque es un personaje que no se plantea nada, es sólo alegría de vivir, que trastorna al resto por cómo aparece, y yo lo único que le pedía es que fuera feliz, luminoso, infantil e inmaduro. Creo que el hecho de ser un actor profesional te impide ser inmaduro.
LTD. Se dice que, entre los títulos barajados para la película, tuvo en cuenta el de La Tempestad. ¿Por qué optó finalmente por el de Los testigos?
Es cierto que pensara en ese título, porque quería darle un ritmo que diera la sensación de que arrastrase todo a su paso, como una tempestad. Además, estuve a punto de llamar a la película así porque hay un cuadro de Giorgione que me gusta mucho y una obra de Shakespeare con ese mismo nombre, pero quizá por eso me di cuenta de que tenía demasiadas referencias y decidí llamarla Los Testigos. Sin embargo, sí que podría haberse llamado del otro modo porque estábamos todos encogidos en esa velocidad de tormenta, incluso en la televisión, con ese tono alarmista y esas imágenes que nos ayudaba a la precipitación de nuestros miedos.
LTD. En referencia a esa velocidad de la que habla, es cierto que en Los testigos el ritmo es trepidante, sobre todo en la segunda mitad de la película. ¿Por qué eligió este tipo de montaje vertiginoso?
AT. Es cierto que es trepidante, y en parte es porque no quería hacer una película melancólica. Además el ritmo actúa como una especie de constatación de la aceleración relampagueante de la epidemia del virus, de cómo se iba propagando entre los seres humanos. Porque esta es fundamentalmente una película sobre seres humanos que son conscientes de lo poco que son cuando se tienen que enfrentar a lo orgánico de un virus. Por tanto, el ritmo es el de una película de acción porque realmente narra la historia de unos personajes que se han visto superados por la realidad, y me parecía que se correspondía muy bien con lo que yo había visto a mi alrededor, lo que o había vivido, y esta intrusión del SIDA en la vida era como un Mars Attacks!, como si hubiéramos tenido un ataque marciano. Era como si todos los miedos, todas las reprobaciones que existían, se hubieran metido en la vorágine de esta celeridad, en el movimiento de la velocidad del pánico histórico y biológico de la película. Este era el sentimiento que yo tenía en aquella época, como si estuvieras en una película catastrofista, un espectáculo de horror en el que te sentías impotente viendo cómo todo se hundía a tu alrededor.
LTD. A pesar del trasfondo devastador del SIDA, usted aborda el final del film sin sentimentalismos ni dramatismos. ¿Por qué ese enfoque?
AT. Porque no quería que el personaje de Michel Blanc, al final de la película, se encontrara encerrado en su propia impotencia ante la situación, sino que quería que descubriese una causa por la que luchar, el SIDA, un combate por el que decidiera seguir adelante. A partir de entonces la enfermedad se convierte en una razón estimulante para vivir. Pero además decidí que en el mismo lugar donde había conocido a Manu conociera a otro chico, a un americano que ha venido a París para conocer a los padres de su pareja, que ha muerto también de SIDA, a pesar de que los padres de él no quieran recibirle, un fenómeno muy normal en la época al que yo mismo asistí. Este chico se da cuenta de que está en un jardín público y se plantea acabar durmiendo en un banco o lo que sea. Por tanto, digamos que esta negrura horrible de la enfermedad, crea lazos, conexiones de amistad muy fuerte. Por eso, aunque pueda parecer paradójico y extraño, gracias a esta enfermedad Michel Blanc puede crear puentes con este nuevo amigo americano. Por tanto, es como si se creara una nueva solidaridad entre los cuatro personajes al final, porque los cuatro sencillamente se dan cuenta de que son mortales, y esto es lo que hace que sean solidarios y que decidan dar una nueva forma a su vida.
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