El mundo llama inmorales a los libros que le explican su propia vergüenza.
Oscar Wilde
Queridos amigos de Todo Es Cine:
Un placer volver a estar con todos vosotros. El sábado pasado tuve la oportunidad de asistir a un coloquio en el marco de la 36ª Edición de la Semana del Cine Español de Carabanchel, y fue una experiencia magnífica. Se proyectó La librería, de Isabel Coixet, basada en la novela homónima de Penelope Fitzgerald, y en el coloquio participó nuestra compañera Lucía Tello Díaz junto con la periodista de RNE Teresa Montoro. Tanto la película como el coloquio posterior fueron extraordinarios.
La historia de La librería nos lleva a una pequeña localidad inglesa en 1959. Allí Florence Green (Emily Mortimer), una mujer que se que se quedó viuda a causa de la guerra, quiere hacer realidad su sueño de poder tener una librería. Desde pequeña, la mayor afición de Florence fueron los libros; incluso el amor le vino de su mano, en una librería conoció al que sería su marido. Ahora es su momento, vive en un lugar aparentemente tranquilo y allí parece que su sueño se puede realizar.
Una casa deshabitada, pero con cierto encanto, inspira a Florence para formar allí su nueva familia, la de ella y sus libros. Pero desde el principio se encuentra con pequeños tropiezos que ella achaca a los primeros pasos de todo negocio. La invitación a la fiesta de Violet Gamart (Patricia Clarkson), aristócrata y mujer de un general, hace que Florence se prepare yendo a la modista del lugar, quien le aconseja un vestido rojo que ella considera “teja oscuro”. Aunque Florence no se siente cómoda con el color, la buena señora insiste. Y así, con su vestido teja oscuro sale de allí con ánimo de seguir avanzando, a pesar de los reveses que va sufriendo.
Christine (Honor Kneafsey), la niña más perspicaz de la localidad, se convierte en su ayudante; su desparpajo, más propio de un adulto, gana el corazón de Florence, compartiendo horas y confesiones. La niña toma el té con ella, e incluso le pide su bandeja china de herencia, algo que hace sonreír a Florence.
La vida pasa tranquilamente dentro del pueblo, con la tranquilidad que antecede a la tormenta. En uno de sus paseos frente al mar, recordando a su marido, Florence observa a lo lejos a Edmund Brundish (Bill Nighy), un hombre excéntrico, sin vida social, que vive en una mansión en compañía de sus queridos libros. De repente, el señor Brundish envía a Florence una nota haciendo un pedido de libros, ella con sus manos acoge esos libros con tanto amor, que los acaricia y los mima, con un solo roce los envuelve, como si de una confitería se tratara. Su preciada selección va a parar a las manos del señor Brundish, quien devora toda la lectura, especialmente la de Ray Bradbury, el nuevo autor que ella le presenta.
Un día Florence recibe un libro diferente, Lolita, de la mano de Milo North (James Lance), un hombre al que conoció en la fiesta de Violet Gamart que, si bien se vende como una persona culta y de cierto prestigio, no deja de ser todo lo contrario. Pero ella lee el libro y le gusta, por ello le consulta al señor Brundish si debe venderlo o no. Edmund también lo lee y, como respuesta, invita a Florence a su casa a tomar el té, algo que jamás había pasado en el pueblo hasta el momento. Cada cierto tiempo, los habitantes se inventaban historias sobre el señor Brundish y el modo en que enviudó, les parece una persona enigmática y distinta. Rodeada de polémica, Florence aparece en su casa. Hablan de Nabokov, del libro, de la vida. Tras la conversación decide hacer un gran pedido, poniendo todos los libros de Lolita en un gran escaparate, algo que trae aún más problemas a Florence, con una Violet que, cada día con más fuerza, quiere deshacerse de ella. Pero nuestra protagonista sigue trabajando, aunque las circunstancias se ponen cada vez más oscuras. El final, como siempre, es para vosotros.
La película me parece sencillamente estupenda, tiene algo que da paz y, aunque haya tantas dificultades, hay algo en ella repleta de coraje, esa cualidad que, como señalaba el señor Brundish, solo comparten los dioses y los animales.
En ella se puede ver la injusticia, cómo alguien rechaza a otra persona simplemente porque no le gusta, porque le hace sombra o por capricho; y así se puede mover las piezas de la sociedad para que, todos a una, y nunca mejor dicho, arruinen a la otra persona, aunque esta solo hubiera hecho un favor a toda la comunidad poniendo en sus manos el acceso a la cultura.
También habla del amor, el amor platónico, tan bello entre Florence y Edmund, dos personas a quienes los libros han vuelto a dar una nueva oportunidad; ese amor que ya expliqué hablando de 84, Charing Cross Road y su relación con Aprendiendo a conducir; un amor cognitivo, un amor envidiable porque no hay nada que más una y que más atraiga que el sentirnos amados y admirados, y en una isla, nuestra isla preferida. Florence entendía a Edmund, y Edmund entendía a Florence; nadie ajeno a ellos parecía estar en esa misma secuencia, pero ellos sabían de lo que hablaban y lo que sentían. Y de esa pasión llegó la de Christine, una niña que se llevó toda la esencia del amor por la lectura como un hijo cognitivo, los hijos a los que les podemos enseñar a amar todo aquello que es tan bello y que queda oculto por la poca conciencia o por la poca sensibilidad. Sin saberlo, Christine hereda mucho más que una bandeja china.
Por eso, como reza la máxima, el mundo llama inmorales a los libros que le explican su propia vergüenza. Con todo el cariño, feliz febrero desde la Mecedora.
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