Título original: Harry Potter and the Deathly Hallows: Part 2.
Dirección: David Yates.
País: Reino Unido.
Año: 2011.
Duración: 130 min.
Reparto: Daniel Radcliffe (Harry Potter), Rupert Grint (Ron Weasley), Emma Watson (Hermione Granger), Ralph Fiennes (lord Voldemort), Michael Gambon (Albus Dumbledore), Bill Nighy (Rufus), John Hurt (Sr. Ollivander), Helena Bonham Carter (Bellatrix Lestrange), Robbie Coltrane (Rubeus Hagrid), Jason Isaacs (Lucius Malfoy), Alan Rickman (Severus Snape), Maggie Smith (Minerva McGonagall), Julie Walters (Sra. Weasley), Bonnie Wright (Ginny Weasley), Matthew Lewis (Neville), Tom Felton (Draco Malfoy), Evanna Lynch (Luna Lovegood), Mark Williams (Arthur Weasley). Guión: Steve Kloves; basado en la novela de J.K. Rowling.
Producción: David Barron, David Heyman y J.K. Rowling.
Fotografía: Eduardo Serra.
Montaje: Mark Day.
Diseño de producción: Stuart Craig.
Vestuario: Jany Temime.
Distribuidora: Warner Bros. Pictures International España.
Estreno mundial: 15 Julio 2011.
Épica. Ningún otro epíteto podría definir con mayor acierto la última entrega de la saga de Harry Potter, por mucho y muy esforzado que sea el análisis de su forma y contenido. Y es épica no sólo porque en su interior bulla con nervio la heroica lucha de esta batalla sin cuartel, sino porque Harry Potter and the Deathly Hallows: Part 2 es mucho más que una película. No es sólo una producción digna de elogio, ni tan siquiera el final meritorio de una fábula episódica con innumerables meandros argumentales, Harry Potter y las reliquias de la muerte parte II es fastuosa, desmedida, abrumadora, impactante; lo es a pesar de que su temática sea demasiado oscura para el público infantil y en exceso adolescente para el público adulto; lo es aunque en el intento por impactar formalmente Yates haya dejado de lado la lógica y haya apostado de nuevo por Mark Day, el responsable de un montaje frenético, desequilibrado, de planos imposibles y escorzos eslabonados, casi publicitarios.
Este sabor a previsible éxito en la noche de los Oscar viene refrendado por un despliegue de medios desbordante y un diseño de producción capaz de hipar al más curtido, con unos efectos visuales punteros apoyados por un atrezzo impecable, con un vestuario y una decoración característicos, propios de una leyenda más higienizada que polvorienta. Lejos quedan ya los trucos de tramoya, los cordeles sosteniendo maquetas, los animales mitológicos acartonados en su descompás; en Harry Potter VII la tecnología va un paso más allá, formando parte de una saga que ha encontrado su latir y su lugar en la constelación cinematográfica.
Si formalmente consigue llamar la atención y suscitar las más insanas de las envidias –los precursores Lucas, Dante, Spielberg y Howard a buen seguro quedan eclipsados por este derroche lascivo de tecnología al servicio del celuloide-, su contenido no desfallece ante tal portento mecánico. Hilada por la inagotable pluma de J. K. Rowling, cuyas novelas no empalidecen frente a sus versiones cinematográficas en absoluto, la historia resulta tan seductora como atrayente, poniendo punto y final a la escala que todos iniciáramos años atrás en la vida de Harry Potter (Daniel Radcliffe), un joven mago cuya única y última misión es acabar con su enemigo lord Voldemort (Ralph Fiennes), aunque para ello deba poner en riesgo su propia vida. Si en Harry Potter and the Deathly Hallows: Part 1, nos enterábamos de que el alma del-que-no-debe-ser-nombrado había sido fraccionada y escondida en siete horrocruxes, en su secuela Harry y sus amigos –Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson)-, darán al fin con el total de los siete objetos, desembocando en una batalla legendaria entre el eje del bien y del mal, un Armageddon sin tregua en el que nadie estará a salvo.
Destruido el ejército de Dumbledore, la resistencia se situará en torno a los fieles a Harry –magníficos Maggie Smith (Minerva McGonagall), Julie Walters (Sra. Weasley), John Hurt (Sr. Ollivander) o Michael Gambon (Albus Dumbledore)-, contra los acólitos del señor tenebroso -Alan Rickman (Severus Snape), Helena Bonham Carter (Bellatrix Lestrange) o Jason Isaacs (Lucius Malfoy)-. Si a estos excelentes intérpretes de la escena británica se le suman pequeñas apariciones de Emma Thompson, Gemma Jones o Jim Broadbent, justificamos con creces el acierto integral de un elenco sólo apto para superproducciones de altura.
La historia transcurrirá con el trepidar de un anuncio televisivo, el agotamiento del mejor cine bélico, y con la oscuridad propia de un cine de terror light, en una película en la que sorprenderán las afiliaciones mutuas en los bandos beligerantes, los traspasos y las desafecciones, todo ello rubricando lo que podríamos denominar un cine de autores, la película de cuantos han aportado la mejor competencia aunando sus propios talentos en pro de una historia cuyo triunfo debemos única y exclusivamente a la prodigiosa facundia de J. K. Rowling.
Que a pesar de ello haya quien pueda encontrarla aburrida, no lo refutaremos; que incluso se le puede acusar de dilatada, monocorde o en ocasiones cargante, por qué no. Se admite incluso un doblaje inadecuado, con unos malignos en exceso roncos y destemplados, y un final abrupto en su conclusión, más acentuado en la pantalla que en el propio libro. No obstante, no se puede negar su excelencia en todos los aspectos, tanto narrativos como artísticos, formales o visuales. Todo un agasajo para los sentidos y no de materia insulsa como las últimas producciones de la factoría de ficción.
Épica en fondo y forma. Incluso la Gestalt me daría la razón.
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