El que a nadie ama, me parece que por nadie es amado.

Demócrito

Queridos amigos de Todo Es Cine:

Un placer volver a estar con todos vosotros. En este mes de septiembre, cuando el otoño, por lo menos en esta parte del hemisferio, se mete en nuestra vida, vuelve el cole y el trabajo. Últimamente me he dado cuenta que en las redes sociales, cada día se va haciendo más y más normal ver ciertos comentarios; por eso, hoy he escogido una película que seguramente os gustará, Los cuatrocientos golpes (1959) de François Truffaut.

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Imagen de Los cuatrocientos golpes (1959, François Truffaut), Producida por Les Films du Carrosse y Sédif Productions. Todos los derechos reservados. Distribuida en España por Cameo Media S.L.

La historia nos lleva a París, donde conocemos a un Antoine (Jean-Pierre Léaud), un niño nacido de una madre soltera que es criado por su abuela. Con ella Antoine se dedicaba a leer, hasta que a los ocho años su madre se casa y el niño es llamado a compartir con la nueva familia su vida. Pero no es bien recibido. Los golpes, las vejaciones y los gritos hacen que Antoine se escape de casa con trece años con su mejor amigo. A esa edad Antoine ya era un estigmatizado, en el colegio no se portaba bien y siempre estaba castigado. Cuando le devuelven a su familia, después de recogerle de las calles y de la delincuencia, regresan los problemas. Antoine no sabía más que mentir, toda la vida llamándole mentiroso consiguió que finalmente acertaran, ya lo es. Así hasta que no lo aguantan más y lo internan en un Centro de Observación para Jóvenes Delincuentes, donde intentarán ponerle en su lugar.

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Imagen de Los cuatrocientos golpes (1959, François Truffaut), Producida por Les Films du Carrosse y Sédif Productions. Todos los derechos reservados. Distribuida en España por Cameo Media S.L.

La película está servida. Esto, aunque llevado a extremos, es a lo que me refiero cuando leo ciertos comentarios: “un par de tortas y le quito la tontería”, “¡es que ahora no se les puede pegar!”, “A mí me pegaron y mira qué bien estoy”. Bueno, me parece estupendo que alguien piense que es bueno, es un camino muy rápido para quitar una conducta errática y convertirla en un aprendizaje errático. Una torta. Parece algo tan fácil y tan sencillo; pero no lo es. Un niño nace completamente sin formar, somos mamíferos y nuestra evolución, la de nuestro cerebro, tarda dieciocho años, época que se termina en la adolescencia. En ese peregrinar no cabe duda de que los niños pasan por gran variedad de situaciones, lo que se llama su evolución, teniendo períodos críticos, su pensamiento sufre distintas fases. No entienden todo. Cuando les hablamos, debemos saber lo que su cerebro puede entender y lo que no; claro que lleva tiempo, pero ahí radica la diferencia entre hacerlo bien o mal. Por ejemplo, si tienes un coche de alta gama, yo puedo decirte que es una tontería no darle una patada o ponerle ruedas recauchutadas. Seguramente tú me preguntarías qué estoy diciendo porque tu coche es muy importante. Pues tu hijo lo es más. Un niño requiere no que termines pronto el conflicto, sino que inviertas tiempo en explicárselo. Lleva tiempo explicar, lleva tiempo enseñar, pero eso es lo que se llevará consigo toda su vida. Así sucedía con Antoine, que no entendía por qué le llamaban mentiroso; así funcionó el principio del efecto Pigmalión, saliendo lo que se predice de acuerdo a la profecía que se autocumple.

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Imagen de Los cuatrocientos golpes (1959, François Truffaut), Producida por Les Films du Carrosse y Sédif Productions. Todos los derechos reservados. Distribuida en España por Cameo Media S.L.

O también puede pasar que le damos una torta al niño y luego, cuando notamos que estábamos estresados y que se nos fue de las manos, le damos un beso. Así ya tenemos otra película, ahora estamos en 50 sombras de Grey.

Pongamos las normas de la casa, pongamos el amor de la familia, y pongamos el entendimiento de todo aquello que poco a poco se va sabiendo. Las cosas se quedan obsoletas y los niños no son adultos pequeños, son niños. Y si alguien no sabe amar, es que no le supieron enseñar a hacerlo.

Con todo el cariño, desde la Mecedora.

Feliz otoño.

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