Rodar una obra maestra con treinta y dos años es una heroicidad. Mantenerse como cineasta de referencia en una profesión maleable después de veinticinco años, todo un acto de valentía. Giuseppe Tornatore (Bagheria, 1956) sabe lo que es la vulnerabilidad cinematográfica, los vaivenes de la crítica, las filias y las fobias incontrolables del público. Pero el cineasta, ante todo artista, sigue al pie del cañón. Después de llevarse un Oscar dando vida a Salvatore di Vita y a Alfredo en Cinema Paradiso (1988), conoció el sinsabor del olvido con títulos como Stanno tutti bene (1990), Malèna (2000) o Baaria (2008), eminentemente biográficos y personales. Contra todo pronóstico, Tornatore presenta ahora La mejor oferta, título protagonizado por Geoffrey Rush y ambientado en una Europa oscura, artística y polvorienta, en la que las subastas de arte ponen el ritmo frenético a una película inquietante, un thriller sin violencia, con sexualidad de voyeur, desenfreno estético y arte hecho corrupción; una película en la que las miradas femeninas son de óleo, y las masculinas muestran la profundidad del talento de Geoffrey Rush, quien tuvo que enseñar a hablar a un rey para deslumbrar en el filme de Tornatore.
Para presentar su película en Madrid, el cineasta se presenta impoluto en su blazer, pese a la ola de calor sahariano que azota la capital. Su expresión es tímida y su mirada jovial. Tarda en sonreír, sólo lo hace a veces, cuando su pensamiento se adelanta a su palabra y ésta se precipita atropelladamente a través de sus ojos vívidos. Mira y se escabulle, sostiene su mentón y atusa su barba leve. Giuseppe Tornatore no se paraliza, es incapaz de mantenerse estático. Al contrario que el autómata de Vaucanson en La mejor oferta, su expresión muta al instante, tan pronto se expande como se retiene y, así, sonríe al poco de mostrarse severo. Por eso oírle es una experiencia visual, sinestésica, extasiante; porque todo lo que enseña con la palabra lo reafirma, amplía y magnifica con su rostro. De este modo contesta a nuestras preguntas, las del conjunto de periodistas que tenemos la suerte de poder hablar con él, una veintena de afortunados informadores que al fin conocemos el sentido de la mejor oferta. Tornatore no es un cineasta, es arte.
Pregunta.- La historia de La mejor oferta es muy sólida, llena de meandros argumentales y complejidad narrativa, ¿cómo nace la historia?
Giuseppe Tornatore.- La idea nació en 1984, cuando me interesé por el caso de una chica que tenía agorafobia, así que escribí una historia que girase en torno a la figura de esta chica; sin embargo, la historia que salió de este tema no me volvía loco, así que guardé los papeles; la idea estaba ahí y cada vez había más páginas, porque admito que me gustaba el personaje, sin embargo la historia me disgustaba. Muchísimos años después, hace ahora unos diez, comencé a interesarme por la figura del agente de subastas, empecé a escribir historias que trababan sobre este personaje, aunque también en este caso me gustaba más el personaje que la historia. Un día, acordándome de estas dos ideas, entendí que entre estos dos personajes, surgidos en circunstancias distintas, existía una fuerza de atracción inmensa, así que hice que interactuaran. Así nació una historia totalmente distinta, pude sacar algo diferente adelante y la escribí. Todo parte de una idea de 1984, es decir, el interés es antiguo, pero la trama presente parte de hace unos seis o siete años.
Pregunta.- ¿Cómo surge el nombre de Geoffrey Rush para el papel protagonista?
G.T.- Cuando comencé a escribir la historia, sin todavía saber en qué lugar iba a ambientar la película, pensé en Geoffrey Rush, en su rostro. Le mandé el guión y nos encontramos en Toronto, ya que él viviendo en Australia tenía complicado viajar hasta Europa y yo no podía viajar hasta Australia. Así que decidimos quedar en término medio. En el momento en que le pasé el guión, empezamos a trabajar inmediatamente; nos presentamos y a los cinco minutos ya parecía que estábamos en una reunión de trabajo, y ha sido así siempre. Trabajamos su personaje, los diálogos, todo… Hasta en el restaurante. Geoffrey tiene un compromiso muy fuerte con su trabajo, con sus personajes, pero no es obsesivo, es muy luminoso, muy alegre, su método es fuerte, de acero, pero está acompañado por una ligereza y una simpatía poco comunes. Es el típico actor con el que, en cuanto terminas de rodar una película, ya quieres volver a empezar otra con él. Lo que hace no es pesado, tiene unas ganas y un empeño absolutos.
Pregunta.- Imagino que rodar una película en la que el arte adquiere una importancia vertebral, requiere de un sobreesfuerzo en materia de dirección de arte y dirección de fotografía, ¿cómo fue el reto al que se enfrentaron con La mejor oferta?
G.T.- El objetivo principal de la película no era la de mostrar la importancia del arte, pero el personaje principal se mueve en este mundo y eso hacía muy importante intentar mostrar ese mundo, descubrir cómo construir ese ambiente, reconstruirlo, obviamente esto implicó un trabajo muy complejo de imagen, saber qué personajes estarían, qué retratos elegir, qué mujeres iban a figurar en esos retratos; hay que tener en cuenta que cuando Geoffrey Rush y la cámara miran a cada una de las mujeres de sus retratos, las figuras tenían que mantener el eje óptico, y esto requirió de complejas elecciones, fue difícil para los técnicos y para los que seleccionaron el atrezzo; buscaban retratos que mantuviesen el eje óptico. También la toma de decisiones de la fotografía es muy importante, fundamental. Los ambientes, por ejemplo, también conllevaron dificultades, me gustaba la idea de que el interior de la villa tuviera el revestimiento de las paredes con frescos y trampantojos, algo que descubre constantemente el sentido de la película. Todo eran decisiones que aparentemente eran sólo técnicas, pero que en realidad tenían muchas más implicaciones. Eso requirió de una inversión mayor de tiempo, sé que otros no lo habrían hecho así, pero lo consideré la manera más acertada; es verdad que se podría hacer más rápido, pero creo que fue mejor dedicarle más tiempo.
Pregunta.- Es irremediable que a un cineasta se le pregunte por las influencias en su cine, máxime si el realizador tiene talento y se ha convertido en un clásico, ¿cuáles son las suyas?
GT.- Gracias por dar por sentado que soy un realizador con talento. La verdad es que cuando hago una película no me propongo hacerla como uno u otro autor, en general, sólo pienso en mi propia referencia, si no lo hiciera, me castraría, me bloquearía; pero sí, siempre hay referencias, aunque no es algo que haya buscado, es inconsciente. Además, ha llegado un momento en el que si en una película sacas una llave, o una cerradura, todos piensan en Hitchcock, o bien si sale un payaso, todos ven referencias de Fellini. Es difícil cuantificar o juzgar el mundo de la intención, sobre todo en cine; a este respecto, sólo puedo decir que la cita más sincera siempre es la inconsciente.
Pregunta.- ¿Por eso se puede considerar como autocita el volver a incidir en coleccionar retratos de mujeres, como ya lo hiciera en Cinema Paradiso con la colección de besos robados?
GT.- Es verdad. Me lo han dicho mucho. No lo pensé cuando escribí el guión ni tampoco cuando vi la película, sin embargo, cuando me lo dicen me parece plausible que guarden relación, es creíble, es un aspecto miserioso de nuestro oficio, el hecho de que te lleves temas contigo que vuelven a surgir en otros contextos, que salen sin tú saberlo.
Pregunta.- El personaje de Geoffrey Rush no sólo es agente de subastas, sino que es experto identificador de obras de arte y de falsificaciones. Sin embargo, no siempre acierta…
GT.- Es que el hecho de saber qué es arte y qué no, no es sencillo, es cuestión de instinto. Cuando estás en un museo y ves un cuadro, o una escultura, o incluso un libro, sabes inmediatamente si estás delante de una obra de arte; como dicen en la película, las obras tienen una “herida”, una cierta sensibilidad; una obra de arte la ves, es inefable, inexplicable, pero se percibe enseguida. Y esto pasa en todos los órdenes del arte, una película puede ser imperfecta pero comunicar una sinceridad que una película perfecta no acierta a darte. Claro que también puede pasar que esa impronta te la dé una película perfecta. Esto también pasa con el arte contemporáneo, a veces me encuentro ante obras que me transmiten una emoción, pero otras no. En ocasiones siento que el autor sólo ha puesto colores y nada más; otras veces percibo que quien ha puesto esos colores también ha puesto detrás un proyecto. Esto lo aplico a la pintura pero puede aplicarse a cualquier tipo de arte. Hay obras que te dejan con la boca abierta, igual que a veces hay obras que te dejan indiferente y que se aprovechan del equívoco que justifica el arte moderno.
Pregunta.- Existen obras perfectas, obras imperfectas… ¿Cómo son las obras de Giuseppe Tornatore?
GT.- Para mí todas mis películas son imperfectas, todas se podrían haber hecho mejor, algunas han tenido éxito, otras poco y otras nada. Hay varios tipos de éxito. La que menor éxito ha tenido de todas ha sido Una mera formalidad, de 1993, con ella no ganamos una lira. Como dicen ahora, es mi película “de culto” –dice entre sonrisas-. Todos aquellos a los que mi cine no le gusta me dicen “ah, pero ésa es buena” –vuelve a reír-. Por eso es muy difícil saber cuándo una película tendrá o no éxito, nunca sabes si llegará. Cuando hice Cinema paradiso fue un fracaso total, el peor de toda mi vida. Sin embargo, al cabo de un año, cuando viajó por el mundo, se convirtió en el éxito que ahora se le reconoce. Por eso tampoco se le puede dar mucha importancia a los premios, es algo que gusta, sería hipócrita no reconocerlo, pero es de sabios olvidarse de ellos. Siempre hablo de la experiencia del Óscar, la más importante y excitante de toda mi vida. Al día siguiente de recibirlo lo olvidé, quizá mi educación me ayudó a saber que hay que guardar ese momento maravilloso, no llevarlo contigo, no pasarte la vida pensando en el Oscar, en el aplauso, en el David di Donatello…
Pregunta.- Es verdad que su carrera ha estado llena de grandes éxitos y otros más tibios, ¿cómo se afronta esta realidad cambiante?
GT.- Cuando empiezo una película no la hago pensando en la crítica, en el Óscar o el éxito, es más, la peor crítica que he recibido en mi vida ha sido por Cinema paradiso. La relación entre una película y el público no es inmanente, va cambiando, es importante hacer una película intentando dar el máximo de empeño, de sinceridad. Luego se estrena y a los críticos no les gusta; y al cabo del tiempo te dicen “pues no estaba mal”. Cuando hice La mejor oferta no me esperaba que fuera mal aunque tampoco que imaginaba que iba a tener tanto éxito, ha recaudado más taquilla que La desconocida (2006), casi el doble. Quizá en diez años me digan que la otra era mejor, quién sabe. El secreto es trabajar como si fuera la última película de tu vida. Como me dijo Bernardo Bertolucci “cuando ruedes un encuadre piensa que es el último”, esto ayuda para darte cuenta de qué es lo importante y en qué medida debes poner energía y empeño. Además, el público tiene derecho a que le guste una película para odiarla después, de hecho, muchos críticos cambian de opinión según el gusto del público…
Pregunta.- Como cineasta, ¿qué opinión le merece la situación del cine italiano actual?
GT.- La situación de la industria del cine italiana es muy similar a la española, aquejada de la grandes crisis económica que vivimos todos y de la que somos víctimas, pero también porque nuestra industria se ha tenido que arrodillar frente a la piratería; la crisis hace que la gente no vaya tanto al cine como iba antes, no hay nada que hacer, la franja de público que iba alguna vez al cine ahora se queda en casa. Es cierto que quizá ahora no se va tanto como antes, se decía que la crisis era una época buena porque el cine era una alternativa barata. Ahora no. Hay que resignarse a que las salas no serán el elemento central de la vida comercial de una película. Creo que seguirán existiendo, pero la vida comercial del film no coincide exclusivamente con la perspectiva de una sala. Esperemos que haya grandes avances en el modo en que las películas son vistas en los nuevos medios y dispositivos. Por otro lado, es cierto que en Italia se ven menos películas que antes, y que se hacen menos películas que antes, pero también hay aspectos incontrolables que son inesperados; La mejor oferta ha sido todo un imprevisto en Italia y ha puesto sobre la mesa la cuestión, porque antes de que se estrenara la gente estaba resignada a ir a ver comedias al cine, porque sólo hacen comedias. Mis películas tienen todas las características posibles para no funcionar en taquilla y, sin embargo, La mejor oferta ha hecho una taquilla increíble. La gente no quiere que le digan qué tipo de películas tiene que ver, el equilibrio en la oferta debería ser lo más amplia posible, porque si quieres ver una comedia, debe haber una; pero si quieres ver un una comedia y al minuto cambias de opinión, tiene que haber otro tipo de cine. El hecho de que se hagan menos películas nos impide dar una oferta articulada de películas, lo que empobrece nuestra industria.
Pregunta.- Como director consagrado, es ejemplo de muchos nuevos realizadores, ¿qué relación mantiene con los jóvenes directores italianos?
GT.- Soy muy feliz cuando nace un nuevo director en Italia, directores que saben conseguir el afecto del público italiano y de fuera, porque cuando voy al cine dejo mi oficio en casa, soy un mero espectador. Descubrir un nuevo director es música para mis oídos, tengo muy buena relación con ellos. Cuando me gusta una película se lo digo, no tengo celos ni ningún tipo de sentimiento adverso, ni ellos conmigo, aunque yo puedo ser responsable de mis males transitorios, que no tengo, pero no de los intransitivos que me tengan a mí como objeto. Además, cuando tengo la sensación de ocupar demasiado sitio, tiendo a irme de la escena.
Pregunta.- La mejor oferta está rodada de manera digital, algo que a Salvatore di Vita, protagonista de Cinema paradiso, le hubiera parecido sorprendente, ¿qué le parece el salto digital?
GT.- Soy director de Cinema paradiso, adoro el cine y el proyector en 35 mm, he visto un proyector a la entrada de este cine y me ha encantado; los sé montar y desmontar, los he usado durante muchísimos años de mi vida, el cine en 35mm siempre estará en mi corazón, pero eso no me constriñe a estar ligado a ellos única y nostálgicamente. Hoy en día el cine en 35 mm no te da la misma calidad que hace treinta años, es un pecado, una pérdida. El cine digital me da posibilidades que ya no me da la película, e hice La gran oferta en digital y no me arrepiento. Es verdad que me disgusta no ver los trozos de película de los rollos por el suelo al rodar, pero no tengo nostalgia del productor preguntando por cuántos metros llevamos rodados –dice riendo-.
Pregunta.- El personaje de Geoffrey Rush es magnífico aunque de moralidad dudosa, ¿cómo lo configuró?
GT.- Históricamente los malos son más interesantes, Dostoievski decía que cuando contaba en un cuento la historia de un ladrón de caballos, él estaba del lado del ladrón de caballos, porque no era juez. En el cine pasa esto, cuando hice una primera proyección de La mejor oferta en Italia, hubo una periodista que me escribió unas palabras, diciéndome que le gustaba la película por la historia de amor y porque cumple la ley importante de que quien roba, paga. Por eso la perfección es un concepto imperfecto, está lleno de contradicciones, es bonito que sea así, que todos puedan juzgar las películas en la contradicción. Sería terrible imaginar un mundo en el que una película o cualquier obra de arte le gustaran a todos, o les pareciera horrible a todos. Un mundo así no sería vivible.
Pregunta.- Finalmente, ¿su última película es la mejor oferta posible?
GT.- En esta profesión, puedes dedicar veinticuatro horas a tu oficio y todavía tener la sensación de que no es bastante; es igual que en el amor, puedes darlo todo y más y descubrir que no es bastante, o lo que es peor, que lo que has dado no es todo lo que el otro esperaba. Nunca se puede saber, las pujas son difíciles en el cine y en el amor…
Deja un comentario