Existen cineastas con los que se establece una conexión especial. Hace años, descubrí a Fatih Akin gracias a una comedia dramática tan encantadora como Soul Kitchen, en la que la multiculturalidad, la injusticia y la tensión configuraban un fresco rabiosamente distinto, repleto de pulso e hilaridad a su manera. Nueve años después, Akin recala en las pantallas con En la sombra, un thriller en el que la multiculturalidad, la injusticia y la tensión regresan a la cartelera, si bien encauzados de manera radicalmente opuesta.
Fatih Akin hace su entrada en los cines Golem ataviado con un jersey negro, estilismo que le es habitual. Hace apenas unos minutos hemos visualizado En la sombra y, precisamente por este motivo, necesitamos tiempo para procesarla. Por ello su caminar es sosegado, casi parsimonioso, aunque su actitud es segura y nada vacilante. Toma asiento y, en perfecto español, menciona un “buenas noches” que sorprende en boca de un alemán. A pesar de que acaba de aterrizar en España, se muestra repleto de energía y dispuesto a responder sin cortapisas a cualquier cuestión que se le realice, incluso cuando esta se tiña de gravedad para abordar los delitos de odio: “Este tipo de sucesos se ven en los medios y en los informativos a diario; lo que he hecho con En la sombra es hacer que pasen de un plano general a primer plano”.
En la cinta Akin nos presenta a Katja (Diane Kruger), una mujer cuyo marido e hijo son asesinados a causa del racismo, un tema que Fatih Akin trata con la seriedad debida: “Lo primero que hay que tener en cuenta es que Aus dem Nichts es una película alemana, es decir, europea; aquí tenemos problemas evidentes de racismo. Por eso quería dibujar algo que crease discusión, que generase debate. Quería que nos diéramos cuenta de que las víctimas del racismo no son solo aquellos que tienen ojos y cabello oscuros –menciona señalando su melena-, sino que se puede víctima teniendo pelo rubio y ojos azules. Mi intención era dar la vuelta a todo”.
La buena acogida en la sala y el afecto del público comienzan a hacer efecto. Acalorado, Akin se quita el jersey de manera imperceptible, cabeza primero, extremidades mucho después. Es entonces cuando deja entrever los tatuajes que luce su brazo izquierdo, unos dibujos que recuerdan a los del personaje de Katja, papel que le granjeó una Palma de Oro en Cannes a Kruger: “Diane es muy buena actriz, no recuerdo haber preparado con ella ningún aspecto del papel. Y es que, aunque adoro todos los aspectos de dirigir, el que más me gusta es el de trabajar con los actores. Diane Kruger entendía muy bien al personaje y yo no soy Michael Haneke –ríe-, no busco esa interpretación matemática ni indico dónde debe estar, ni cuántos pasos debe dar a la derecha. Diane estaba muy preparada. Se ponía frente a la cámara y yo solo tenía que verla actuar”.
Uno de los aspectos más preeminentes de la película es, sin duda, el concepto de venganza, un término que Akin entiende como consustancial a la naturaleza humana: “La venganza es algo muy antiguo, aparece en la Biblia pero ya formaba parte del ser humano desde mucho antes. Es algo que está profundamente arraigado en la sociedad. La venganza está ahí, incluso en la audiencia y en mí como cineasta. En lo visual la encontramos en películas coreanas y en las cintas de Quentin Tarantino. Pero mi idea era diferente, mi idea es que tenemos que tomarnos en serio la venganza. Por eso hay que hacerlo creíble, que sea molesto y perturbador al máximo”. Ante un tema tan controvertido, Akin no duda en proseguir: “La venganza no es ni más ni menos que la pérdida de control. Lo que muestro en la película es que, cuando no hay justicia, a veces se pierde el control. Quizá por eso En la sombra es tan controvertida y ha causado revuelo. Sin embargo, también ha sido exitosa a su manera. Conecta con la audiencia, seguramente porque el espectador es más inteligente que aquellos que nos dicen qué es políticamente correcto y qué no. Me ha pasado en todo el mundo, los espectadores conectan con la película”. Efectivamente, el éxito del público es destacado, a pesar de que algunos aspectos de En la sombra resulten controvertidos. Uno de ellos es la violencia, una violencia en absoluto pedestre ni directa, sino latente, mostrada desde la perspectiva crítica de Akin: “esta película no va de psycho-killers americanos. Si fuera así, quizá estaría nominada a los Oscar”.
El humor de Akin emerge con frecuencia, algo que rebaja la presión y ejerce de contrapunto para una cinta tensa. Su estructura desasosegante nos lleva a un segundo acto protagonizado por un juicio. La dinámica jurídica es tan exhaustiva y específica, que no puedo sino preguntarle por la dificultad que entraña abordar los procedimientos judiciales. En ese momento, el Akin más humilde emerge con fuerza: “Yo soy un chico de la calle, no tengo ni idea de terminología legal –sonríe-. La parte del juicio fue la que más trabajo me supuso. En Alemania existe una web donde se recogen todas las causas pendientes y juicios con respecto a los delitos de odio y, en un resumen inicial, me hice con quinientas páginas de documentación. Todo ello lo reduje a ciento veinte, a cincuenta y, finalmente, a treinta. Mi coguionista, Hark Bohm, es experto en aspectos jurídicos y, cuando coloqué toda esa información en el guion, fue él quien me indicó qué se podía insertar y cómo. No obstante, mi intención no era tener todos los pormenores legales y jurídicos, yo quería imprimirle un ritmo diferente. El orden de lo que sucede en el juicio no es el natural, sin embargo, le pedí que fuera así para que hubiera un equilibrio de fuerzas. Aunque suene extraño, quería que fuese como un partido de fútbol, que los goles los fueran marcando uno y otro equipo, para darle equilibrio y nivelar la tensión. Intenté por todos los medios hacer un Barça-Madrid –ríe-”.
Además de la venganza o la violencia, Akin también se refiere con frecuencia a la estructura episódica de su película, una cinta en la que la fotografía y la completa estética cambian diametralmente del principio al fin: “Cuando uno hace cine, emplea trucos. Literalmente. La película comienza en el guion y desde el propio texto se van introduciendo. Estos trucos sirven para provocar reacciones en el público, pero se va cotejando, se aumenta o disminuye la oscuridad; se quita y se pone luz hasta dar con lo que intentas obtener”. En este caso, lo hace en una película dividida en tres partes diferenciadas, tres bloques cuya estética marca el estado anímico de la protagonista: “Efectivamente, la película está dividida en tres bloques diferenciados, y el tratamiento de la luz, de la fotografía, es distinto en cada uno de ellos. Para la primera parte, le pedí a Rainer Klausmann, mi director de fotografía, que intentase emular la estética del cómic, sobre todo de Arkham Asylum de Batman. En él el protagonista está iluminado pero contrasta respecto a la oscuridad del fondo. La segunda es la parte del juicio, en la que quería que hubiera algo de coreográfico, de belleza por unos encuadres diferentes, jugando con el claroscuro y con planos muy cercanos. Y la parte final, la de la justicia, es más luminosa y equilibrada, pero tiene una luminosidad distinta, extraña; es una zona costera fuera de temporada, sin veraneantes. Y una playa sin turistas es como una madre sin su hijo, algo falta, algo falla”.
Se hace tarde, la velada está a punto de terminar. Me acerco a Akin y le felicito, él me responde amable, con ojos profundos y honestos. Ya en la calle, reflexiono hasta dónde estamos dispuestos los humanos a llegar por amor, por venganza o por ambas cosas. Me es imposible ponerme en esa situación, no quiero o no puedo imaginarlo.
Sonrío pensando que, sin duda, es una suerte salir del cine pensando en más cine. Qué fortuna contar con directores que, como Fatih Akin, remueven conciencias y plantean interrogantes.
(*) Mi agradecimiento a Golem y, especialmente, a Días de Cine por haber hecho posible este encuentro con Fatih Akin.
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