Como cada año octubre llega a nuestras vidas sembrado de macabras calabazas sonrientes, expectantes para celebrar Halloween o la oriunda noche de los difuntos. Un mes en que la parrilla televisiva  se halla repleta de ciclos dedicados al cine de terror, y nosotros no íbamos a ser menos. Realmente es cierto que resulta apetecible en el inicio otoñal el acurrucarse en el sofá, bajo las mantas y ver una buena película que verdaderamente  nos haga pasar miedo en la supuesta seguridad de nuestra casa, desde nuestra butaca. ¿Pero qué ocurre cuando el terror está en el propio hogar, en ese supuesto lugar apacible, cómodo y seguro donde esos miedos no pueden alcanzarnos? ¿Qué sucede cuando lo terrorífico es la propia casa?

Los castillos encantados donde los fantasmas acechan a los inquilinos, tan comunes en la literatura gótica de la que se empapa el celuloide, han dado paso a las (más habitualmente)  cinematográficas mansiones victorianas, casas de campo y recientemente a  pisos en medio de las caóticas ciudades, donde espectros atormentados buscan su venganza o justicia. Es muy usual que violentos acontecimientos pasados, como por ejemplo los asesinatos brutales o muertes desgraciadas, desencadenen en el futuro hechos paranormales. Los seres que protagonizaron aquellos sucesos regresan una y otra vez para rememorar su muerte, permaneciendo en nuestro mundo aferrándose a una vida que ya no poseen, como en Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001), cuya tragedia es la que los mantiene atrapados entre los vivos y donde, como es habitual en el género, los fantasmas tratan de echar a los inquilinos por todos los medios.

casas encantadas

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En ocasiones, la casa cobra vida por medio de los entes intentando todo lo contrario: trata de atrapar  a los habitantes para quedarse con ellos. Una relación parasitaria pues al hacerse con la vida de las personas se vuelve más fuerte, como en The Haunting (La Guarida) (Jan de Bont, 1999) o en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982). Esta última nos  acercó un poco más el miedo al desarrollarse en un gran barrio residencial en plena construcción y no en ninguna casa vieja o lejana en medio de la nada. Para culminar  con Dark Water (Walter Salles, 2005) donde  la casa encantada se convierte en un apartamento cualquiera de una gran ciudad.

Lo que guardan todas ellas en común es el desarrollo trágico que tuvo lugar  entre esas cuatro paredes  que parecen haberse quedado impregnadas del dolor.  Pero no siempre es la casa  la que está encantada, ni sus fantasmas resultan tan desagradables. Casper, por ejemplo,  es uno de los personajes que más ternura suelen despertar. Bitelchús es invocado al pronunciar tres veces seguidas su nombre, no está presente en la casa desde el inicio, en realidad acude cuando es llamado, y pese a ser incómodo no resulta tan terrorífico como el de Paranormal Activity (Oren Peli, 2007), quien tampoco vive en la casa, sino que persigue a la protagonista desde hace años.

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La guarida. Derechos reservados a su distribuidores y/o productores

Las cintas que se centran en las casas encantadas suelen presentarlas como si fueran un personaje más del reparto y antagonista del héroe. Toman del expresionismo cinematográfico la importancia y plasticidad de los decorados y la utilización de una iluminación de grandes claroscuros. En La Guarida en el exterior se presenta una sobria mansión, en su interior la decoración es abundante, y continuamente  cobra vida; el dosel de la cama se convierte en una jaula, las esculturas se mueven, las chimeneas pueden llegar a ser asesinas letales y el cuadro, como si se tratara del de Dorian Gray, se transforma con el estado de ánimo del fantasma-casa a medida que transcurre el tiempo. Una de las últimas películas que se han realizado sobre el tema ha sido  La mujer de negro (James Watkins, 2012) de la productora británica de cintas del género Hammer, poniendo en escena todos los arquetipos de un terror gótico clásico y muy literario.

Pese a ser menos terrorífico y más fantástico, acercándose más al cuento que al terror visceral, en la  actualidad el mejor representante del expresionismo es Tim Burton cuya estética gótica es la más fiel heredera del movimiento, con unas obras visualmente siempre espectaculares. Sus personajes son unos inadaptados sociales, unos monstruos que lejos de producir terror, apelan a la ternura del espectador.

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House on Haunted Hill. Allied Artists Pictures. Derechos reservados a su distribuidores y/o productores

Más terrorífico que Burton y muy relacionado con él es Vincent Price, protagonista de varias cintas del género, entre ellas La mansión de los horrores (William Castle, 1959), en ella el multimillonario Frederik Loren se aprovecha de los rumores acerca de la casa para organizarle la fiesta de cumpleaños a su esposa, la cual junto con su amante, juegan con las mentes asustadizas de los invitados manipulándolas al igual que a la casa, que como escarmiento se cobrará su justa venganza. Esta cinta muestra cómo el condicionamiento psicológico de las personas puede llevarlas a ver cosas que en realidad no existen, cómo el engaño realizado a personajes y espectadores induce los miedos y modifica el comportamiento de ambos, estando predispuestos a ser presas fáciles del terror. Algo que simplemente es lo que buscamos  cuando vemos este tipo de películas: que nos convenzan de que lo imposible es posible para así poder pasar un buen rato de miedo.

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