Quien dijera que mezclar nunca es bueno, estaba equivocado. Al menos esa expresión parece contradecir al cosmopolita espíritu del más afamado realizador de Nueva York, Woody Allen, quien en su último proyecto cinematográfico ha demostrado que de las combinaciones más impensadas, pueden surgir estimulantes resultados. Bajo el título Vicky Cristina Barcelona, -inusitado para un cineasta como él-, se esconde uno de los filmes más arriesgados de Allen, con plantel y localizaciones que mucho –no todo- tienen de nuevo, y que no parecen corresponderse con el alma que impregnaba las primigenias obras del director, ni tan siquiera las de sus mejores películas.
Atrás queda Manhattan, la Gran Manzana que tanto juego diera a Allen en su extensa filmografía –que excede las cuarenta películas-, y lejos queda también su adoptivo Londres, ciudad que acogió sus films de la nueva centuria. Con su último trabajo, Allen se ha reinventado a sí mismo mostrándonos que la mutación del paisaje no cambia, en absoluto, su carisma inconfundible ni su afán creador. Redundando en su travesía europea, después de títulos que renovaron su ya consolidada fama –léase Match Point (2005) o Scoop (2006)-, atrás quedan las tierras británicas para que el crucero Allen arribase en costas españolas, promesa contraída por el director neoyorkino tras su merecido Príncipe de Asturias de las Artes en 2002. Una ofrenda que, por descontado, ha cumplido con creces, habida cuenta de que gran parte del rodaje fue llevado a cabo en tierras astures, tal como unos pocos periodistas afortunados tuvimos la ocasión de presenciar. Fiel a su palabra, Allen filmó en las localizaciones más emblemáticas del Principado, con un despliegue hollywoodense que sorprendió, y de qué manera, al público allí concitado. Pero Allen cumplió, y no sólo en Asturias –tal como se infiere del título de la cinta-, aunque para ello tuviera que soportar el asedio de medios y público al que se vio sometido. Cumplió a pesar de que llegaran a solicitar a los curiosos turistas en Barcelona, que cejasen en su empeño de fotografiar las escenas durante el rodaje, precipitando la intervención de policía y guardia urbana para evitar el cerco al director. Cumplió, incluso, a la hora de hacer el cásting, siendo mayoría española el plantel del film, con el oscarizado Javier Bardem y Penélope Cruz en dos de los roles principales.
Misma musa, misma neurosis
A pesar del sabor español que impregna la película de Allen, qué duda cabe de que el realizador ha medido milimétricamente las concesiones estilísticas, manteniendo invariables elementos fetiche que le han definido en sus últimos filmes. Como musa indiscutible de Allen –pese a que en innumerables ocasiones lo haya negado-, Scarlett Johansson vuelve a coprotagonizar este filme, poniendo un toque sofisticadamente platino a esta comedia ligera y romántica, en la que Vicky y Cristina, dos amigas norteamericanas –Rebeca Hall y Scarlett Johansson respectivamente- deciden atravesar el Atlántico para vivir nuevas experiencias en tierras españolas, donde conocerán –y se enamorarán- de Juan Antonio –Javier Bardem-, un sugestivo pintor que las embelesará con su atractivo, al tiempo que deberán hacer frente a su colérica y celosa ex mujer, la exuberante María Elena -Penélope Cruz-.
Un conflicto amoroso difícil de sostener que provoca una situación límite que, según el realizador, “en la vida real, la mayoría de nosotros no podríamos manejar”. El enredo amoroso, los secretos compartidos, la intimidad, el arte, el sexo y la reclamante locura, serán el eje central de una película en la que los arquetípicos asuntos de Allen, volverán a ponerse frente al patíbulo para ser diseccionados y juzgados por el público.
Con su música a otra parte
Con años de saxofonista a su espalda, resulta curioso que el realizador de Manhattan haya elaborado una esmerada banda sonora en la que dos temas han sido llevados a cabo por un grupo de música español. Alejado de su jazz emblemático, el grupo catalán Giulia y los Tellarini, ha hecho su peculiar aportación con dos singles que dan voz a la imagen del film de Allen: “Barcelona” y “La ley del Retiro”, ambos incluidos en su primer disco, Eusebio. Esta aportación fortuita –dejaron en el hotel en el que estaba alojado el cineasta un CD para que lo escuchara- sin duda ha enriquecido una película que ya ha cosechado éxitos en Cannes el pasado mes de mayo, cuando se presentó en sociedad, y tras cuyo visionado en la capital mundial del glamour cinematográfico, fue laureada por unanimidad. En la actualidad, además de haberse hecho público el cartel que será la tarjeta de visita del film, la película también fue presentada en la première de Los Ángeles el pasado 5 de agosto, donde de nuevo volvió a cosechar el triunfo que ya obtuviera en el estreno. En nuestro país, habrá que esperar todavía al próximo 19 de septiembre para saborear la nueva película de un cineasta que nunca deja indiferente a su público y que, como mínimo, poseerá un toque incomparable con respecto a sus filmes más representativos. Tal como afirma el diario de espectáculos Daily Variety, esta película es “más apasionada que el cine normal (de Woody Allen) por varios grados”.
Grados de pasión que resultarán todo un aliciente para el espectador y un récord loable para un director que, treinta años después, aún consigue sorprendernos.
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