Título original: El reino
Dirección: Rodrigo Sorogoyen
Guion: Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen
Música: Olivier Arson
Fotografía: Álex de Pablo
Reparto: Antonio de la Torre, Josep Maria Pou, Nacho Fresneda, Ana Wagener, Mónica López, Bárbara Lennie, Luis Zahera, Francisco Reyes, María de Nati, Paco Revilla, Sonia Almarcha, David Lorente, Andrés Lima, Óscar de la Fuente, Laia Manzanares
Año: 2018
Duración: 122 minutos.
Producción: Coproducción España-Francia (Tornasol Films, Trianera PC AIE, Atresmedia Cine, Le Pacte, Mondex, Cie, Bowfinger International Pictures).
Estreno en España: 28 de septiembre de 2018.
Fue Winston Churchill, adalid de la gestión pública, quien señaló que un buen político es aquel que, tras haber sido comprado, sigue siendo comprable. Así las cosas, la película que nos propone Rodrigo Sorogoyen es el retrato de un ejercicio impecable de buena política. Porque lo que el director de Que Dios nos perdone nos propone, sin contemplaciones ni miramientos, es una estampa descarnada de los mecanismos que sostienen cualquier administración, los entresijos peripatéticos de quienes, ostentando el poder, desean aún mayores privilegios. Y lo hace Sorogoyen con altas dosis de buen quehacer cinematográfico y de adrenalina, desde la perspectiva de cierta pulsión primaria, llevando la corrupción a un nivel personal y hasta de supervivencia. El guion coescrito con Isabel Peña y los intérpretes soberbios completan la corte de este monumental reino.
Manuel López-Vidal (Antonio de la Torre) es vicesecretario autonómico de la costa española. Entre su círculo de amigos se encuentran los colegas de su partido, con quienes comparte secretos, lujos y placeres a discreción. Aunque está felizmente casado (Mónica López) y tiene una estupenda hija (María de Nati), su voracidad política no se verá satisfecha hasta que no logre hacerse con la dirección del partido autonómico, ahora en manos de Frías (Josep María Pou). El compadreo con los otros amigos de filas como Susana (Sonia Almarcha) o Cabrera (Luis Zahera) se verá empañado por la detención de uno de los compañeros de partido, Paco (Nacho Fresneda), acusado de corrupción y tráfico de influencias. A partir de entonces, sus esfuerzos por ocultar los manejos realizados en el seno de su formación política no harán más que empezar, luchando porque la cúpula de Madrid, capitaneada por Ceballos (Ana Wagener) y Alvarado (Francisco Reyes), no llegue a ser consciente de las acciones perpetradas por su administración local.
Con la enemistad de parte de la prensa, especialmente de la periodista Amaia Marín (Bárbara Lennie), y el quebrantamiento de bastiones esenciales como su matrimonio, la amistad y la paz en el seno de su partido, Manuel perderá la confianza en todo cuanto le rodea, comenzando una trepidante carrera contrarreloj para evitar la purga, el escarnio y, a la postre, el fin de la vida tal como la conocía.
Impecable película de Sorogoyen, en ella no solo pone en práctica el juego psicológico de Stockholm y la acción sostenida de Que Dios nos perdone, sino que se adentra un paso más allá en la total destrucción (a innumerables niveles) de la carrera y la vida de un político. Pese a ello, la naturaleza arrogante del protagonista, de dimensiones sansónicas, hará que encuentre oportunidad en las dificultades, renaciendo en cada secuencia como una suerte de relectura de Rennt, Lola, rennt (1998) de Tom Tykwer. Agónicas huidas, escaladas, allanamientos, interrogatorios, persecuciones, registros y detenciones se van turnando en un guion en absoluto indulgente, acompañado por una puesta en escena y una banda sonora no aptas para cardíacos.
No sería de recibo esquivar la interpretación del este reparto, estos cortesanos de un reino repleto de iniquidad, los cuales se convertirán en víctimas y verdugos de su propio envanecimiento. Las interpretaciones de De la Torre, Pou, Lennie, López, Wagener, Zahera, Almarcha, Reyes y Fresneda son dignas de la máxima admiración, ensambladas como están en un rompecabezas que corta el aliento.
El reino es, en definitiva, película sin fisuras que exige del espectador tanta reflexión y compromiso como los que entrega. Porque puede que lo personal sea político, pero ya era hora de que lo político se tratara como algo personal.
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