Por Damián Gutiérrez Sáenz
Título original: The Power of the Dog. Año: 2021. Duración: 128 minutos. País: Australia, coproducción Australia-Reino Unido-Nueva Zelanda. Dirección: Jane Campion. Guion: Jane Campion (novela: Thomas Savage). Música: Jonny Greenwood. Fotografía: Ari Wegner. Reparto: Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie, Frances Conroy, Keith Carradine, Peter Carroll, Adam Beach, Karl Willetts, Geneviève Lemon, Yvette Parsons. Género: western, drama.
El western, perdida su condición de género rector, se sigue abriendo paso hacia el Oeste en la era de las plataformas. En las últimas décadas parece haberse fragmentado en múltiples caravanas que cruzan, por su cuenta y riesgo, el desierto digital. Desde el humor cabrón de Tarantino, a cuya estela y estilo han nacido El pájaro carpintero o Más dura será la caída, hasta los ojos femeninos de Godless o Deuda de Honor. Sí parece haber una tonalidad, desde que Clint Eastwood pusiera sobre la mesa Sin Perdón, que busca revisar el mito desde la ficción. Deadwood, The Rider, el remake de Valor de Ley, La balada de Buster Scruggs y ahora El poder del perro están en esa vibración.
A la película de la neozelandesa Jane Campion no llega el ferrocarril. En ella tampoco se libran guerras contra los tótems clásicos del salvajismo: los indios y el desierto. La piedra no sustituye a la madera como elemento constructivo. Mientras el paisaje amarillo oscuro permanece inalterable, todo el cambio se libra dentro de Phil Burbank, cada vez más acorralado por el siglo XX y sus nuevas sensibilidades. El poder del perro depone las Winchester para constituir una civilización mental.
Phil (Benedict Cumberbatch) es un vaquero que castra sin guantes y guía su moral por ídolos del pasado. Pronto el rancho que lidera con duro trabajo se verá invadido por personalidades antagónicas a la suya. George Burbank (Jesse Plemons), su hermano amable que prefiere la bañera al rodeo. La viuda Rose: torturada, temerosa, vulnerable a las inclemencias del Salvaje Oeste. Y, en especial, el hijo de esta, Peter, de especto enfermizo y amanerado, aspirante a florista cirujano.
La gran de potencia de la película es ver cómo Phil va reaccionando al tumulto sentimental que se instala en su dominio maloliente. Y cómo la hostilidad manifiesta hacia lo diferente esconde resortes velados de vergüenza y envidia. El rostro alienígena de Cumberbatch, alejado de la dureza de los antihéroes del western, guía la extrañeza de la película, que avanza sonámbula hacia la transferencia de mentalidad.
No se escuchan disparos en toda la película que rompan la música de Jonny Greenwood. De hecho, el duelo de los personajes más abiertamente enemistados enfrenta a un piano con un banjo y no sucede en una main street polvorienta sino en la más negra claustrofobia de la convivencia.
El ritmo autista de la película avanza despacio con las irritadas interacciones de los personajes. Lo jalonan el clásico paisajismo del género y el costumbrismo artesano del rancho, una de las peculiaridades del filme.
El poder del perro constituye una nueva expresión del relato de frontera en la que la educación no avanza, sino que viene. Y exige la lenta deglución de la pintura. El Salvaje Oeste lima su animalidad y purga sus instintos violentos. Comprende el futuro en sus papilas de bestia con el triunfo de los hasta entonces desvalidos.
Libra de la espada mi alma,
del poder del perro mi vida.
Sálvame de la boca del león,
y líbrame de los cuernos de los búfalos.
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