La nobleza del hombre procede de la virtud, no del nacimiento
Epicteto
Queridos amigos de Todo es cine, es una satisfacción poder ponerme en contacto con todos vosotros, y que podamos reflexionar con algunas de nuestras películas preferidas. Hoy le toca el turno a El niño de Marte (2007, Menno Meyjes). Se trata de una historia casi de thriller que John Cusack borda como nadie, es un actor asombroso que transmite con todo su cuerpo y que llega al espectador, al igual que su hermana Joan, la cual también forma parte del elenco de actores de esta película. Cusack es David Gordon, un novelista viudo que al quedarse solo, se compromete a tener un hijo, un niño adoptado. Como a David escribe ciencia ficción, se lleva a su casa a Dennis (Bobby Coleman) un niño que por sus manifestaciones, cree ser de Marte. Según él alguien –los suyos- le han dejado abandonado, y por ello debe recopilar mucha información de la Tierra, y así estar preparado para cuando vuelvan. En ese mundo vive, comiendo sólo cereales con leche, sin poder ver la luz del día salvo con gafas de sol y un paraguas viejo y roto que le mantienen fuera de lo que le hace daño; también lleva el cinturón con pesas que le mantienen sujeto al suelo, pues la gravedad de la Tierra no le afecta.
Imagen de «El niño de Marte» – Copyright © 2007 New Line Cinema. Distribuida en España por TriPictures. Todos los derechos reservados.
Al principio David se enfrenta a la situación con gran sabiduría, sabe cómo llevar al niño dejándole que tome las decisiones, sin prohibirle nada; los dos viven la fantasía. Hasta que las personas que les rodean, su propia hermana Liz (Joan Cusack), los colegios, los niños con los que Dennis no acaba de relacionarse, les obligan a replantearse su modo de vida. Pero su padre lo lleva al colegio, lo espera en el coche, y su tesón hace que un día, aunque ya triste y cansado, el niño se suba al alfeizar de un planetario (lugar en el que cree que lo vendrán a buscar), y donde su padre le dice que nunca le abandonará. El niño, por lo sumamente inteligente que es, se da cuenta de todo lo que le ocurre, pero debe reinterpretarlo según su edad y conocimientos.
La historia es muy bonita. Entiendo que padres y educadores no tienen la suerte de poder disponer de tanto tiempo libre, el que su trabajo le proporciona al protagonista de El niño de Marte, ni tantos recursos para poder tener un niño tan “especial”. Pero hay niños de “Marte”, o de cualquier planeta –pueden ser de Venus-, la cuestión es que se sienten y están abandonados, y que son otras personas quienes les dan el apoyo para poder seguir. Esto no es fácil. La vida no es fácil, ni para unos ni para otros. Pero los peques, que son pequeños precisamente porque se están formando, tienen su cabecita llena de cosas, que ahora a nosotros nos parecen ridículas, pero que para ellos no lo son.
Ellos están a merced del buen hacer de aquel que les educa, que les quiere. Los niños durante su desarrollo tienen tendencia a centrarse en un único rasgo de una situación, por eso tienen dificultad para atender a otros rasgos. Para ellos las cosas son como aparenten ser, tal y como lo perciben de manera inmediata, lo que se conoce como realismo.
Pero es que también piensan que cualquier fenómeno físico es producto de la creación humana, son artificialistas; creen que los lagos, por ejemplo, son fruto de hombres que los excavan y rellenan con agua procedente de tuberías. Pero aún hay más. Los niños también creen que la realidad inanimada tiene conciencia, son animistas, atribuyen a los objetos una conciencia. Por ello pueden creer que la luna les sigue cuando pasean de noche.
Con todo ello nos damos cuenta de que el peque tiene que crecer, que nosotros debemos ayudarle en esa tarea de desarrollo, la aventura de la vida. Por eso las personas que respaldan, ayudan y aman a las pequeñas personitas, saben por qué ellos se creen de Marte, pues no entienden muy bien dónde empieza y acaba la vida, y esta sociedad nuestra tan complicada incluso para un adulto.
El guía es esa maravillosa persona que aquí tiene todo mi apoyo y cariño.
Feliz viaje, desde la Mecedora.
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