Uno de los temores más comunes  entre el ser humano es el miedo a la muerte, lo finito del mundo que nos rodea, la extinción de nuestra propia existencia o la  de un ser querido. Con esta conciencia como telón de fondo nace a su vez el ansia de lograr la vida eterna, no envejecer, que nuestro cuerpo no degenere, que nuestra vida no se apague. Jugamos a ser dioses. Y como Prometeo queremos crear la vida y, al igual que él, en las ocasiones ficticias en las que lo hemos hecho, hemos sido castigados. Al menos en cine y literatura. Pues, traer a la vida a un ser difunto va contra natura y lo que retorna de las tinieblas  ya no es un ser humano, es un monstruo, ya sea  un zombie o alguna variante, que para penarnos se alimentará de nosotros, o será un ser artificial, con sentimientos y sensibilidad pero que al no encajar en nuestra estética rechazaremos  y humillaremos. Tal como sucede con el monstruo de Frankenstein. Una historia de terror victoriano escrito por Mary Shelley. Una de las más  influyentes del género en el cine, donde se ha versionado y revisado en innumerables ocasiones. Siendo Tim Burton el realizador más influenciado y el que más recurre al tema en sus cintas.

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Imagen de Frankenstein de Mary Shelley (1994) © TriStar Pictures, American Zoetrope, Japan Satellite Broadcasting (JBS), IndieProd Company Productions, todos los derechos reservados.

De entre las representaciones más tradicionales del cine clásico hay una muy destacable, es la figura del científico loco y su criatura de la película Metrópolis  (1926) de Fritz Lang, una película tan recordada y presente en el imaginario común que hasta la UNESCO la incluyó en el Programa Memoria del Mundo. Sin embargo, en cuanto a monstruos terroríficos se refiere fue el monstruo que encarnó Boris Karloff en 1931 (El doctor Frankenstein, Dir. James Whale) el más recordado por todos, con su pesado y lento caminar, sus grandes manos y esos tornillos, en realidad electrodos, como toque final a un maquillaje realizado por Jack Pierce. Una criatura sin nombre, que pese a estar creada con retazos de asesinos, y aunque parezca cargar con parte de la maldad que poseyeron los muertos que en este momento lo componen, ahora en esta nueva vida estrenada, despierta ternura y compasión  por un lado, y temor por otro, pues es un ser único, desarraigado, algo que lo aliena de  una sociedad que sólo acepta a sus semejantes y que teme  a lo desconocido.

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Imagen de Frankenstein de Mary Shelley (1994) © TriStar Pictures, American Zoetrope, Japan Satellite Broadcasting (JBS), IndieProd Company Productions, todos los derechos reservados.

Pese a las muchas versiones que el monstruo y su vida han tenido en cine, televisión, en clave de terror o de comedia, no sería hasta 1994 cuando Kenneth Branagh nos daría la versión más literaria del monstruo donde él mismo interpretaría a Victor Frankenstein, De Niro al monstruo y Helena Bonham Carter a Elizabeth. Una película en la que el científico muestra su locura sanguinaria por la resurrección de los muertos debido a un viejo trauma que arrastra, la pérdida de su madre años atrás. No obstante,  aquel que regresa de la muerte ya no es un ser humano, su alma, su conciencia, su esencia se pierde en el camino, y lo que regresa  es algo diferente, algo tan tenebroso como el lugar del que viene, de la muerte.

Una oscuridad trasladada al filme con una estética y fotografía que recuerda  a Drácula, de Bram Stoker (1992)  de Coppola, quien fue productor en la del ‘94. Con algunas imágenes para el recuerdo como en la que Victor sube las inmensas escaleras con su ya esposa Elizabeth  en brazos envuelta en una larguísima tela roja que cae tras ellos, recorriendo el suelo como si se tratara de un reguero de sangre, la imagen más poética de las muchas que hay en la película.

Pese al temor que la muerte pueda provocar en el hombre o la desolación e impotencia que le invada  ante la pérdida de un ser querido, hay que tener presente que la alternativa puede ser mucho más terrible y terrorífica, ya que el retorno de los difuntos siempre irá rodeado de sombríos y apocalípticos acontecimientos.

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