El hombre siempre ha sentido la necesidad de contar historias y de engrandecer a los personajes que realizaron las hazañas maravillosas. Unas aventuras que han pasado a través del tiempo, sobreviviendo a él, para alojarse en la memoria de las personas, quienes lo transformarían en héroe. Así, héroe y aventura se convierten en un ejemplo a seguir, siendo utilizados como representación y explicación del mundo ordinario. En ocasiones, estas leyendas contienen una base histórica, aunque la metamorfosis causada por los siglos y la imaginación está muy lejos de su antigua  veracidad.

Únicamente unas cuantas leyendas logran sobrevivir, pocas han llegado hasta nuestros días, muchos héroes han muerto en la memoria. Sólo un puñado, los mejores, continúan vivos, y de ellos una mínima parte siguen influyendo en nuestra sociedad. Unos mitos tan enraizados que su historicidad o ficción carecen de importancia, pues sus héroes están tan presentes que continuamente el hombre les da vida. Esto es lo que sucede con el rey Arturo, una leyenda nacida de un hecho que se cree pudo suceder en el siglo V, cuando el guerrero luchó contra la invasión sajona en la memorable batalla de monte Badon. Obteniendo una victoria que sería lo suficientemente relevante como para ser relatada, pasando de padres a hijos, transformándose hasta lograr convertirse en el mayor exponente heroico de monarca ejemplar a quien seguir e imitar.

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Arturo se consagró como uno de los grandes mitos creados por la humanidad. Traspasando lo oral para asentarse en la tradición escrita, dando lugar a un extenso ciclo literario del cual, más tarde, el cine tomaría parte en la leyenda para darle un cuerpo físico y retomar tan fantástica historia. La gran transformación del mito viene dada por la literatura que lo mutaría y evolucionaría, añadiendo nuevos personajes, elementos y tramas a todo este universo. Un formato que ha dejado magníficas obras, joyas literarias que, desafortunadamente, el cine no ha sabido aprovechar de forma muy acertada, resultando así pocas cintas destacables que toquen el ciclo artúrico sin destrozarlo y menos aún las que lo engrandecen.

Desde el punto de vista histórico del héroe, muy digna resulta la película realizada por Antoine Fuqua El rey Arturo (2004). Aunque con un final flojo, hubiera sido preferible el ofrecido en la versión extendida en DVD que nos presenta la opción más acertada de la conclusión del director. Lo más destacable es el cambio que se realiza en la figura de Ginebra, transformada para esta versión en guerrera picta. Y a un Arturo, como comandante romano, muy sólido y convincente gracias a la interpretación  de Clive Owen.
En la década de los 60, 1967, llega al musical de la mano de Joshua Logan con Camelot, sobre su propia y homónima versión creada para Broadway, situando y dibujando el reino con una estética hippie, muy de moda en la época, siguiendo la actitud pacifista del movimiento, hasta el punto de extirpar el ancestral espíritu guerrero del monarca quien evita toda confrontación y lucha, tal y como trataron de evitar y reclamar ciertos sectores.

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Una vuelta de tuerca a la leyenda se la dio el grupo cómico inglés Monty Python quienes en 1974 realizaron Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores. Con su habitual tono hilarante someten a una crítica inteligente y humorística todas las aventuras, personajes y objetos arquetipos tan comunes en las novelas de caballería del ciclo. Todo adornado con diálogos irreverentes y continuos gags,   siendo hasta el momento el film con el enfoque más divertido de la saga cinematográfica. Años más tarde en 1991, un excomponente del comentado grupo, Terry Gilliam, se embarca de nuevo en el ciclo esta vez en solitario creando El Rey Pescador, una de las más audaces reinvenciones cinematográficas del mito. En la película la leyenda es reinterpretada y llevada a Nueva York  en la década de los 90, utilizando el mito como medio para evidenciar la soledad de las personas  en una gran ciudad moderna. Pese a esa modernidad, el espíritu del universo de perfección y la magia del ciclo están presentes, consiguiendo, como en la leyenda literaria, curar las heridas más profundas de los personajes atormentados.

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De esta forma tan personal Gilliam extrapola uno de los elementos centrales  de la saga, el Santo Grial, realizando la búsqueda de un grial, que aunque no  sea en mayúsculas, sí posee el don de la curación, como el grial que Chrétien de Troyes introdujo a finales del siglo XII en su obra inconclusa Perceval o El cuento del grial. Gilliam crea una compleja trama donde  se somete a crítica la conducta apática de una sociedad en la que nadie se preocupa por nadie; y quienes en la Edad Media fueron los caballeros abanderados los encargados de realizar la aventura más grande jamás contada, hoy, en la actualidad,  los olvidados y excluidos de una sociedad fría y elitista son los elegidos para llevar a cabo la búsqueda.

Merecedora de mención es la versión infantil que la factoría Disney realizó en 1963, acercando una pequeña parte  del mito a los niños con Merlín el encantador que finaliza con el logro de la espada Excalibur y el trono de Inglaterra, justo en el momento en el cual la leyenda se complica como para ser comprendida por el joven público al que está dirigida. Un argumento que sigue la trama habitual de la metábasis de los cuentos tipo El patito feo, con el cambio de fortuna del personaje a mejor. Aunque únicamente sea el Santo Grial el elemento presente del ciclo, se debe tener en cuenta al audaz arqueólogo Indiana Jones, quien en 1989 emprende su búsqueda, volviéndose a reunir para ello el binomio Lucas-Spielberg. Con el hallazgo del objeto el héroe, al igual que el rey Arturo, logra la inmortalidad.

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De todas las cintas mencionadas concluyo con la que mejor ha sabido llevar a su terreno el mito, basándose sobre todo en la novela que sir Thomas Malory  escribió en el siglo XV La muerte de Arturo. No podía ser otra que la magnífica película de Boorman Excalibur (1981), En la cual se presenta al monarca con su habitual carácter luchador y elevado sentido de la justicia. Una historia en la que los caballeros se aventuran en la búsqueda del Santo Grial. La cinta muestra a un Merlín benefactor, pero poseedor de ese lado oscuro que en su génesis le caracterizó, tal como narró en el siglo XII Geoffrey de Monmouth en su libro pseudohistórico Historia de los Reyes de Britania.

El film de John Boorman muestra la habitual tierra yerma y el caos desolador causado por el adulterio y las traiciones que acontecieron en ese mundo perfecto. Todo ello enmarcado con un expresivo y  cambiante colorido con grandes connotaciones simbólicas, y la potente música de Carmina Burana como tema principal, presagiando todo ello la destrucción final. Pese al trágico desenlace del mito artúrico que, dependiendo de la fuente literaria sigue vivo en Ávalon a la espera de restablecerse de sus heridas, o no, no llegó a sobrevivir falleciendo en el campo de batalla, el rey se ha consolidado como una fuerte y arraigada leyenda literaria y cinematográfica. Ha conseguido formar parte importante de nuestra cultura,  superando el paso del tiempo gracias a una ejemplar moral y a sus grandes  caballeros. Un reino con un mandatario modélico que continuamente  se ve sometido a revisiones, aunque su esencia ha logrado permanecer desde su génesis inalterable.

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