Decía Óscar Wilde que «la ambición es el último refugio del fracaso». La historia de la película del año 1949, Champion, de Mark Robson, muestra un recetario teñido de aquellos años de la «caza de brujas», arribistas, ocultos, hombres despiadados por la angustia vital y la corrupción del alma.
Una cinta con un montaje sorprendente de un director que trabajó como asistente en las dos películas más notables de Orson Welles: Ciudadano Kane y El cuarto mandamiento.
El ídolo de barro le supuso a Robson la candidatura del Gremio de Directores de Estados Unidos y, al igual que a su actor protagonista, Kirk Douglas, fue su carta de presentación hacia un futuro plagado de éxitos.
Con un realismo cercano al cine negro y, al mismo tiempo, a la poética de Jean Renoir, desde la observancia del enfrentamiento social, la lucha de clases y el arribismo que se diseña en el protagonista de la película. Con el patetismo existencial de los personajes integrados en el blanco y negro del mundo del boxeo, en la brillante fotografía de Frank Planer, nominado en este año y en 1953 por Vacaciones en Roma, y el medido guión de Carl Foreman, autor incluido en «la lista negra de Hollywood» y Óscar en el año 1957 por El puente sobre el río Kwai.
De alguna manera, la cinta de Robson se convierte en un drama Shakesperiano por su letal lucha del hombre con el destino, donde las ambiciones se destruyen en pos de un sentido de justicia de los propios personajes. La misma que es necesaria para que se restablezca un orden dentro de la propia existencia. Un personaje que el imberbe Kirk Douglas repetirá un año después en El Trompetista de Michael Curtiz.
Robson elabora una puesta en escena impactante al reflejar el ambiente pugilistico que contrasta con la sobriedad en la introspección de los caracteres de sus personajes, los cuales, avanzan en la cinta al mismo tiempo que desarrollan su propia tragedia. Cierto tono neorrealista se sumerge en las interpretaciones de Ruth Roman y Arthur Kenedy, donde expresan una conformidad de polos opuestos, como la bella y la bestia, como el amor y el odio. Una mujer manipuladora, Marilyn Maxwell, excelsa mujer fatal de aquellos años de posguerra y un ingenuo Arthur Kennedy que intenta conducir a su hermano por la senda del bien.
Un viaje embrujado por la idolatría del poder donde al final del camino nos espera un trozo de barro, metáfora de la debilidad y disfraz del ser cegado por la ambición. Pura tragedia destilada desde la biblioteca de historias pergiñadas con enorme talento por el Hollywood clásico de los años cuarenta en esta película de serie B, que al igual que otras se convierte en una obra maestra del género.
Con seis nominaciones y el Óscar al mejor montaje de Harry Gerstad (ganador en 1952 por Solo ante el peligro), Champion es la disquisición entre ética y moral, entre la soledad y el éxito donde el fracaso se eleva como un ídolo de barro.
Cuando Kirk Douglas eligió a Robson en lugar de a Siodmak para realizar El gran Pecador junto a Gregory Peck y Ava Gadner, ese día, él mismo trazo su leyenda al elegir esta sobresaliente producción de serie B de Stanley Kramer plagada de luz expresionista.
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