En John Ford el western se transforma. Vive. Muere. Diera la impresión que incluso agoniza. Se interpreta cual autoritaria excusa para narrar la existencia. Eclécticamente dibuja el mapa de los géneros cinematográficos: comedia, drama, aventura, etc. Por esta razón se agota. Diera la impresión de ser un Picasso “que ya lo ha hecho todo”. Consummatum est.
Además, Ford se esconde en su personalidad camuflada de “duro”, para expresar en su celuloide un amplio campo de emoción, de compasión y por qué no, de cierto sentimentalismo (recordemos Cuna de héroes, ¡Qué verde era mi valle!). Un lenguaje cinematográfico propio de un hombre de puño firme y gran corazón. Como dijera Jean Mitry, “hemos asistido a sus tentativas de inscribir una tragedia colectiva en un universo cerrado, para alcanzar una mayor densidad formal y una tensión dramática más sostenida”. Estas características que hacen del “maestro irlandés” un gran hombre existencialista -que afirmaba que su vida solo le importaba a él mismo- se simplifican y aúnan en la soberbia cinta del año 1962 (filmada en blanco y negro, a la vieja usanza, para destacar el alma; sin efectos. Desnuda), The Man who shot Liberty Valance.
La clave para esta afirmación fue la misma frase del filme: “Cuando la leyenda se convierte en realidad, hay que imprimirla”. Esta es la razón de peso de este artículo. La ruta que Ford elabora sin reminiscencias del mito al logo. Grandilocuente argumento clásico. Como el mismo Don Quijote al iniciar idéntico viaje. Es cierto que en otras películas destaca este concepto de leyenda (Centauros del desierto) pero, a mi modo de ver, en Liberty Valance se sitúa al borde del precipicio entre la objetividad de la realidad y la subjetividad de la fascinación imaginativa. De ahí su carga poética (sabida es la admiración de Ford por los personajes perdidos en sus propias vidas; los outsiders). Como afirma el biógrafo cinéfilo Joseph McBride “Ford se pierde en nuestra propia cultura actual por su arraigado sentido de verdad en el personaje del noble proscrito”. Ford es crítico a la hora de enfrentar el hombre al mundo. Una cuestión parecida a la que desarrollaba Capra en sus historias más conmovedoras (Juan Nadie, Caballero sin espada) y en cierto modo peregrinas de autenticidad.
Ford es menos utópico. Es más inseguro en la lágrima que Capra. Es menos sentimental en el aspecto melodramático. Su excesivo control sobre el rodaje le confiere una contradictoria habilidad de enorme pragmatismo. ¿Podríamos decir que Ford es utilitarista? En la cinta de Liberty Valance es un romántico donde el flash back se convierte en la llave de sus recuerdos, de su añoranza por alcanzar una idea que está muy presente en la película: la verdad desde un sentido de justicia. Porque, ¿quién fue realmente el hombre que mató a Liberty Balance?
Pero ambos directores coinciden en la forja de cineastas que blandieron el hierro del sueño americano. El hogar, el respeto, la dignidad y la ley siempre están presentes en el cine de Ford. Este es el conflicto. ¿Son parámetros alcanzables? Dijéramos que Ford se muestra filósofo a la hora de decirnos que solo son realmente posibles si se ejercitan desde la voluntad al servicio de la libertad del hombre. Es el cine de Ford: la función de “ser” en relación al comportamiento del individuo en la colectividad. Ford apela a los valores intrínsecos del hombre y deja a un lado los valores instrumentales.
El personaje de Ransom Stoddard (James Stewart) se completa de razón y ante la incomprensión de los hechos (reflejado con cierta comicidad en la escena del “bisteck más hecho o menos hecho”) busca en sus recursos sicológicos, en la emoción y en la pasión. Es un tratado sobre la dignidad del ser humano. También está muy presente el compromiso ético que nace de una raíz en la amistad. Curiosamente en su anterior película del año 1961, Dos cabalgan juntos, esta relación afectiva se manifiesta en las figuras del mismo Stewart y Richard Widmark, y transcurren al igual con el personaje de John Wayne. En Liberty Valance, la relación se fortalece hasta el punto de que la complicidad, el secreto de un disparo necesario pero mentiroso, es la constatación a una relación afectiva desde el ámbito aristotélico: “una sola alma en dos cuerpos”. En definitiva es el concepto poético de Albert Camus: “Camina a mi lado y sé mi amigo”. En Ford este pensamiento se convierte casi en un paradigma. Es una especie de anhelo fordiano que trasciende a la colectividad. La pretensión es más elevada. Su deseo es caminar junto al sentimiento de la colectividad desde el parámetro de valor intrínseco que no instrumental. Pues a mi juicio, en esta película de 1962, que se rodó en blanco y negro, quizás para encajar a unos actores de cincuenta y muchos años en las pieles de jóvenes valientes e idealistas, este anhelo de Ford se lleva a la máxima expresión. Con un testigo impertinente: el propio Valance (Lee Marvin, quien trabajó con Wayne un año antes en Los Comancheros).
El otro gran asunto que desmenuza el guion de la película es el hombre frente el mundo. (El escritor J.W. Bellah era un incuestionable colaborador en el universo fordiano. Realizó entre otras La legión invencible, Fort Apache y Río Grande). Stewart se pregunta a sí mismo por su cobardía. Es un problema existencial el que asiste al personaje. El propio Ford para preparar el papel de Stewart, algunas mañanas le susurraba al oído diciéndole: “Tú no eres un cobarde”. La presencia del Enrique V de Shakespeare, El día de San Crispín, es un pulsador en la conciencia del personaje de Stewart.
En un espacio y lugar contemporáneo, porque es universal. El querer y poder. El poder y el deber kantiano. Con la visión del mundo femenino en una historia de imaginación. De idealistas que llegan a lo más alto imaginado. Desde la mirada de la esposa resignada a un hombre que siempre hará lo que tiene que hacer. Ford nos refleja el amor crepuscular, contenido una vez más en la profunda raíz del ser humano: sentir. En la caracterizaciones de los personajes, en los encuadres de cámara, en los planos profundos de esas calles perdidas que se quedan en la retina de unos relatores de la vida, hermosa en su mirada ante la perplejidad de una puesta en escena en una taberna. Con la masculinidad de Wayne y la imposición: “¡Cógelo tú…Valance!”. Evocando ese Río Bravo del año 1959. Querer y poder. Vivir y existir: El hombre que mató a Liberty Valance.
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