Una casa de lujo, decenas de invitados y una cadena de infortunios que se cierne sobre ellos. Aunque pueda parecerlo, no nos referimos a El ángel exterminador, obra maestra de Luis Buñuel, sino a El guateque (1968) película de culto producida y dirigida por Blake Edwards, en la que comprobamos cómo los mismos ingredientes pueden configurar narraciones completamente distintas en forma, pero igualmente críticas en contenido.

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Imagen de El guateque © 1968 Mirisch-Geoffrey Productions, distribuida en España por Metro-Goldwyn-Mayer Inc. (MGM). Todos los derechos reservados.

Con guion de Blake Edwards, Tom Waldman y Frank Waldman, los tres implicados en distintos episodios de La Pantera rosa, se presenta una rocambolesca historia de humor que, dado lo disparatado de su situación y la comicidad de su trama, bien podría ser una astracanada de Pedro Muñoz Seca o una slapstick comedy de los años veinte. En el centro de esta comedia caricaturesca está Hrundi V. Bakshi (Peter Sellers), un actor hindú acostumbrado a trabajar como comparsa en películas de serie B, al que le brindan la oportunidad de actuar como protagonista. A pesar de sus esforzados intentos por cumplir con sus obligaciones, su desmañada actitud hace que vuele por los aires el decorado de su película, hecho por el que de inmediato será despedido y desterrado de  cualquier producción de Hollywood. La situación cambiará sustancialmente cuando a su humilde piso llegue por error una invitación al cumpleaños de la esposa del productor de su fallida película, lo que Bakshi interpreta como una ocasión única para reconciliarse con una profesión que le repele y que, al final de la cinta, seguirá repeliéndole aún más si cabe.

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Imagen de El guateque © 1968 Mirisch-Geoffrey Productions, distribuida en España por Metro-Goldwyn-Mayer Inc. (MGM). Todos los derechos reservados.

A lo largo de la noche, Blake Edwards nos propone un viaje al interior de la industria del cine, un exasperante recorrido para comprobar el verdadero calado de la artificialidad y el hastío de quienes parecen haberlo conseguido todo. Con un personaje torpe pero honesto como el de Sellers, tan influido como está por sus ademanes de inspector Clouseau, el director de esta cinta de culto nos guía como cicerone de excepción a través de un mundo del que tiene mucho que objetar y que mostrar. Esta farsa cinematográfica, que es en definitivas cuentas lo que es El guateque, no deja de ser un espléndido ejercicio de crítica cubierta bajo el envoltorio de comedia grotesca, una caricatura que, como toda hipérbole, esconde mayor realidad de la que se le presume desde el inicio. Las peroratas de caprichosos hombres de negocios, los gritos desesperados de sus hastiadas mujeres, los correveidiles de unos invitados abúlicos, y una horda de personajes entregados a la noche como si no existiera el día de mañana, configuran un fresco con todos los elementos de la forma dramática de la farsa teatral. Sin embargo El guateque es, sobre todo, cine, y además cine del de verdad, del que sobrevive a las modas y a las décadas; y lo es siguiendo la tradición de la comedia americana, donde la tensión de la trama radica en la escenificación física, esa forma hiperbolizada de humor al que tanto nos acostumbró el slapstick de las primeras décadas de Hollywood, y que tan buenos resultados ha dado al cine americano a lo largo de los años.

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Imagen de El guateque © 1968 Mirisch-Geoffrey Productions, distribuida en España por Metro-Goldwyn-Mayer Inc. (MGM). Todos los derechos reservados.

Y todo ello envuelto en una estética concreta, perfectamente acotada a los psicodélicos años sesenta, con su decorado deudor de Frank Lloyd Wright o incluso de la Tracy Villa de los Thunderbirds, un espacio creado para que el desenfreno de unos caprichosos invitados dé rienda suelta a una película desenfadada y sobre todo, lúdica. Excesos con el alcohol, la sensualidad y la comida, contrastarán con la sensatez y humanidad de Bakshi y Michele Monet (Claudine Longet), la protagonista femenina que, prendándose de la falta de pericia del actor, logrará zafarse de un mundo frívolo y también hostil.

Con los temas Nothing to Lose y The Party compuestos por Henry Mancini y Don Black, la noche del guateque más célebre de la historia del cine llegará a su fin como comenzó, con un hombre huyendo de donde no encaja a pesar de haber sido invitado. Un desdichado elefante, una ingente cantidad de espuma y una moto a reacción, serán los desencadenantes de un final mítico, cargado de metáforas y simbolizaciones.

Por eso El guateque ha perdurado a lo largo de las décadas, quizá por ser una película que, simulando elaborar un elogio al desfase, realiza una crítica acérrima a quienes no entienden que en la humanidad radica el triunfo sobre todas las cosas.

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