Me permitirá mi admirado Félix Sabroso, que utilice para esta columna el título de una de las mejores películas que tanto él como la gran Dunia Ayaso han dirigido. Ninguna otra expresión podría haber definido de mejor manera la necesidad que tenemos, efectivamente, de poner el grito en el cielo.
Una de cada diez. Esa es la proporción de películas dirigidas por mujeres en nuestro país. Reitero: una de cada diez. Otra cifra: 11%. Solo un once por ciento de los personajes protagonistas en el cine de Hollywood son mujeres. 11%. Bajemos el número. Uno. Solo un Goya Honorífico obtenido por una mujer en toda la historia de los galardones. Uno. Si a ustedes les parecen cifras irrazonables, no quiero entonces entrar en las sangrantes estadísticas de las mujeres y su situación en el mundo (siete de cada diez personas bajo el umbral de la pobreza son mujeres), sin contar asesinatos, violaciones, coacciones, desigualdades, castigos y demás calvarios.
Basta ya. Nos hemos acostumbrado a esta dinámica y parecemos haberla normalizado. Mujeres que son discriminadas, mujeres bajo estereotipos, imágenes de sometimiento y pusilanimidad, cuando no directamente debilidad. Nos parece normal que a las actrices se les pregunte exclusivamente qué calzado llevan o qué diseñador se esconde tras sus lentejuelas. Nunca podría haber sido más acertada la campaña promovida por Cate Blanchett y su #AskHerMore. Porque las mujeres en el cine, han sido, son y serán, fundamentales. Pocas personas saben que Alice Guy-Blaché, con El hada de la cabaña de 1896, fue pionera en la realización de filmes narrativos, así como una de las que empleó por vez primera el plano cerrado. También se desconoce que la americana Lois Weber fue una de las más influyentes cineastas del primer cine hollywoodiense, quien utilizó pioneramente la polivisión (pantalla partida) y tocó por vez primera asuntos peliagudos de la situación social femenina. Asimismo la alemana Lotte Reiniger fue pionera en el cine de animación, siendo además la directora de la película de animación más antigua que se conoce, Las aventuras del príncipe Ahmed (1926). Ni qué decir que la japonesa Sakane Tazuko, discípula de Kenji Mizoguchi y primera cineasta de su país, y Olga Preobrazhenskaya, realizadora soviética, son prácticamente desconocidas.
Hay gente que dirá que el cine es cosa de hombres, lo tenemos asumido, pero lo cierto es que el cine, como todo, es universal. A muchos les costará arrancar las etiquetas, y a otros tantos demoler las barreras. No importa. Muchas mujeres y hombres a lo largo de la historia han sido capaces de superar las fronteras y mirar más allá. Día a día. Persona a persona. No es un trabajo sencillo ni tampoco agradecido a corto plazo. Pero qué quieren que les diga, algún día nuestros hijos y nuestros nietos agradecerán que en cierta ocasión, sus antepasados decidieran poner el grito en el cielo.
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