Scarlett Johansson. En ocasiones Jessica Alba. Si me apuran, Reese Witherspoon y Marion Cotillard; tal vez, y de soslayo, Freida Pinto. Ninguna más, ya no hay más nombres. En menos de quince años todas las grandes féminas del cine han desaparecido, se han esfumado, han perecido bajo el olvido. Olvido de las productoras, claramente, no de los espectadores. Un puñado de actrices, contadas con los dedos de una mano polidáctila, son las que hoy en día llenan nuestras pantallas, aglutinando con su veintena o treintena, todo el abanico de edades posibles y exigibles. El cine se ha vuelto ciclópeo, sólo tiene un ojo, el de la adolescencia.
Fotograma de Thelma y Louise. Pathé Entertainment, Percy Main, Star Partners III Ltd. Todos los derechos reservados
Hace no mucho tiempo, vino a mi cabeza el recuerdo de una actriz que, siendo yo muy niña, siempre había querido ser, Geena Davis, una mujer –no adolescente adulterada-, que se mostraba en la gran pantalla fuerte, templada, sabia. También estaba Andie MacDowell, y Susan Sarandon, Julia Roberts, Michelle Pfeiffer, Melanie Griffith, Kathleen Turner. Todas ellas desvanecidas, evaporadas. No queda nada de ellas.
Curioso porque siguen en pie, y con holgura, los galanes remotos entremezclados con los ulteriores: no ha perecido Robert de Niro para que surgiera George Clooney; no ha ensombrecido Leonardo DiCaprio la figura de Harrison Ford; Jack Nicholson sigue siendo un maduro atractivo sin menoscabo de Brad Pitt; y en armonía conviven Keanu Reeves con Nicholas Cage; Zak Efron y Richard Gere; Robert Redford con Hugh Grant o Jim Carrey con Robert Downey Jr. Qué fortuna no envejecer para las grandes compañías cinematográficas. Tendrán los estrógenos caducidad para la gran pantalla, vayan ustedes a saber.
Recordar a Geena Davis, quien por cierto pudo seguir trabajando en televisión gracias a su serie Commander in Chief, me trajo a la memoria un documental personalísimo, no muy bien traído pero sí increíblemente revelador, como lo fue el realizado por Rosanna Arquette en 2001 titulado Searching for Debra Winger, presentado fuera de concurso al Festival de Cine de Cannes, en su 55º edición. En él se daba cita una gran fracción de las mujeres que fueron –perfecto este pretérito-, y no han vuelto a ser jamás. De manera lúcida aunque también desoladora, desfila por la cámara de Arquette un perpetuo aluvión de grandes actrices desencantadas con los mandamases del mundo del cine, todas ellas aportando su particular visión de Las zapatillas rojas (1948), obra cumbre de Michael Powell y Emeric Pressburger en que se narraba cómo una bailarina debía hacer caso omiso a su vocación por fundar una familia. Es éste, de hecho, el punto de arranque de Arquette, quien quedó fuertemente impactada por el dilema existencial de la bailarina cuando todavía niña, visionó la película. Reencontrarse con actrices con mayúsculas como Jane Fonda, Holly Hunter, Frances McDormand, Charlotte Rampling, Vanessa Redgrave o Anjelica Huston; volver a ver a bellas entre las bellas como Robin Wright, Sharon Stone, Diane Lane, Gwyneth Paltrow, Salma Hayek, Chiara Mastroianni, Daryl Hannah, Julia Ormond o Emmanuelle Béart; conocer la faz actual de actrices con las que hemos disfrutado en los ochenta y noventa como Melanie Griffith, Tracy Ullman, o inolvidables como Whoopi Goldberg, Laura Dern, Catherine O’Hara, Meg Ryan, o Patricia Arquette, no sólo es una exquisita coyuntura para recuperar parte del patrimonio humano y antropológico de nuestro pasado, sino también de hacer justicia con unas mujeres que lo dieron todo por una profesión que no les supo corresponder.
Fotograma de Buscando a Debra Winger. Immortal Entertainment, Flower Child Productions, 2929 Productions. Todos los derechos reservados
Al final del metraje, cuando apenas quedan ya diez de los noventa minutos que el documental dura, aparece en escena la esperada Debra Winger, inmortal en sus papeles elegidos y cuidados, desde La fuerza del cariño hasta Oficial y caballero, quien decidió, por motivos que se revelan en la película, zanjar su carrera cinematográfica cuando ésta se encontraba aún en la cúspide.
Todas ellas, Winger incluida, se encuentran hastiadas, con una beligerancia teñida con decepción, de encontrarse todavía jóvenes y atractivas, en un mundo que las ha descatalogado. No son un juguete roto, son personas rotas. Las que eran jóvenes en mi niñez ahora son maduras postergadas a un retiro forzoso, anticipado e injusto. Ya no gustan a los adolescentes. Ya no sirven.
Lo más funesto y sombrío de esta realidad es que el cine, como La ronda eterna de Marcel Carne, sigue girando y bailando en su inmovilismo recalcitrante, postergando en pocos años a Scarlett Johansson, Jessica Alba, Reese Witherspoon, Marion Cotillard, y tal vez, de soslayo, a Freida Pinto. A todas ellas les resta una muerte artística segura. Tienen su fecha de caducidad ya impresa. Quizá ellas, como otras semejantes a Geena Davis, también tengan que darse la mano, agarrarse al volante y meter primera, para precipitarse por un cañón cinematográfico en el final de su road movie. La vida de la actriz acaba como Thelma & Louise. Y así ya nadie se preguntará, porque ni siquiera se acordarán de ella, quién diantre fue Debra Winger.
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