Título: El discurso del rey.
Título original: The king’s speech.
Dirección: Tom Hooper.
País: Reino Unido.
Año: 2010.
Duración: 118 min.
Género: Drama histórico.
Reparto: Colin Firth (Bertie, rey Jorge VI), Geoffrey Rush (Lionel Logue), Helena Bonham Carter (reina Isabel), Guy Pearce (rey Eduardo VIII), Jennifer Ehle (Myrtle Logue), Derek Jacobi (Cosmo Lang), Michael Gambon (Jorge V), Timothy Spall (Winston Churchill), Anthony Andrews (Stanley Baldwin).
Guion: David Seidler.
Producción: Iain Canning, Emile Sherman y Gareth Unwin.
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Danny Cohen.
Montaje: Tariq Anwar.
Diseño de producción: Eve Stewart.
Vestuario: Jenny Beavan.
Distribuidora: DeAPlaneta.
Apta para todos los públicos.
Sin ser una fanática del cine inglés, al pensarlo me doy cuenta de que en realidad el cine inglés tiene grandes perlas. La tristeza hilvanada por Ken Loach en Mi nombre es Joe; la sensibilidad, la desgarradora ternura de los ojos de Mike Leigh tras el objetivo de Secretos y Mentiras. La crueldad de This is England, de su rabia, de su aliento a cerveza. De la sonrisa cómplice, inteligente de Full Monty. El Reino Unido en estos cuatro ejemplos ha marcado mi modo de observar y percibir el mundo.
Y lo ha hecho The king’s speech. Por unos planos, que sin palabras ponen los cimientos de la historia, nos hacen sentir parte de la historia. Porque palpamos el temblar de una mano, la respiración entrecortada, la vergüenza. No sabía yo que el rey protagonista de la trama hubiera tenido problemas de habla (pero admitamos igualmente que mi nivel de Historia inglesa no es más que básico) y resulta muy interesante observar la contraposición de los dos elementos, el poder absoluto, un poder otorgado por el mismísimo Dios y la incapacidad de articular palabra ante más de dos o tres personas. ¿Contexto histórico? Inglaterra le debe declarar la guerra a la Alemania Nazi. Como para que a uno, simplemente, le temblase la voz.
De frente a la figura y queriendo dejar la historia para el espectador, Geoffrey Rush. Brillante. Tierno. Soñador. Sus ojos, a lo largo de los poco más de 100 minutos de duración de la cinta, dan un contrapunto a la narración elaborada por el plano general. La apuntillan, la enfatizan y la ironizan. Dejando una sonrisa colgada de medio lado. Helena Bonham Carter termina el triangulo, quizás no a la altura de Don Quijote y Sancho Panza, pero probablemente si como una estupenda Dulcinea.
Una sociedad inglesa aburrida, lánguida y lenta como una gris e interminable tarde de invierno y sopor, que se pasea por los palacios, por los pasillos de murmullos, entre las neblinas de té y la falta de oxigeno de un corsé. Y la imagen de una monarquía que al mismo tiempo es una familia. Así, frente al lecho de muerte, alguien llora y busca el consuelo de la madre, la mano de ella permanece como una garra, rígida. El corsé. Pero hay amor, hay vínculos y hay desafíos. Y los desafíos nos dan la posibilidad, al menos al 50 por ciento, de retar al miedo y si estamos de suerte, pillar el agujero del tambor que no contiene la bala.
Autora: Marysol García
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