El buen arte no es lo que representa, sino lo que despierta en nosotros.
François-Louis Claude Marin
Queridos amigos de Todo Es Cine:
Un placer volver a estar con todos vosotros. Hoy os voy a hablar de una película, pero esta vez de una forma diferente, desde la perspectiva de la ópera. Se trata de Madame Butterfly (1932, Marion Gering). La historia nos lleva a Nagasaki, donde la protagonista, Cho-Cho San (Sylvia Sidney) se va a casar con un Teniente de la Marina norteamericana. Pinkerton (Cary Grant), el oficial, paga a las personas que rodean a la niña, pues solo tiene quince años, y hace una boda que no es real, a pesar de que la protagonista la crea real, confiando en todo el mundo, especialmente en su amado Pinkerton.
Allí, en ese nido de amor para ella, y el nido de diversión para él, Butterfly se cree la mujer más feliz de la tierra. Cuando él se tiene que marchar, pues da por finalizado el idilio, Butterfly queda desolada, solo en compañía de Suzuki, quien le calma en el duelo, aunque el dolor de esa separación le rompa el alma.
Cuando pasan tres años, la gente que formó parte de la infamia regresa, entre ellos el cónsul que ofició la boda, intentando preparar a Butterfly para la vuelta de Pinkerton. Al regresar el oficial, ella tiene que dejar todo aquello. Intentan decirle a Butterfly que su matrimonio fue mentira, pero ella le presenta a su hijo, un niño de ojos azules y pelo claro que nació de aquel amor. Entonces el cónsul no sabe cómo puede aclarar la situación, pidiéndole a Suzuki que medie para que Butterfly lo comprenda. El final es conocido, pero por si alguien todavía no lo ha visto, queda para vosotros.
Cuando se ve la ópera, se puede comprender la comunión que se establece entre el espectador y los intérpretes, al igual que sucede con el cine. Cuántas veces en las butacas, ante la gran pantalla, nos reunimos en torno al clamor de las emociones que provocan sentimientos compartidos: las lágrimas, los sollozos, la alegría o los aplausos. A través de siglos de evolución instant knockout de la ópera, que empezó más rudimentariamente, y que fue creciendo desde el barroco a Puccini, cada autor iba dejando en nuestros corazones partes de las historias que nos iban contando, historias que también, como el cine, iban pasando sus distintas etapas; son nuestros periodistas, nuestros cronistas, cada cual como les diera a entender su arte, pero que alcanzan al público.
Cuando vemos Lo que el viento se llevó, ante la escena en la que Escarlata, con un puñado de tierra en la mano, jura que no volverá a pasar hambre, todos nos emocionamos. Incluso puede caer alguna lágrima. Esa empatía con el suceso, con lo que esa persona está pasando y su sufrimiento, también ocurre en la ópera. En este caso, con Madama Butterfly. Sucede hasta tal punto que incluso al tenor Pinkerton a veces se le abuchea, pero no por su calidad vocal, que por ello es aplaudido, sino por el mal que ha infligido a Butterfly, por los hechos. Ergo no estamos valorando solo el arte, valoramos los sentimientos que ello nos evoca.
Es una maravillosa pieza de Puccini, quien es un artista al lograr con la música poner el corazón al límite; el canto de la soprano nos lleva al desgarro del alma. Por eso me hace reflexionar, es duro, pero los niños, los adultos, todos deberían oír e interactuar con la gente que aplaude las buenas obras y abuchea las malas, lo errático.
En un mundo donde ya no se deja mucho tiempo, que es el hoy y el ahora, un poco de aprendizaje social de la empatía solo nos puede favorecer. Por eso, el buen arte no es lo que representa, sino lo que despierta en nosotros.
Con todo el cariño, desde la Mecedora.
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