Título original: L’amant double
Director: François Ozon
Año: 2017
Guion: François Ozon, Philippe Piazzo, basado en la novela de Joyce Carol Oates.
Música: Philippe Rombi
Fotografía: Manuel Dacosse
Reparto: Marine Vacth, Jérémie Renier, Jacqueline Bisset, Myriam Boyer, Dominique Reymond, Fanny Sage, Jean-Édouard Bodziak, Antoine de La Morinerie, Jean-Paul Muel, Keisley Gauthier, Tchaz Gauthier, Clemence Trocque, Guillaume Le Pape, Benoît Giros
Duración: 107 minutos
País: Francia
Productora: Mandarin Films, FOZ, Mars Films, Films Distribution, France 2 Cinéma , Scope Pictures, Canal+, Ciné+, France Télévisions, A Plus Image 7.
Estreno en España: 8 de septiembre de 2017.
Género: Thriller erótico.
Cuando un thriller erótico deviene psicológico, nada mejor que un cineasta como François Ozon para darle coherencia y realismo. Pero no un realismo efectivo, ni mucho menos, sino uno mágico a medio camino entre lo onírico y lo insomne; entre el sueño y la vigilia. Y esto lo hace Ozon con la relectura de la novela de Joyce Carol Oates, Lives of the Twins, una temática que, a priori, poco o nada presagiaba similitud con la filmografía del director francés.
Chloé (Marine Vacth) es una joven aquejada de un constante dolor de vientre. Tras una larga batería de pruebas descubren que su mal no responde a ninguna dolencia física, por lo que le es recomendada la asistencia a un psicólogo experto en somatizaciones. De este modo conoce a Paul (Jérémie Renier), un cuidadoso especialista cuya terapia tiene prontos y positivos efectos en Chloé. Pero Paul debe cesar de ver a su paciente, la fuerte atracción que ambos sienten deja atrás su relación profesional. Convertidos en pareja, ambos se cambian de piso y viven su idilio de manera feliz, hasta que los dolores regresan a Chloé. Un viaje en autobús, una sospecha y un engaño consumado derivan en que la joven acuda a otra consulta, la de Louis (Renier), un psicólogo arrogante, impetuoso y físicamente idéntico a Paul, con quien llevará una terapia tan estimulante y física como peligrosa.
Presentada en la pasada edición de Cannes, El amante doble nos retrotrae al François Ozon más primigenio, con su constante lucha por la innovación y el cambio. Tras una cinta como Frantz, nadie podía presagiar que el director parisino se adentrase en una película urbanita, de suspense surrealista, con algunas oscuridades y muchos aciertos. Su estética cuidada y cosmopolita, su montaje, su dirección de arte impecable y la actuación de sus intérpretes (remarcable la presencia de Jacqueline Bisset), degluten para el espectador una cinta de consumo amable pero trasfondo amargo. Solo después de su visionado se es plenamente consciente de las costuras y ensambladuras de la pieza; y es que Ozon consigue una atmósfera tan envolvente que promueve, de manera muy efectiva, la total adhesión del espectador, incluso cuando no comparta o entienda lo que observa.
La burla y perplejidad ante el archiconocido doppelgänger, ese sosias o doble inquietante del que se ha valido una nutrida ristra de autores, le valen a Ozon para componer un relieve voluptuoso y esteticista sobre el ser el no ser, una reflexión sobre lo que es la identidad y en qué medida nos define. No obstante, traducir la cinta de Ozon como un esquema bidimensional de dobles identidades sería caer en un reduccionismo atroz. Porque El amante doble, como su propio nombre indica, es un juego erótico no ya de Marine Vacth y Jérémie Renier sino, por el contrario, del propio François Ozon con el espectador, a quien envida, incomoda y perturba en un constante pulso por conseguir su atención.
Y lo consigue, por supuesto que lo consigue. Y no porque las escenas destaquen por una lubricidad nunca vista, ni por su carácter innovador (Bertolucci, Pedro Almodóvar y aun Daniel Sánchez Arévalo se atrevieron a enseñar lo que Ozon muestra en esta cinta), sino porque la arrogancia elegante de esta película, o su elegancia arrogante, lo que ustedes prefieran, inunda un metraje que atrapa sin saber cómo. Lo rocambolesco, lo inconsistente o incluso lo impreciso queda subsumido en una narración a la que el espectador se entrega crédulo, consciente de que lo que observa no es, ni puede ser, más que ciencia ficción. Un divertimento de François Ozon con el fin de provocar al espectador. Y funciona, claro que funciona.
Deja un comentario