Ignacio Ruiz de Gauna
Resulta conmovedor, por infrecuente, que un creador sitúe el dolor como epicentro de una obra. Claro está, no hablamos de un dolor emocional o melodramático, subgénero muy frecuentado en el cine y cuyo epítome podría ser Douglas Sirk, (gran influencia, por cierto, en el cine de Almodóvar), sino uno físico, prosaico.
Esto es lo que ha hecho Pedro Almodóvar en su fascinante Dolor y Gloria. Una historia que pivota en torno a un dolor (primero físico, luego existencial), que provoca una catarata de emociones melodramáticas, que llevan al protagonista de la película (un director de cine trasunto del propio Pedro Almodóvar) a retrotraerse a episodios de su pasado: relaciones familiares, relaciones amorosas, relaciones profesionales… El tronco de cualquiera de nuestras vidas.
Dolor y Gloria se presenta como una creación extraña dentro de la filmografía del director español, sobre todo en su corpus temático, no tanto formal. La narración avanza lenta, febril (en sentido literal), pero no enfermiza. Y este es uno de los aciertos de la película: alejarse de cineastas que exploran el dolor físico desde un punto de vista enfermizo (el Cronenberg de Crash) para hacerlo más mundano y real.
De hecho, es tanto el interés de Almodóvar en centrarnos en el dolor diario, que construye gran parte del relato con las partes más desganadas de la vida. Las elipsis que se aplican en la narrativa convencional en estos casos para hacer avanzar la acción, no aparecen aquí. Lo más cotidiano es parte fundamental en Dolor y Gloria: problemas físicos de todo tipo (subrayados por las ilustraciones de Juan Gatti) y sus consecuencias (atragantamientos, problema para calzarse, visitas al médico). En este sentido, merece destacar, por sutil y apropiada, la interpretación de Antonio Banderas, cuya actuación es comprensiva con el dolor que quiere plasmar Pedro Almodóvar. Quizás sea lo mejor de la película.
Probablemente, Dolor y Gloria sea la obra más personal de Pedro Almodóvar. Y, paradójicamente (por comparación con el resto de su cine), la más arriesgada por contenida. Aun así y como viene siendo marca de la casa, la cinta se ve lastrada por algunos diálogos (“no cito a Chéjov, no cito a Shakespeare, te cito a ti”) y altibajos narrativos (las partes en las que el protagonista evoca episodios de su infancia). La interpretación de Penélope Cruz es cristalina y veraz, como suele ser habitual en ella, pero su personaje es demasiado esquemático.
Con todo, Dolor y Gloria se presenta como una obra diferente y brillante en su concepción, con lejanos ecos de Otto e Mezzo, pero tamizada por la marcada personalidad de su director.
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