Más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo.
Miguel de Cervantes

Queridos amigos de Todo Es Cine:

Un placer ponerme en contacto con todos vosotros. Sabéis que todos los meses solemos tratar un tema y, esta vez, debido a que nos encontramos en abril y el día 23 se festeja el Día Internacional del Libro (precisamente porque se presupone que fue ésta la fecha en que fallecieron dos autores de la talla de Miguel de Cervantes y William Shakespeare), nos ponemos al lado de la cultura, como siempre, y homenajeamos a la literatura, un arte que no está para nada reñido con el buen cine.

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Imagen de El Quijote de Miguel de Cervantes (1991, Manuel Gutiérrez Aragón), producida por Televisión Española (TVE), distribuida por Divisa Home Vídeo (2005). Todos los derechos reservados

Por ello quisiera tratar dos importantes obras de otros dos grandes autores: El Quijote de la Mancha (1605) y Otelo (1603). De la primera se han hecho muchas versiones cinematográficas (destaquemos la de 1991 de Manuel Gutiérrez Aragón) que tratan, tal y como reza su famoso comienzo, de “un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Un hombre de especial fisionomía delgada, alta y de noble barba (Fernando Rey) que, leyendo muchos libros de caballerías con dulces damas, se perturbó creyéndose en otra época y emulando aventuras con su escudero Sancho Panza (Alfredo Landa). Juntos recorrieron las tierras de España, enfrentándose a molinos de viento, los cuales se erguían como gigantes que luchaban contra tan alto e hidalgo caballero. Fueron burla y escarnio de la gente que no entendía ni las formas ni el lenguaje de tal caballero. Don Quijote intentaba salvar a la bella Dulcinea, una mujer que no era ni mucho menos la idílica fantasía de este hombre enfermo de irrealidad. Pero en sus caminos junto a Sancho, sus frases, sus pensamientos, nos dejan la idea de cuánta filosofía y cuánta sapiencia se encerraba en un hombre sobre su flaco Rocinante.

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Imagen de Otelo (1995, Oliver Parker), producida por  Castle Rock Entertainment, Dakota Films e Imminent Film Productions, distribuida en España por  Filmayer-Castle Rock-Turner S.A. (1996). Todos los derechos reservados

Por otra parte, nos detenemos en Shakespeare, un hombre romántico donde los haya pese al siglo en el que trabajó, que trata como nadie bellas historias que lleva al teatro en una época en  que no se permitía que las mujeres subieran a escena, siendo sus obras interpretadas exclusivamente por hombres. Para esta ocasión he escogido la versión que de Otelo llevó a cabo Oliver Parker en 1995. Aquí la historia se centra en la vida de Desdémona (Irène Jacob) y Otelo (Laurence Fishburne), una mujer joven casada con el Dux de Venecia, un hombre de mayor edad que venía de allende los mares y pertenecía a otra etnia, formando una pareja que se adoraba; pero ese amor, al igual que el de Romeo y Julieta, tuvo sus detractores y Iago (Kenneth Branagh), queriendo vengarse de tanta felicidad, inoculó en la cabeza de Otelo el veneno de la duda; poco a poco hizo creer la trama que sólo su mente calenturienta y llena de prejuicios podía maquinar. El miedo y las inseguridades de Otelo eran conocidos por el personaje hipócrita de Iago, quien haciendo gala de sus dotes de buen artífice, dejó que Desdémona acabase en manos de su esposo.

Las películas, aunque sean de una misma época, como las historias, tienen un fondo muy distinto. En uno se ve la tierra árida de un Quijote con su rocín junto a su escudero. Aparentan la mofa y la burla, aunque en ellas se esconde la filosofía de unos pensamientos que tienen mucho trasfondo. Sería conveniente leerlo por vez primera y entender tanta y tan bella literatura, o bien volver a releerlo para encontrarnos con personajes que quizá en una primera ocasión quedaron sepultados entre sus páginas. Por otra parte está Otelo, Shakespeare recrea la historia en una Venecia llena de lujo. Al contrario que la árida tierra, aquí es el agua de sus canales la que hace que entendamos la historia a través de otras formas, de otras culturas. Shakespeare no se queda atrás en lo concerniente a la literatura, su forma de escribir, de narrar, de llevar con unos pensamientos que no parecen pertenecer a su época, el modo en que trata los celos de un hombre que, aparentemente, lucha y es capaz de cualquier cosa, pero que ante el amor de una dama, tan querida, tan temida, puede dejar al descubierto todos los sentimientos, y caer presa de la locura, como la locura de nuestro Quijote.

Que los celos ni ninguna otra emoción negativa hagan mella en nosotros y leamos (o veamos) esas páginas palabra a palabra, para deleitarnos como si de un manjar se tratase, lentamente, poco a poco.

Feliz Día Internacional del Libro.

Con todo el cariño, desde la Mecedora.

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