La extraordinaria longevidad de Manoel de Oliveira ha permitido, entre otras muchas cosas más, dejar  una semilla autoral en una larga lista de directores portugueses que desde hace unos años están destacando con sus obras en los principales cértamenes cinematográficos de todo el mundo. Como pequeño botón de muestra de los más representativos no deberían faltar nombres como Rita Azebedo (A vingança de uma mulher), Miguel Gomes (Tabu, 2012; As Mil e Uma Noites, 2015), Joaquim Pinto (E agora? Lembra-me, 2013), Pedro Costa (Cavalo dinheiro, 2014), João Pedro Rodrigues (O ornitólogo, 2016) o Pedro Pinho (A fábrica de nada, 2017). Todos ellos conforman una cantera que no deja de sacar talento a raudales en un país al que los españoles (y no solo en el cine) deberíamos observar con menos altanería y aires de superioridad.

Imagen de ‘Cartas de guerra’ © 2016 Foley Walkers Studio, Instituto do Cinema e do Audiovisual (ICA), O Som e a Fúria, RTP, ZDF/Arte. Todos los derechos reservados.

Un ejemplo sobresaliente del cine que se está haciendo en Portugal es el film de Ivo Ferreira, Cartas da guerra (2016), basado en el libro Cartas da guerra. D´este viver aquí neste papel descripto del eterno aspirante al Premio Nobel de Literatura, António Lobo Antunes. Una película que, al igual que otro documental, del mismo año, de Rita Azevedo, Correspondências, se nutría de un material epistolar que en Portugal, desde Cartas de una monja portuguesa (1669) de Mariana Alcoforado, tiene una larga tradición. En este caso, Cartas da guerra conformaba su sustrato literario partiendo de las misivas que enviaría el joven doctor Antonio Lobo Antunes a su mujer desde Angola durante las llamadas guerras de Ultramar. El guion encauzaba un diálogo, bien complementario, bien divergente, entre la imagen de una guerra caduca y la palabra desnuda del propio novelista. Una escritura que, por lo tanto, le servía a su protagonista como terapia y válvula de escape ante el absurdo y el horror de la guerra al tiempo que el espectador contemplaba su evolución-formación como ser humano y futuro escritor.

Imagen de ‘Cartas de guerra’ © 2016 Foley Walkers Studio, Instituto do Cinema e do Audiovisual (ICA), O Som e a Fúria, RTP, ZDF/Arte. Todos los derechos reservados.

En esta particular batalla entre la poesía y el cine se elevaban por encima de cualquier elemento la poderosa voz femenina, receptora y amante de las cartas del título, así como una belleza visual deslumbrante apoyada en una fotografía en blanco y negro muy contrastada que coqueteaba en ocasiones con el expresionismo para reflejar no solo el estado emocional en el que se encontraba el personaje sino también el estado de cadáver fantasmagórico en el que se había convertido el último imperio colonial europeo.

Imagen de ‘Cartas de guerra’ © 2016 Foley Walkers Studio, Instituto do Cinema e do Audiovisual (ICA), O Som e a Fúria, RTP, ZDF/Arte. Todos los derechos reservados.

La película, por otra parte, se enmarcaba dentro de la gran narrativa antibelicista. Y, como ocurre con los grandes clásicos literarios y cinematográficos, había espacio en Cartas da guerra para departir sobre la muerte (de compañeros), la vida (nacimiento de su primera hija), el miedo, la amistad, la pasión y el sexo, los sueños y las relaciones de poder entre quien todo lo posee y el que nada tiene. Y, como ocurre con los grandes clásicos literarios y cinematográficos, también existía tiempo, entre tanta reflexión juiciosa y sesuda, para el descanso del guerrero, donde cobraba protagonismo en las horas de espera la lectura de poemas a la luz de la luna africana, el cine, que parecía recobrar su aureola mágica en la mirada de la juventud portuguesa, el fútbol de Eusebio radiado a miles y miles de kilómetros de la metrópolis o la música que recomponía la canción Maria Rita del grupo angoleño Duo Ouro Negro a través del rasgueo de una guitarra y de la voz de un joven soldado portugués. Era precisamente en ese guiño a la cultura de la antigua colonia donde la película filtraba su particular carta de amor al paisaje, la fauna y los ritmos de un país, ignoto y salvaje, que la propaganda de la dictadura invitaba a “civilizar” de nuevo.

Imagen de ‘Cartas de guerra’ © 2016 Foley Walkers Studio, Instituto do Cinema e do Audiovisual (ICA), O Som e a Fúria, RTP, ZDF/Arte. Todos los derechos reservados.

Así pues, Cartas da guerra se convertía, gracias al testimonio experiencial de Lobo Antunes, en otro peldaño de la (re)construcción de la memoria colectiva, que últimamente la historiografía del país vecino está revisitando a base de una gran proliferación de novedades bibliográficas de aquel episodio traumático del pasado colonial. Un capítulo de la reciente historia portuguesa protagonizado por unos jóvenes que en el film debían recrear una entrevista ficticia para poder ser escuchados en este Apocalypsis now lusitano y que, en el caso del protagonista, había “enterrado los mejores años de mi vida y quizá, de paso, los mejores años de mi vejez”.

La Revolución de los Claveles del 25 de abril de 1974 pondría punto final al régimen salazariano. Agonía y muerte de un crepúsculo de los dioses anunciado que quedaba magistralmente reflejado en la película en la secuencia de un café donde la orquestra interpretaba “música de burdeles” para una audiencia de “hombres uniformados envueltos en sus asientos en una melancolía sin salida”. Eran tiempos de revolución, eran tiempos para cantar a grito pelado con Zeca Afonso (o con la gran Amália Rodrigues) los versos de Grândola, Vila Morena, terra da fraternidade

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