Como todos los años, los cinéfilos de todo el mundo tenemos una cita ineludible con la ceremonia de los Oscar. Los más apasionados estarán atentos hasta de los trajes y los vestidos que lucirán las estrellas del olimpo cinematográfico en la famosa alfombra roja. Los que menos (entre los que me incluyo) refunfuñaremos sobre la inutilidad de los premios y la artificiosidad de un mundo que no es de este planeta aunque lo quieran maquillar con discursos barnizados de compromiso social y político. A Hollywood, desde la “caza de brujas”, ya ni se le tiene en cuenta ni se le teme. Al final, lo que triunfa es la predominancia del espectáculo y el show business por encima de cualquier tentativa real de cambiar el mundo a través del cine. Y es que ya lo dijeron los magnates de la industria, ‘if you want to send a message, call Western Union’.

Karen Christence Blixen-Finecke © Hulton Archive/Getty Images)

Aun así, al día siguiente, esos cinéfilos recelosos de los Oscar seremos los primeros en estar informados de quién ha ganado en tal o cual apartado y nos quejaremos de la decisión del jurado, que no otorga el premio a nuestra película favorita. Sea como sea, todos los medios de comunicación nos diseccionarán la cita con minúsculos detalles que pasan desapercibidos al ojo humano y, dada la actual coyuntura en la que vive el país norteamericano, estos se prevén suculentos. He querido dedicar este artículo sobre los Oscar al recuerdo de una de mis escritoras favoritas, la danesa Karen Blixen (1885-1962), conocida mundialmente por el pseudónimo literario de Isak Dinesen. Es innecesario y hasta insultante para el lector recordarle que su nombre quedó ligado a la historia de los Oscar tras la adaptación cinematográfica que realizó Sydney Pollack de su novela autobiográfica Out of Africa (Memorias de África).

Imagen de ‘El festín de Babette’ © 1987 Panorama Film A/S, Det Danske Filminstitut, Nordisk Film y Rungstedlundfonden. Distribuida en España por A Contracorriente Films. Todos los derechos reservados.

No obstante, mi intención no es hablar del multipremiado blockbuster de Robert Redford y Meryl Streep sino de una película que dos años más tarde, en 1987, ganaría el primer Oscar para el cine danés. Me estoy refiriendo a El festín de Babette (Babettes gæstebud, 1987), dirigida en aquel tiempo por el veterano actor y director, Gabriel Axel (1918-2014). La película adaptaba un relato que formaba parte de un volumen titulado Anécdotas del destino (Alfaguara, 2011), del que Orson Welles extrajo también una pieza literaria para llevarla a la televisión francesa en uno de sus films más poéticos, Histoire immortelle (1968).

Imagen de ‘El festín de Babette’ © 1987 Panorama Film A/S, Det Danske Filminstitut, Nordisk Film y Rungstedlundfonden. Distribuida en España por A Contracorriente Films. Todos los derechos reservados.

Este año se cumplirán, en consecuencia, los treinta años del Oscar a la mejor película extranjera de El festín de Babette. La coincidencia o no de tal efeméride ha originado que en el Teatro Calderón de Valladolid, el tándem Pepa Gamboa y Antonio Álamo estrenen el 16 de febrero la adaptación teatral de este relato de Isak Dinesen sobre la historia de dos hermanas puritanas que acogen a Babette, una refugiada francesa, que huye de la represión popular que tuvo lugar durante la Comuna de París en 1871. Este es el argumento literario que fielmente adaptaba la película de Gabriel Axel. La historia daba un giro cuando Babette, que durante años se había dedicado a tareas del hogar en casa de las ancianas, recibe la noticia de que le ha tocado la lotería. Decide, sin más dilación, invitar a toda la comunidad de vecinos de esa pequeña aldea rural danesa a un ágape con manjares franceses, que coincide con el centenario del nacimiento del padre de las hermanas, un riguroso pastor protestante.

Imagen de ‘El festín de Babette’ © 1987 Panorama Film A/S, Det Danske Filminstitut, Nordisk Film y Rungstedlundfonden. Distribuida en España por A Contracorriente Films. Todos los derechos reservados.

La cena para doce comensales, con claras reminiscencias cristianas, se convertirá en el punto álgido (a la manera de Los muertos de John Huston, curiosamente del mismo año) de una película que hasta aquel momento había surcado, de forma sosegada, los mares del puritanismo, la represión sexual, el patriarcado, los pecados de la naturaleza humana (soberbia, orgullo, vanidad, ambición…) y ciertas pinceladas de intolerancia y prejuicio hacia el forastero. En lo que concierne a este último apunte, no habría que olvidar que Babette era francesa, y para más inri católica, lo que justificaría a ojos de la comunidad la desconfianza que tienen hacia la comida que les va a preparar.

Imagen de ‘Dublineses. Los muertos’ © 1987 Vestron Pictures, Zenith Entertainment, Liffey Films. Todos los derechos reservados.

A pesar de los temores iniciales, el ‘festín’ representará la celebración de la vida, una comunión perfecta entre los placeres mundanos y divinos, un reencuentro de amores soñados e irrealizados. Pero por encima de todo, lo que nos organiza Babette es un invite donde somos bienvenidos, los creyentes y los que no lo son, los poderosos y los humildes de cuna. Porque todos, en definitiva, compartimos en esta celebración nuestros deseos y desengaños, éxitos y fracasos. Frustraciones que, en el caso de Babette, vienen del horror y el miedo a la represión en su país, y que se verán calmadas en ese locus amoenus que la ha acogido, lejos del mundanal ruido y de los restaurantes lujosos de París donde cocinaba para reyes, artistas y emperadores. Y es que, como dice su personaje, ‘el artista nunca es pobre’, aunque se haya gastado todo el dinero de la lotería en preparar un auténtico menú de millonarios para personas tan sencillas.

El festín de Babette poseía una factura clásica e historicista que aquel año de 1987 arrasaría con The Last Emperor. En la película de Gabriel Axel resonaban ecos de la luz de Vilhelm Hammershøi y de clásicos del cine danés como Häxan (una de las hermanas llegará a decir que ese banquete ‘puede ser un aquelarre de brujas’) u Ordet. Lejos quedaba todavía aquella hornada de jóvenes rebeldes que revolucionaría la industria cinematográfica del país nórdico con el manifiesto Dogma 95. El destino fue caprichoso en aquella ocasión al inaugurarse el movimiento con otra ‘celebración’. Sin embargo, en la película Festen de Thomas Vintenberg, la concordia y la hermandad del festín francés explotaban por los aires cuando una familia aprovechaba el cumpleaños del pater familias para sacar todos los trapos sucios y airear las verdades ocultas durante tantos años.

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