Quien espere leer una nueva revelación sobre la película de M. Night Shyamalan, se llevará una tremenda decepción nada más acabar esta frase. La protagonista que inaugura la sección “Benditas imperfecciones” únicamente comparte con la cinta que protagonizaba Bruce Willis, el título. Alejada tanto en el tiempo como en el espacio con respecto a su homónima, El sexto sentido es una de las películas españolas del periodo mudo más fascinantes y desconocidas por el público. A nadie le debería sorprender, a estas alturas, que el cine español silente es el gran damnificado a pesar de los intentos de las Filmotecas por recuperar, restaurar, promover y exhibir nuestro patrimonio fílmico. Nuestra Cenicienta de la historia del cine español, sin embargo, no muestra en su repertorio obras que estén a la altura de las grandes producciones de filmografías como la americana, la francesa, la alemana e, incluso, la escandinava. Este hecho incuestionable no es óbice para destacar películas tan estimables como La casa de la Troya (A. Pérez Lugín, 1925), La condesa María (B. Perojo, 1927) o La aldea maldita (Florián Rey, 1930). Entre estas, no debía faltar, sin ninguna duda, la película que dirigiría el director vasco Nemesio Manuel Sobrevila en 1929. El sexto sentido se ha convertido con el tiempo en una de las pocas expresiones vanguardistas de nuestro cine de los años veinte.
La verdad es que la primera parte del film no prefigura todo lo anteriormente anticipado. Carmen y Carlos son una pareja enamorada y jovial. La vida les sonríe y ellos se muestran deudores de los felices años veinte mientras beben, cantan y bailan charlestón. Su modernidad contrasta con su amigo, León, un personaje triste y barojiano (no es casualidad que utilicemos el adjetivo como se verá más tarde) que se arrastra, junto a su prometida, por la vida dejando un reguero de melancolía, tormento y pesimismo. Un día, Carlos decide regalar un anillo de compromiso a Carmen. Sin embargo, la joven que se dedica al teatro tendrá que venderlo para que su padre pueda satisfacer su afición taurina. Por su parte, Carlos le propone a su existencialista amigo que vaya a ver a un sabio que le hará descubrir la verdad de la vida.
Historias de chico conoce a chica, personajes estereotipados arnichescos o benaventinos, aires sicalípticos, ambientes taurinos y zarzueleros… Nada hace presagiar una vuelta de tuerca estilística hasta que el personaje de León se decide, por fin, a acudir a esta especie de demiurgo, de nombre Kamus, que posee todo el poder sobre lo humano y lo divino gracias a la invención y posesión del cinematógrafo. Solo este “ojo extrahumano” nos puede extraer la verdad porque ve “más profundamente que nosotros”. Solo él puede ralentizar o acelerar la vida, aumentar o hacer disminuir los objetos a su antojo. Lo que va a presenciar León, ante una pequeña pantalla de cine, es “la verdad científica”, la verdad que desenmascara las hipocresías y falsedades del ser humano. Una cámara oculta avant la lettre que plasma ante los anteojos del afligido León la vida como nunca antes se había mostrado.
A través de las imágenes documentalistas del Madrid y su gente, Nemesio Manuel Sobrevila nos hace partícipes de la concepción experimental del cine. El sexto sentido se hace eco, a partir de ese momento, de todas las corrientes vanguardistas que pulularon en la cinematografía de los años veinte. La moviola nos va mostrando desde el expresionismo alemán (con la sombras de los personajes proyectadas en la pared) hasta el teórico Cine-Ojo desarrollado por el soviético Dziga Vertov y los primeros planos expresivos de Eisenstein. Asimismo, existen ecos en toda la secuencia del cine experimental de un Léger o un Richter sin olvidarnos de las sinfonías urbanas de Walter Ruttmann y las velocidades del futurismo italiano.
La película no es solo un intento por dotar a nuestro cine de unas herramientas estilísticas que lo emparenten a lo que ya se había hecho en años anteriores en otras filmografías europeas. El sexto sentido es también un canto de amor al propio cine con mayúsculas como lo harán posteriormente obras maestras del cine español como El espíritu de la colmena o Arrebato. Queda para la posteridad de nuestro patrimonio fílmico el plano en el que Carlos acababa carcajeándose al comprobar en el negativo de la película que el supuesto amante de su novia Carmen no era más que su padre. El cine como único responsable de la verdad sin maquillajes ni imposturas. El cine, que años después, sería juez y testigo de las atrocidades nacionalsocialistas en los campos de concentración.
Entre las grandes curiosidades que nos deja esta película se encuentra la acumulación de talento familiar dentro y fuera de la pantalla. En primer lugar, el personaje de Kamus sería interpretado por el hermano de Pío Baroja. Ricardo Baroja, pintor, novelista y dramaturgo, añadiría a su múltiple faceta como artista la de actor en un papel que le venía como anillo al dedo. Por otro lado, la función de ayudante de dirección correría a cargo de un joven Eusebio Fernández Ardavín que interpretaría a su vez al alicaído León. Años más tarde, y ya como director, adaptará en sus películas muchas de las obras de su hermano, el escritor Luis Fernández Ardavín. No obstante, los cinéfilos recordarán de la saga familiar al sobrino de ambos, César Fernández Ardavín, quien ganaría en 1960 el Oso de Oro de Berlín con El Lazarillo de Tormes.
El sexto sentido es, en definitiva, una película única e irrepetible. Una rara avis del firmamento cinematográfico español que se convirtió en un islote vanguardista sin descendencia durante muchas décadas. Es lo que tiene el intentar desligarse de los modelos literarios cuando este “sexto sentido” muestra “la sensación del verano mejor que cualquier literato” o descubre “el verdadero Madrid sin ninguna deformación literaria”. Es lo que tiene buscar la verdad. Una verdad que a todos nos puede incomodar en algún momento porque a veces “cada uno prefiere su mentira a la verdad de los otros”.
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