Es temprano en la Plaza de España. El día amanece gris y las escasas gotas que caen sobre Madrid, auguran mayores retenciones y atascos. En medio de su temprano bullicio, y de entre la gente que inunda sus calles, emerge tranquilo Fernando Colomo, icónico cineasta que camina por Argüelles como si pasease por Menorca a plena luz del sol. Sus gafas resplandecen, son amarillas o naranjas, de un color a medio camino entre mostaza y azúcar caramelizada. Todo él destila sosiego y calma. Parece haberse contagiado del espíritu balear de Isla bonita, su vigésima película, una cinta que entrega ese halo de placidez que ahora también su director rezuma. Con bajo presupuesto y un equipo de profesionales e intérpretes amateur, el experto Colomo entrega altas dosis de humildad tras casi cuarenta años de profesión. Observando su actitud, su exquisita educación y su profundo sentido del humor, nadie diría que este hombre generoso e inteligente, que vivió los años bárbaros con tigres de papel y que trazó la línea del cielo desde el próximo oriente al sur de Granada, tiene en su haber el nada desdeñable mérito de dirigir a los más grandes del cine internacional, entre ellos Harvey Keitel, Fernando Rey o el imposible Klaus Kinski. En la sala 8 de los Renoir, en la oscuridad de este paradigmático cine, Fernando Colomo me atiende en exclusiva con diligencia y sin prisa. Tras veinte minutos conversando, alejados ya de la lluvia y del tumulto, entiendo que la pureza que trasluce el cine de Colomo, no es sino el reflejo de la calidad humana de su director.
Lucía Tello Díaz.- Después de casi cuarenta años dedicándose a la dirección, ¿qué cambios ha observado en el devenir de la comedia española?
Fernando Colomo.- La verdad es que yo creo que la comedia española se ha hecho más internacional, esto por un lado es bueno y por otro lado, quizá no tan bueno. Es más internacional en el sentido que toca temas más universales, también porque vivimos en una sociedad más globalizada, pero echo en falta algo propio. Antes había una comedia muy popular, me refiero a antes de comenzar a trabajar yo; una comedia que gustaba mucho al público y con unos actores que realmente se convertían en estrellas. Yo creo que eso era bueno, a pesar de que por otros motivos, por la censura y muchas limitaciones técnicas, quizá no fuera un gran cine. Pero era un cine que era necesario, es importante que tengamos nuestro cine. A mí por ejemplo el éxito de Ocho apellidos vascos me parece maravilloso, es mucho mejor que la gente vaya a ver este tipo de películas que Titánic, por decirlo de alguna manera.
LTD.- Y respecto a su propia concepción de la comedia, ¿qué retos le quedan por acometer en este género?
FC.- Bueno, no tengo muy claro que me dedique a la comedia, no me considero necesariamente un director de comedia, si bien es verdad que la mayor parte de mis películas son comedias o tienen tono de comedia, aunque no todas.
LTD.- Cierto, sus películas han ido evolucionando y es muy distinto el enfoque de un título a otro
FC.- Es que intento no aburrir, y no aburrirme también –ríe-, además hago cada película como reacción a la anterior, alterno distintos géneros, o estilos de financiación, así dirijo Isla bonita después de La banda Picasso, que fue un esfuerzo enorme, que me llevó muchos años de documentación; también entre medias ha habido muchos proyectos frustrados, películas que parece que van a salir pero, finalmente, no medran. Después de La banda Picasso sí que me apetecía hacer una película libre, independiente y sin dar explicaciones a nadie, y sobre todo sin necesidad de que la gente leyera el guion y lo aprobara.
LTD.- Respecto a su última película, me encanta que la compare con el espíritu de La línea del cielo, una cinta que personalmente me gusta mucho, y que como Isla bonita, destila frescura, espontaneidad y realismo en sus personajes
FC.- La verdad es que sí, mis amigos me dicen que cuando cuento anécdotas del cine, siempre hablo de La línea del cielo, pero es que todo aquello fue una pura anécdota –ríe-, es una película que de pronto se hace así porque sabía que era la única manera de hacerla. Si me hubiera puesto a pensar, a escribir el guion, y luego hubiera regresado allí ya habría cambiado, no hubiera salido. Era cuestión de coger esos personajes ya y filmarlos. En ese sentido, Isla bonita ha sido una clara vuelta a ese estilo, aunque lo he complicado un poco más. En este caso me he metido yo a interpretar el personaje, quitándole el papel a Resines –ríe-, y luego se observa una evolución clara desde mi quinta película a la vigésima. Técnicamente, y esto es algo de lo que me he dado cuenta luego al verlo, esta nueva tiene muchos más planos, está más movida. Y otra diferencia más es que ésta la hemos podido rodar en digital y la otra con película, y aunque era con 16mm, rodar con película es muy caro. No podríamos haber rodado Isla bonita con cine, hay planos que no están montados, de más de veinte minutos.
LTD.- Más de veinte minutos con cine, eso sería imposible
FC.- Claro, con cine a partir de los 10, un poco más en 16mm, te gastabas un rollo entero, y eso era una ruina.
LTD.- Y ¿cómo consiguió convencer para actuar a Miguel Ángel Furones?
FC.- Miguel Ángel estaba encantado con hacer la película, pero tenía mucho miedo al mismo tiempo. Él está acostumbrado a hablar en público pero siempre me decía que no quería estropear la película. Como pensando que él sería el que la estropease –ríe-. Todo el tiempo me decía “Fernando tienes que hacer pruebas y, si no lo hago bien, sigo aquí sin problema”. Tenía miedo de pronto de estropear la película.
LTD.- ¿Cuándo descubrió que la historia que estaban viviendo podía ser material para cine, el momento en el que dijo “aquí hay una película”?
FC.- Lo dije en varios momentos. Al principio medio de broma. Luego, cuando conocí a Olivia, que es actriz profesional, ya me di cuenta de que era cierto, que había una película. Y al ser realmente hija de Nuria, ya me convencí del todo. A mí me interesaban mucho los personajes de Miguel Ángel y Nuria, y las dos casas, y lo diferentes que son. Que tienen una amistad estupenda y son muy colegas, pero son lo más opuesto del mundo. Uno vive en una casa espectacular con piscina, y la otra, a pesar de tener una casa preciosa, vive sin un duro. Ese choque entre el que tiene dinero y el que no lo tiene; entre el que trafica con el arte y el que no, era un tema que me interesaba. Yo veía que ahí había unos personajes muy ricos, y en lugar de hacer lo habitual, es decir, inspirarme en ellos y escribirlo, lo que hice en Tigres de papel, que al pasar tanto tiempo con esos personajes ya me salía totalmente su vocabulario y su forma de expresarse; en este caso pensé hacerlo pero sin actores, porque me llevaría años y acabaría cayendo en esa indefinición de tener que explicar “sí, tengo un proyecto, a ver si sale, ojalá”, y esto era decir: “en cuanto consigamos una pequeña cantidad de dinero, nos ponemos a ello”.
LTD.- Acometer una película como esta, sin embargo, debe entrañar muchas alegrías pero también alguna que otra dificultad, ¿cuáles son las ventajas y los inconvenientes de rodar una cinta como Isla bonita?
FC.- La ventaja principal es en el sentido creativo, es que creativamente hemos logrado cosas que no se podrían haber conseguido por el método tradicional, y como inconveniente que a veces acababas agotado, recuerdo que llegaba a casa de Miguel Ángel y me ponía con el plan de rodaje porque no tenía ayudante de dirección. Me ponía con el plan, con todo; venía la de producción y tenía que explicarle que no podíamos cambiar de día a noche porque perdíamos un día, e idear que hiciéramos semanas de día y semanas de noche. Todo eso es lo que más tiempo me llevaba. Echaba en falta el coche de producción que te recoge, la dieta, todas esas cosas. Sin embargo artísticamente ganaba mucho más.
LTD.- Para finalizar, hay una pregunta que, durante años, he querido realizarle, quizá más como cinéfila que como periodista, o tal vez por los dos motivos. ¿Cómo es trabajar con Klaus Kinski?
FC.- Kinski fue muy raro. Allí estábamos como locos buscando un actor con un nombre y un prestigio, y veterano. Lo intentamos con Burt Lancaster, con Charlton Heston, con Richard Widmark, con Robert Mitchum, con Kirk Douglas. Todos ellos eran mis ídolos. Con algunos se llegó a hablar, con otros ni siquiera. Al final llegamos a Vincent Price, que no estaba de moda por aquel entonces, y hubiera sido un acierto y además asequible, pero no podía porque le tenían que hacer una operación de boca ese verano. Entonces el mismo agente de Price tenía a Klaus Kinski. Él nos lo ofreció y, como ya sabíamos que era conflictivo, pensamos que tratándole con mimo no habría problema. Pero nada. Era un raro, un borde. Hacía unas cosas –ríe-. Un pirado. Se hacía el loco, tenía un carácter muy complicado y muy conflictivo. De entrada era el único que vivía en Barcelona, todos los demás estábamos más o menos cerca del castillo, con lo cual tardaba todos los días unas dos horas en ir y volver, y por las noches se iba de juerga. Le encantaba lo flamenco, lo que él llamaba “los gypsies”, del equipo solo respetaba a los gypsies –ríe-. Se iba a los tablaos e intentaba ligar con las bailaoras y casi le zurran alguna vez. Se iba al Corral de la Morería y empezaba a decirle cosas a las bailaoras, y claro el chófer tenía que sacarlo antes de que le pegaran.
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