Sudoroso, calentito y todo el fin de semana en la cama. Un plan magnífico de no ser porque mi compañera de cama era la fiebre y no una rubia maciza como Scarlett o Elsa Pataky. Bien pensado, tampoco hubiera estado mal una morena como Ana Ivanovic ahora que está libre. Pero bueno, ahora no viene a cuento hablar de mis ligues. Decía que estaba febril en la cama, arropadito con la manta hasta el cuello, cuando me vinieron a la memoria aquellos resfriados que pasabas de niño, cuando estabas cuatro días recluido en la camita con mamá cuidando de ti.
Así, para rememorar al completo mis tiempos infantiles decidí recordar uno de los iconos del terror de mi infancia, una película que nunca había visto ya que, cuando era pequeño, mis padres no me dejaron para que no tuviera pesadillas pero, aún así, su protagonista me cortaba la respiración: Fred Krueger o, lo que es lo mismo, Pesadilla en Elm Street.
Cuando comienzas a ver la película, lo primero que piensas es que todo tiempo pasado fue mejor, y si no que le pregunten al Atlético de Madrid. Pero, si bien es cierto que el paso del tiempo afecta a todo hijo de vecino, hay algunos que lo resisten mejor que otros, no hay más que ver a Monica Bellucci. Y, en el caso de Pesadilla en Elm Street, aunque se nota a primera vista que es una película hecha en otra época y con ciertas limitaciones, hay que reconocer que resiste el paso del tiempo mucho mejor que otras películas de su época o más recientes.
En este aguante al paso del tiempo, influye en gran medida la novedosa idea con respecto a la cual está estructurada la película. En primera instancia, la cinta podría parecer una nueva vuelta de tuerca al terror del estilo slasher que en su momento comenzara La Matanza de Texas y que después continuaron Viernes 13 o Halloween. Películas donde un asesino sanguinario pasa el rato matando unos cuantos adolescentes incautos. Pero, sobre esa base, Wes Craven incorpora un interesantísimo juego entre sueños y realidad, eligiendo como hábitat del maníaco el lugar más indefenso del ser humano. No me refiero a una granja en medio del oeste ni a un campamento de verano; Wes Craven elige el lugar en el que somos totalmente vulnerables, libres ante nuestros temores más profundos y de donde ninguno podemos escapar: nuestros sueños. Continuando con esta temática onírica resulta interesante cómo se refleja en la película la estética de los sueños: persecuciones donde el protagonista trata de huir pero nunca avanza, cambios de escenario sin una relación lógica entre sí, un peligro acechando en cualquier lugar y del que no puedes escapar… Todos los grandes alicientes de toda pesadilla que se precie.
Para cimentar esta interesante idea debemos conseguir un villano con gancho. Cara de cuero tenía su careta de piel humana; Michael Myers, su máscara de hockey hielo. Y aquí tenemos a Fred Krueger, con su piel quemada, su jersey de rayas rojas y verdes, su gorro negro y su inseparable y afilada garra. Toda una iconografía que nos ha quedado grabada en la memoria pero que, con gran acierto, no presenciamos hasta la extenuación como ocurre en otros filmes. Como en las pesadillas, la amenaza no es algo explícito, sino una sorpresa difusa, creando una sensación amenazadora que puede sobresaltar al espectador en cualquier momento.
En el resto del reparto, encontramos las clásicas apariciones de padres atormentados y adolescentes asesinados, destacando el aterrador proceso de envejecimiento de Heather Langenkamp para reflejar el sufrimiento y falta de sueño que le causa Fred. Aunque, por encima de Heather, la presencia más destacable de la película es la aparición de un adolescente ochentero molón con cara de niño bueno que con el paso del tiempo terminaría convirtiéndose en un alguien conocido en el cine; un tal Johnny Depp…
A pesar de esta presencia, en Pesadilla en Elm Street, los actores no son los que llevan la película, sino que son ellos los que se ponen al servicio de la historia; algo debido en gran medida a que el principal protagonista, con respecto al cual se estructura el relato, no aparece durante la mayor parte del metraje. Una mesura en la distribución de Fred Krueger que no se corresponde con el reparto de vísceras y sangre. Así, debo reconocer que Wes Craven supera en ciertas ocasiones el límite del buen gusto, especialmente en ese geiser de ¿vísceras? ¿sangre? ¿vómito? ¿mezcla de todo tipo de fluidos? De todos modos, esa licencia escatológica no debería extrañarnos entre la incorrección política y el especial sentido del humor que Craven salpica en varias escenas de la película. En este sentido, resulta mítico el plano en el que Fred hace asomar su garra por debajo del agua entre las piernas de Nancy en la bañera…
Aunque, además de la incorrección política, esa escena representa la fortaleza de la película: Fred Krueger puede aparecer en cualquier lugar, allí donde te quedes dormido, algo que nunca podrás evitar y que, por tanto, a cualquiera puede afectar. No en vano, todos tenemos nuestro Fred Krueger particular. ¿Quién no sufre un terror profundo en sus sueños? Yo, por ejemplo, a veces sueño con un Atleti hundido en la materia económica, con un proyecto deportivo nefasto, una plantilla desconocedora de lo que significa ese escudo y un entrenador falto de ambición… Afortunadamente, creo haber despertado de este último mal sueño en particular pero, ¿y el resto?, ¿podré despertar alguna vez de la pesadilla que es la gestión del Atleti? Mi Fred Krueger particular…
Autor: Ángel Luis García
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