El mundo es un lugar misterioso en el que acontecen sucesos que no comprendemos. Hace años llamó mi atención un caso curioso, el hecho de que las reses, cuando se sienten carentes de calcio, lamen las paredes de los establos para compensar esta insuficiencia. No tiene explicación lógica, los muros encalados no sólo son inadecuados para ellas sino que además pueden resultar tóxicos, pero algunos bovinos sienten la necesidad irrefrenable de hacerlo y lo hacen. Sin más. También he sabido con el tiempo que hay perros que muerden hierro y otros animales que comen tierra para sustraer minerales de ellos. Esta manía, o debiéramos llamarlo comportamiento anómalo, se ha denominado “pica”, y no sólo lo padecen los animales sino también los humanos, como los niños que deciden ingerir tiza, pegamento o pintura, lo cual indica, en realidad, que no siempre suplen una carencia sino que también puede responder a algún tipo de trastorno del comportamiento.
Dennis Flood imagen |
Por qué divago al respecto lo sabrán pronto. No relacionado con la alimentación pero sí con las apetencias, se encuentra el cine. Durante años he observado el comportamiento de los espectadores cinematográficos, lo he tanteado y también lo he analizado. Es cierto que hay quien ve una película por pasar el rato, diversión simple y pura, un ejercicio de mera cotidianeidad: estrenan una película y se ve. Sin embargo hay otro tipo de situaciones en las que el hecho de elegir uno u otro título responde a razonamientos más profundos, conducidos a su vez por móviles complejos y dinámicos. “Hoy me apetece una de miedo”, he oído decir a algunos amigos antes de un examen: “me relajan mucho cuando tengo estrés”. Lo curioso del tema es que, lo que a ellos mismos puede desagradar durante todo el año, en el período de exámenes les aplaca, contrarresta su desasosiego y su preocupación. Otras veces, sin embargo, nuestro ánimo nos empuja a buscar películas que estén en nuestra misma onda emocional, en nuestra órbita psicológica; así cuando se está contento, henchido de felicidad, se percibe como antinatural ver un drama, dejarse ensombrecer por una trágica historia de campiña inglesa; no se quiere condoler con James Ivory, ni tampoco disgustarse con Muerte en Venecia, ni afligirse por un terrible suceso o con el hecho que alguien pierda el tren y con él las oportunidades.
Tampoco cuando uno está triste tiene apetencia de este cine trágico ni mucho menos del de animación o musicales pletóricos, de festines cromáticos. Sin embargo basta que el día se presente melancólico para que el destino te ofrezca cine que alimente el espíritu y también tu ánimo; así como es suficiente que el día se muestre luminoso y claro para que las carteleras aparezcan lúgubres, con oscuras historias de canes difuntos de Burton, de asesinatos macabros de Saw en cualquier versión; de ciencia ficción mal confeccionada y además surrealista que te hace pensar en lo extraordinario que es estar en una frecuencia diferente.
Fotograma de El planeta de los simios. Copyright 1968. Producida por APJAC Productions y Twentieth Century Fox Film Corporation. Distribuida en España por 20th Century Fox |
Porque sí, muchas de las elecciones que tomamos responden más a una apetencia emocional que al puro hecho de asistir a una sala. El cine, que para algo es una manifestación artística y quizá la más completa de todas, es también una necesidad. No todo vale ni tampoco vale para todos. Como cualquier elemento de nuestro entorno, tiene sus propios minerales y oligoelementos; también es una cura, una medicina, un elixir tónico contra una carencia que ni siquiera conocemos de manera consciente. Por eso un día se sale de casa, se acude a una sala, se compra una entrada, se sienta y se satisface esa “pica” sin saber si quiera lo que es y por qué se necesita. Todo un recital saludable por el precio de una entrada. Un poco más cara, es cierto, el euro por receta en el cine se paga con un gravamen del 21%, pero curativa a fin de cuentas.
Desconozco a qué sabrán las paredes ni qué harán los cinéfilos que vivan en un diáfano loft sin muros y sin tabiques, pero mientras siga existiendo el séptimo arte, esas paredes bien encaladas que en ocasiones también son deliciosamente tóxicas serán la mejor de las curas.
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