Resulta sorprendente descubrir lo tornadiza que es la vida y cuánto nos cuesta admitir que el mundo está cambiando. Muchas veces me he hecho eco de esa fijeza casi enfermiza de los medios audiovisuales en perpetuar estereotipos y no permitir que el aire fresco también llegue a sus producciones. Si por los medios fuera, la Tierra seguiría siendo plana y no habría sino infiernos más allá del Cabo de Finisterre. Lo que en la década de los ochenta parecía superado, en la segunda del siglo XXI está en plena efervescencia: anuncios de productos de limpieza protagonizados por amas de casa cada vez más jóvenes; programas de adolescentes con un poder adquisitivo desproporcionado; películas de padres que trabajan y que despiden con un beso a una cosificada madre que sonríe pese a que su familia la ignora. Falsedades. O al menos eso prefiero pensar, sería terrible haber retrocedido tanto en tan poco tiempo. Por fortuna la vida, ya lo he dicho, sorprende y para bien, aunque sean pocas las ocasiones en que pueda comprobarse.
The Big Bang Theory, una producción Chuck Lorre Productions y Warner Bros. Television. Distribuida por Warner Home Video. Todos los derechos reservados. |
Mes de febrero. Rebajas generalizadas. Después de vueltas y vueltas mirando lo que no quiero comprar, entro en una tienda sin mayor aliciente que los print de sus pijamas, los típicos de una cadena especializada en ropa lencera. Esos comercios, en los que encuentras desde el más mundano de los coulottes, al salto de cama más sofisticado, siempre permiten observar a sus usuarios, en su mayoría mujeres aunque alarmantemente acompañadas por unos varones siempre atentos a las otras clientes. Y allí fue, en la cola de aquel abarrotado local, donde pude comprobar que la vida, al igual que el lenguaje, se abre camino mucho antes de que se registre, se modifique y se regle. “No son protones, son neutrones”, dijo una voz femenina detrás de mí: “porque los neutrones térmicos son los implicados en la producción de radioisótopos”, aquella conversación en medio de una tienda repleta de mujeres comprando mudas, me pareció prodigiosa. Por descontado, no tuve más remedio que escuchar, a pesar de que el estruendo de la máquina registradora, la música dance y el griterío hicieran del discurso una alocución entrecortada, lo que precipitó que terminase escuchando una curiosa y extenuante mezcolanza: “los electrones que emiten los núcleos radiactivos”, “son 59,95 euros”, “sin evidencias de la fusión fría”, “¿Tiene la tarjeta con la que hizo la compra?”, “el examen de Nuclear duró hasta tarde” “Son 2,95 euros”.
Lo más llamativo de la diálogo es que la joven, bien acompañada por un novio que lucía en su camiseta una partícula nuclear emitiendo energía, intercalaba su perorata científica con aspectos banales de lo más divertido: “sí, Energéticas… ¿Has visto estas transparencias?” a lo que su entrañable pareja contestaba: “no me gustan mucho, no dejan espacio a la imaginación”. Aquella expresión produjo en mí una soterrada carcajada, en verdad la prenda transparentaba con toda explicitud. Ventajosamente para mí, la cliente que iba delante tenía pendiente una devolución porque de no haber sido así, me hubiera perdido una de las conversaciones más surrealistas y divertidas que jamás había presenciado en una tienda de ropa interior.
Al margen de lo que durase la espera, dos o tres minutos a lo sumo, ésta me permitió descubrir que las mujeres, la sociedad en su conjunto, van muy por delante de la mera representación que se hace de ellas. Acostumbrada a producciones en las que se vuelve a incidir en el papel secundario femenino y el protagonismo masculino, aquello me pareció el colmo de la dicha. Porque si razonamos sin necesidad de mucho esmero, nos daremos cuenta de que en la actualidad consumimos gran cantidad de productos audiovisuales deteriorados, ocultos bajo la tentadora apariencia de esparcimiento. Pensemos en series como The Big Bang Theory, por lo demás sobresaliente, pero en la que un grupo de jóvenes científicos vive al lado de una vecina sin ninguna formación aunque dotada de gran belleza; suerte que personajes como el de Melissa Rauch (Bernadette) y Mayim Bialik (Amy Farrah Fowler), vengan a suplir estos despropósitos que ya creíamos caducos.
Pero vayamos más allá y remitámonos a películas presentes en las carteleras, como las protagonizadas de nuevo por héroes épicos como Arnold Schwarzenagger en El último desafío y Tom Cruise en Jack Reacher. Y qué me dicen de las testosterónicas Django, El vuelo o The Master. La generalidad de los títulos actuales están protagonizados por hombres, en ellos las mujeres tienen cabida accesoria, son las que conocen al protagonista, las que le sostienen en su gran proeza, las que le aman o lo que es peor, las que piden su auxilio, su intervención, su magnanimidad.
El último desafío (2013), producida por Di Bonaventura Pictures y DeA Planeta Home Entertainment España. Todos los derechos reservados. |
No hay películas de mujeres heroínas, salvo si rescatan a niños o a animales. Ninguna mujer es científica, ninguna da clases de nada, ninguna tiene aspiraciones. La vida real se compone de mujeres al pie del cañón, pero en el mundo audiovisual el cañón las apunta a ellas y son ellos quienes tienen que salvarlas. La vida lleva otro ritmo, al menos de manera sectorial y en determinados ámbitos, y así sucede que en el lugar menos indicado, en el momento menos pensado, una joven científica muestra su competencia ante un hombre que la respeta, sin que nadie se sienta amenazado por el paso que supone romper de una vez por todas, con la estereotipia. Incluso cuando esa ruptura se produce entre medias y lencería.
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