Estrella de Diego en su libro El andrógino sexuado decía que “ellos nos constituyen frígidas o supersexuales”. Convirtiéndonos a su antojo en las malvadas destructoras de héroes o en virginales novias deseadas, dos arquetipos muy habituales. Son los extremos de sus propias creaciones de personajes tipo, las castradoras o las necesitadas de ayuda masculina de manera constante para la propia realización del héroe.
Los tiempos están cambiando, si miramos atrás nos damos cuenta que lleva ocurriendo desde hace unas décadas, solo que ahora el impulso es más rápido y potente, con un ritmo más frenético que algunos tratan de parar e incluso retroceder. Sin embargo, buena parte de la población demanda ese cambio, esa evolución. Un camino abierto tanto por mujeres reales como ficticias, personajes como Sarah Connor, la teniente Ripley o Buffy. Con anterioridad, si a los comics me remito encontramos a Wonder Woman, La Mujer Maravilla, creada por William Moulton Marston (alias Charles Moulton, 1941, All Star nº8). Finalmente, en la actual era en la que tan de moda están los superhéroes el celuloide la llevó a la gran pantalla en 2017 en una película exclusivamente protagonizada por ella, con actores reales y no animada.
Pero si de mujeres fuertes y protagonistas hablamos no se puede obviar la obra de nuestra Isabel Coixet, quien con su buen hacer inunda las pantallas de unas imágenes estéticamente impecables, Nadie quiere la noche es un buen ejemplo de ello. Sus películas están repletas de mujeres luchadoras. No son superheroínas, son mujeres mortales pero con el poder de la lucha, de una gran fuerza, con la cual sobrellevan las desgracias que vida les depara, y no son pocas. La muerte, la enfermedad, el mantener tu negocio a flote…, incluso se adentra en el género del terror en un desdoblamiento-usurpación del ser en Mi otro yo.
Las mujeres de Coixet son bellas, elegantes, delicadas pero de fortaleza férrea. Ellas son capaces de enfrentarse a todo, cuando caen en cada golpe que el guión les asesta, ellas se levantan y nunca se doblegan. Como en La librería o Aprendiendo a conducir, la lucha es hasta el final.
Pese al dramatismo que toda la dureza de sus vidas pueda acarrearles, la obra no cae en la lágrima fácil, no son dramas baratos. El tono positivo y alentador se mantiene, pese al cáncer, al abandono de un marido o a las torturas recibidas en una guerra, La vida secreta de las palabras.
Por otra parte hay que mencionar la diferencia con la cual Coixet aborda la sexualidad y la desnudez, comparándola con la visión masculina de tales situaciones. La delicadeza con la que ella expone el desnudo femenino entronca con la pintura y el voyerismo, introduciéndose en la intimidad del momento como de puntillas (Elegy), mostrando la belleza de las formas en todo su esplendor, la sutileza es su arma de combate, lo soez no tiene cabida.
Si Estrella de Diego tiene razón y ellos a su antojo nos han creado frígidas o supersexuales a conveniencia de sus deseos, Coixet nos ha devuelto a la realidad dándonos humanidad, la veracidad de lo que es ser una mujer.
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