¡Oh capitán, mi capitán! Aunque estas palabras están extrapoladas de un poema de Whitman, desde 1989 dejaron de pertenecerle. En la actualidad, en nuestra mente aparece un adolescente Ethan Hawke subido a un pupitre al igual que la mayoría de sus compañeros de aula, un acto en el cual se honra a un profesor que tiene el rostro de Robin Williams.
Cuando escuchamos o leemos, en este caso, estas palabras sabemos que se trata de una gran película El club de los poetas muertos (Dir. Peter Weir, 1989). Y es que, como ocurre con la vuelta al cole, la cinta provoca esa ansiedad que está a medio camino entre el drama y la felicidad que crea ese mundo que nos resulta ya tan familiar. Porque Keating ha sido el profesor de todos nosotros, él nos enseñó el significado real de Carpe diem.
Imagen de “El club de los poetas muertos” producida por Touchstone Pictures y Silver Screen Partners IV. Distribuida en España por Warner Española S.A. Copyright ©. Todos los derechos reservados.
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El film se sitúa en un prestigioso colegio privado, de esos de rancias tradiciones y pulcros uniformes. Un estricto y antiguo colegio estadounidense, que bien podría ser inglés, a finales de los años 50. Tradición, honor, disciplina y grandeza son los cuatro pilares de esta escuela centenaria regida por profesores igual de antiguos y rancios. Weir nos introduce dentro de su rutina haciendo un recorrido por unas aburridas asignaturas impartidas por viejos e insulsos profesores con poca pedagogía pero muy estrictos, incapaces de lograr que sus alumnos muestren un mínimo interés en sus explicaciones.
Únicamente Keating, el nuevo profesor sustituto y antiguo alumno, será capaz de involucrar a sus estudiantes en su asignatura: literatura. Mediante ella el inolvidable profesor tratará de lograr que sean capaces de pensar por sí mismos, ayudándoles a comprender la fugacidad de la vida y a seguir sus sueños, pues No olviden que, a pesar de todo lo que digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo. Un personaje presente en todos aquellos que conozcan la cinta, interpretado por Robin Williams, tal vez el único actor lo suficientemente vivaracho como para lograr lo que el consiguió del personaje, convertirlo en todo un icono.
Imagen de “El club de los poetas muertos” producida por Touchstone Pictures y Silver Screen Partners IV. Distribuida en España por Warner Española S.A. Copyright ©. Todos los derechos reservados.
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El film cuenta con unas maravillosas panorámicas exteriores del colegio y sus bucólicos alrededores muestran la melancolía del otoño y la soledad de los parajes, una metáfora visual para transmitir al espectador la, a su vez, soledad de unos chicos, hijos de padres ricos y poderosos que los han aparcado en una escuela rígida y a quienes apenas ven.
Pero, más que de imágenes potentes y espectaculares, que pese a poseerlas no es lo más característico del film, se trata de una película de diálogos, cuyo brillante guión escrito por Tom Schulman ganó un Oscar al mejor guión original. Está repleto de grandes frases que en sí mismas forman citas llenas de gran sabiduría, de conversaciones que revelan el autoritarismo de algunos personajes, como el padre de Neil Perry (Robert Sean Leonard), cuyo despotismo lleva a la tragedia, siendo incapaz de reconocer sus errores, únicamente encontrará venganza y justicia culpando al inocente profesor, cuya única falta ha sido el convertirse en mentor y guía de unos personajes, sus estudiantes, quienes han evolucionado y se han ido formando a medida que aprendían sus enseñanzas. Saliendo finalmente del rebaño de ovejas, transformándose en hombres individuales, en libre pensadores.
Un profesor que, como a muchos les sucede, expía las culpas de los progenitores. Un personaje inolvidable de quien todos aprendimos que subiéndonos a una mesa obtendríamos un punto de vista diferente de lo que ya sabemos y conocemos, del mundo ordinario, una forma de ver y entender las cosas también válida y correcta.
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