Título original: Vortex. Año: 2021. Duración: 142 minutos. País: Francia. Dirección y guion: Gaspar Noé. Fotografía: Benoît Debie. Reparto: Darío Argento, Françoise Lebrun, Alex Lutz. Producción: Rectangle Productions, Wild Bunch, Les Cinemas de la zone, KNM, Artemis Productions, Srab Films, Les Films Velvet, Kallouche Cinéma. Género: drama. Estreno en España: 29 de julio de 2022.
Hace años que Gaspar Noé situó su cine en ese pliegue de la vida donde surge el desgarro. El desgarro sin más, sea de la naturaleza que sea, siempre y cuando implique dolor, confusión y pérdida. Lo ha hecho con la violencia extrema, con la sexualidad más desalmada o con los efectos de cualquier neurotóxico. Pareciera que Noé viera la vida con toda su voluptuosidad, pero la entendiera como una condena; demasiado dolor para tan poco aliento, parece decir.
Con Vórtex el padecimiento se mantiene, pero aparece transformado en una experiencia sensorial, prácticamente en tiempo real, de lo que es el día a día de una pareja. Dos cámaras, un matrimonio de octogenarios y la enfermedad como espada de Damocles son las cartas que Noé reparte al inicio de un juego en el que todos parecen condenados a perder.
Lui (Darío Argento) y Elle (Françoise Lebrun) son un matrimonio ejemplar. Él es un crítico de cine que escribe un volumen sobre el sueño y la cinematografía; ella una psiquiatra jubilada que intenta mantener orden en medio del caos. Porque Elle padece demencia senil, una afección que le hace desorientarse, olvidar cuanto estaba haciendo o no saber cómo continuar una conversación. Pese a todo, en su día a día hay momentos lúcidos, por lo no interrumpe su rutina, encargándose de unas tareas mientras Lui acomete otras. No obstante, la enfermedad de Elle avanza y sobrepasa a Lui, enfermo coronario que meses atrás sufrió un infarto. Esto desborda a Stéphane (Alex Lutz), hijo de ambos, encerrado en su propio trasunto vital, el cual incluye un pasado de toxicómano y el cuidado en solitario de su hijo, el pequeño Kiki (Kylian Dheret).
Estos tres personajes indefensos, valientes en sus decisiones, pero tremendamente vulnerables se abrirán paso por una vida en la que está claro cuál es el final, pero no el siguiente paso. Los tres harán todo lo posible por salir adelante, intentando recurrir a la misericordia y al amor para compensar un mundo que aboca a la soledad más absoluta.
Rodada en pantalla partida, Gaspar Noé se vale de este recurso técnico para remarcar el aislamiento de cada uno de los personajes en su propio universo. A pesar de estar juntos, esta decisión estilística muestra cómo nuestros destinos discurren paralelos, sin que apenas haya interferencias entre ellos.
Con un guion de diez páginas y muchas horas de improvisación, toda la película destila un realismo reconfortante y necesario, que compensa décadas de artificios y excesos técnico-artísticos. El naturalismo extremo de las actuaciones (descomunal el talento de Lebrun para aparentar demencia) y la decoración caótica y asfixiante de su propio piso dan cuenta de la pulcritud de Gaspar Noé para configurar este fresco rabiosamente humano acerca de una de las etapas más complejas de la vida.
Quizá uno de los pasajes más emocionantes de la cinta lo representa el momento en el que estos tres personajes desbordados se unen en un mismo espacio y, arrastrados por la desolación, Elle menciona: “vamos a fingir que esto es normal”. Los tres, imbuidos en el silencio, desatienden la vida para, efectivamente, fingir que todo es normal mientras sea posible.
Una película natural, pero no trágica ni excesivamente sensible, que, en definitiva, habla del sueño, del desgarro y de la vida.
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