En algún determinado momento a lo largo de la vida, bien por un malestar con una situación o por sentir que estás en la ciudad equivocada y no perteneces a ella, a todos por algún motivo nos gustaría o habría gustado cambiar de vida y empezar de cero, como un libro en blanco en el que todo está por escribir carente de defectos pasados. Para determinadas personas ya sea por la problemática del país en el que han nacido o el género sexual al cual pertenecen, esa necesidad de cambio será imperativa.
Con esta premisa y el subtexto de la trata de mujeres provenientes de Europa del este, en 2007 David Cronenberg dirigió Promesas del este. Donde expone crudamente cómo los hombres de la familia Vory V Zakone se lucran con el tráfico de esclavas sexuales, mientras otros intentan salvarlas desmantelando toda una mafia aún a costa de su vida e integridad, como el agente infiltrado Nikolai, interpretado por Viggo Mortensen, segunda ocasión en la que trabajó con el director canadiense. Y al igual que en la primera Una historia de violencia (2005) poseerá una doble identidad, personalidad, en realidad por lo mimetizado que está en su propia creación, sin llegar a saber con certeza donde está la persona y donde su antagonista por él mismo creado. Tal vez estas dobles personalidades y diversos alter ego llevaran al neoyorkino a trabajar con Cronenberg en una tercera ocasión para ahora encarnar al famoso psicólogo Freud, cinta en la que además coincidiría de nuevo con Vincent Cassel, un actor tan versátil como él.
En Promesas del este como contrapunto de ese universo cruel de la mafia aparece el personaje de la doctora Anna (Naomi Watts) de ascendencia rusa. A su turno de urgencias llega una joven a punto de dar a luz la cual morirá, sin embargo el bebé sobrevivirá al parto. El diario de la joven fallecida, escrito en ruso, complicará toda la trama, involucrando a la doctora en un ambiente al cual no pertenece. Su mundo, el normal, que apenas aparece teniendo por únicos integrantes a Anna, a su madre Helen, y a su tío Stepan, una familia con una acogedora casa totalmente diferente al hogar de la mafia. Es muy habitual en Cronenberg el dar prioridad a los universos extraños en los cuales centra la trama y ubica a los personajes sobre los normales, que pasan más desapercibidos, como por ejemplo sucede con los dos tipos de trabajos, el hospital carente de importancia versus los diversos ámbitos de los Zakone en los cuales la protagonista se entremezcla. El considerado rey del terror venéreo en los ’80, pese a no ofrecernos una obra de dicho género, mantiene las características habituales de ellas. Donde todos vemos algo desagradable él encuentra la belleza que plasma en sus filmes.
La sangre a raudales que abre esta obra, cuando un hombre es degollado en una barbería, o la joven Tatiana y su sangriento parto en el cual muere y que a su vez gracias a él, como muerta, por medio de su diario y con su dulce voz, nos narrará su triste historia, igual que la de muchas otras niñas convertidas en esclavas sexuales. Las cicatrices en el cuerpo son otros de los bellos elementos que el canadiense introduce reiteradamente en sus obras, cuerpos como el de Nikolai (Mortensen) donde esa “belleza” se muestra en plenitud cuando, en una de las luchas cinematográficas más descarnadas, totalmente desnudo, en la sauna con su cuerpo pálido contrastando con los tatuajes que lo cubren se torna aún más decorado por los cortes de las navajas y la sangre que fluye de ellos cayendo por su níveo cuerpo.
Este contraste y la belleza entre el blanco adulterándose por el rojo de la sangre no resulta exclusivo del director, siendo algo muy habitual en la literatura medieval, donde en ocasiones en medio de la nieve virgen, el héroe o caballero se ensimismaba con las gotas de sangre que rompían con la virginal estampa del bosque o senda que transitaba.La parafilia sexual hacia las cicatrices corporales fue llevada al extremo en Crash (1996), siendo puros objetos del deseo. Pese a que Nikolai es un agente infiltrado de la SVR (antigua KGB), su estoica figura forma parte del degenerado y cruel mundo que se abre ante nuestros ojos. Su serenidad y leves atisbos de humanidad lo convierten en el único personaje atractivo de este inframundo, tanto para espectador como para el personaje femenino, Anna, que halla en él la sensibilidad bajo toda esa capa de crueldad con la que se debe envolver.
Como siempre Howard Shore se encarga de poner la música al filme, sobresale un melancólico violín que acompaña a esta historia triste y decadente de los bajos fondos que se mueven en el tráfico de mujeres y cuya envergadura escapa a nuestra imaginación siendo difícil de abarcar, tal y como es mostrado al final. Los Zakone sólo son la punta del iceberg.
Helen: “Ese no es nuestro mundo, somos personas corrientes”. Stepan: “Ella (Tatiana) era una persona corriente”.
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