Fue la mano de Dios y Manchester frente al mar
Por Damián Gutiérrez Sáenz
Fabietto Schisa, adolescente en el Nápoles de los años ochenta, disfruta del mar y de su familia. De traslados en moto y sin casco junto a sus padres. De los malabares y las bromas pesadas de su madre. De la glotonería y el mal humor de su abuela, que viste abrigo de pieles en pleno verano. Del intelectual decepcionado con el mundo, pero rendido al fútbol, que es su tío. Del nuevo integrante de la familia: viejo, pesado, paticojo y de voz robótica. Del cuerpo desnudo de su tía Patrizia, que se contonea con el oleaje del Adriático. Del inminente fichaje de Maradona, el mejor futbolista del mundo, por el Nápoles, su equipo del alma.
Pero la placidez adolescente de Fabietto comienza a dar algunos síntomas de desgracia. Su hermano es rechazado en el casting para una película de Fellini. La relación de sus padres no es tan idílica: papá le es infiel a mamá. Los gritos de su madre en la noche del hogar provocan en Fabietto un potente ataque de ansiedad. Un tío es arrestado por la policía en mitad del visionado del Argentina-Inglaterra. Cuando la abuela acusa al resto de la familia de permitir la delincuencia de su hijo, estos la apalizan como si fuera una villana de tebeo infantil. A espaldas de todos, en una tele vieja que nadie mira, Maradona marca a los ingleses el gol más famoso de la historia del fútbol. La violencia y el gol olvidado funcionan como metáforas de lo que será la vida de Fabietto a partir de ahí: un largo conflicto interior lejos de la gloria.
Sin embargo, aunque estos síntomas de desgracia tuerzan un poco la sonrisa de la película, la comedia no se empaña y reina en la primera mitad del metraje. Así que nada hace prever el golpe que recibirá Fabietto a mitad de la película, que marcará a fuego su existencia. Mientras sus padres leen y tejen frente a la chimenea de su departamento, se intoxican con monóxido de carbono, muriendo en el acto. El director Paolo Sorrentino juega a que la catástrofe no exista hasta su misma manifestación. Llena Nápoles de calma y comedia, de modo que ni Fabietto, ni sus padres, ni el espectador pueden intuir el advenimiento de la muerte. Es una aproximación invisible a la desgracia.
A 34.459 kilómetros de la costa napolitana donde vive Fabietto, hay otra ciudad portuaria llamada Manchester-by-the-sea. Esta ciudad es el escenario de Manchester frente al mar, que cuenta las desventuras de Lee Chandler, un solitario encargado de mantenimiento. Al contrario de la divertida vida de Fabietto, Lee es un hombre destruido desde el inicio de la película. Vive en un sótano. Tiene problemas económicos. Apenas habla. Bebe. Rechaza el contacto con mujeres. Se pelea en bares. Un día, Lee recibe la noticia de que la enfermedad que arrastraba su hermano ha terminado por matarlo. Lo que significa, además de la tristeza, que debe hacerse cargo de su sobrino Patrick, relación que se desarrollará a lo largo de todo el metraje. El clima de fatalidad llega al punto culminante a mitad del filme, donde se revela la causa del estado catatónico del encargado de mantenimiento. Lee tuvo en su día una familia preciosa: una mujer y tres hijos pequeños. Una noche, el protagonista está bebiendo y jugando con sus amigos en la bajera de su casa, hasta que su mujer le pide que acabe con la juerga para que sus hijos puedan dormir. Borracho y reacio, pero al fin obediente, Lee echa de casa a sus amigos. Enciende la chimenea, a la que no recuerda haberle puesto el protector. Y se va a hacer la compra, también a petición de su mujer. Camina por la noche helada, bajo la luna llena. Hace la compra rutinaria en la tienda. Emprende el camino de vuelta. Se resbala con la superficie helada. Recoge las bolsas caídas y continúa. Cuando llega a su casa, la encuentra en llamas. Los médicos introducen a su mujer en la ambulancia y la trasladan al hospital. Los bomberos recuperan los cuerpos sin vida de sus hijos.
El director Kenneth Lonergan va anunciando, a través de una atmósfera lóbrega, la llegada de la catástrofe. Llena Manchester frente al mar de hielo y amargura, de manera que todos intuimos el advenimiento del evento negativo que marca la vida de Lee. La primera mitad de Manchester frente al mar va expidiendo publicidad mórbida hasta que, al fin, describe con ardor lo inevitable. Es una aproximación consecuente a la desgracia.
Superación
I. La exteriorización de los sentimientos
Por el crudo invierno que cae sobre Manchester-by-the-sea, Lee no puede enterrar a su hermano. La tierra está congelada y dura para la inhumación, de modo que el cadáver debe permanecer en un congelador hasta que el deshielo de la primavera permita cavar. Patrick rumia en silencio esa situación hasta que el acto cotidiano de meter un producto en el congelador de su casa lo derrumba. Sufre un ataque de pánico ante el hecho de que su padre esté esperando sepultura en una cámara frigorífica. Lee, por su parte, continúa con su gestión inexpresiva de las desgracias, como si la muerte de un hermano fuera poco en comparación con la de tres hijos. Se revela torpe y seco en su nueva relación con Patrick.
En Nápoles, Fabietto sufre por no poder ver a sus padres. Cuando llega al hospital, el médico le informa de los fallecimientos, pero no le deja ver los cuerpos. Esto lleva a la explosión de rabia de Fabietto, que ataca la puerta de la morgue que no puede abrir. Cerca del final de la película, el joven Schisa charla con el director de cine Capuano, quien le insta a buscar lo que tiene que contar para poder dedicarse al cine. Repite entonces, con la voz entrecortada por la emoción, que no le dejaron ver a sus padres.
Tanto Patrick como Fabietto exteriorizan sus sentimientos. Estallan. En cambio, Lee padece sin aspavientos casi toda la película. Ni si quiera cuando su mujer le confiesa que se arrepiente del trato que le dio cuando sus hijos murieron. Solo al final, después de otra pelea de bar, es capaz de llorar. E iniciar así algo parecido a una liberación.
II. La pérdida de la adolescencia y la virginidad
Con la mayor presencia de Patrick en Manchester frente al mar, la película de Lonergan enlaza en el estudio de la adolescencia con la de Sorrentino. Y uno de esos tópicos adolescentes es la pérdida de la virginidad.
Patrick intenta mantener relaciones sexuales con una amiga mientras su tío conversa con la madre de la chica, esperando. Lee arruina el encuentro sexual al ser incapaz de mantener una conversación banal y hacer tiempo. Patrick sufre así las dificultades sociales de su tío, enfadándose con él y teniendo que postergar su bautismo sexual.
Fabietto, que al inicio de la película había mostrado su deseo por Patrizia, en la segunda parte del metraje pierde la virginidad con su vecina anciana. La sexualidad se somete al parteaguas que rige toda la película: al inicio todo es deseo por el cuerpo joven que al final se despacha como un peso muerto a años luz de la expectativa. La iniciación sexual supone un despegue definitivo hacia la adultez, tal y como verbaliza la vecina anciana.
III. La búsqueda de sustitutos
Ante el fallecimiento de personas tan cercanas, las dos películas coinciden en que la llegada de sustitutos es, parcialmente, sanadora.
Lee, sumido en su proceso de bunkerización y autoflagelación, se encuentra de repente con Patrick, quien le obliga a posicionarse de nuevo en el mundo. Es a través de la administración económica de la custodia de su sobrino como vuelve, tímidamente, a ser un adulto funcional. Encuentra una solución adecuada para todas las partes: Patrick será adoptado por unos amigos para no tener que abandonar su ciudad; Lee se irá a Boston a trabajar, puesto que le es insoportable vivir allí donde falleció su familia; arreglarán el motor del barco para usarlo en verano y lo alquilarán en invierno para obtener dinero. Además, Lee está buscando una casa con dos habitaciones para que Patrick vaya a visitarlo de vez en cuando. Y podrán usar el barco juntos, tal y como lo hacían cuando su hermano seguía con vida.
Fabietto, por su parte, intenta sustituir el cariño de sus padres sin lograrlo. Su hermano mayor decide vivir la vida de forma hedonista, eludiendo cualquier responsabilidad paterna con Fabietto. Su nuevo amigo es un contrabandista que termina en la cárcel. El director de cine Capuano es un breve guía espiritual con el que no vuelve a tener contacto. Su tía Patrizia es encerrada en un psiquiátrico. El desfile de todos estos personajes contribuye a la adultez de Fabietto, quien finalmente decide hacerse cargo de sí mismo ante la ausencia de sus padres. Y deja Nápoles atrás para dirigirse en tre hacia Roma, donde pretende ser director de cine.
IV. Seguir adelante
Después de la desgracia, Manchester frente al mar y Fue la mano de Dios concuerdan en que el hogar es inhabitable. En ninguna de las dos películas hay una superación feliz del mazazo, aunque sí hay avances en la gestión de los sentimientos. La lenta actividad natural de la vida, poco a poco, va reubicando en el mundo a Fabietto y a Lee. Más que moderadamente optimistas, los finales de ambas películas son la forzosa necesidad de seguir adelante. Fabietto por cuestión de edad, Lee por el mecanismo de seguridad de una pistola.
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