Me gustan los árboles porque parecen más resignados
a su forma de vida que los demás seres
Willa Cather
Queridos amigos y amigas de Todo es cine:
Es un placer volver a ponerme en contacto con todos vosotros. Hace tiempo que no hacemos una pequeña reflexión. Aprovecharemos una película que ha ganado la Palma de Oro del Festival de Cannes y que, después de verla y meditarla, de observar cada uno de sus recovecos, me gustaría compartir con vosotros una reflexión.
Lo primero, voy a presentaros de qué vamos a hablar: El árbol de la vida (2011, Terrence Malick). Se trata de la historia de un niño, Jack (Hunter McCracken) y de su familia en los años cincuenta en Tejas. Nos va llevando a través de fotos de un álbum familiar a los primeros recuerdos, aquéllos que se graban en la memoria de un infante, que viene al mundo y que va viendo a través de los ojos el movimiento de su madre (Jessica Chastain), figura muy importante en toda la historia; el nacimiento de un hermano que se aproxima a la pantalla con sus regordetas piernecitas; las primeras decepciones de un amor compartido.
Pero todo ese idilio va dando paso, y cada vez con mayor crueldad, a un padre (Brad Pitt) que le enseñó a plantar un árbol en su jardín. Qué fácil, como dice el enunciado. Pero su semilla no es equiparable a la de un árbol, él pertenece al reino vegetal y su compromiso para con sus descendientes es mucho menor, por lo menos desde nuestros ojos, ya que no le hemos preguntado al árbol. La crueldad que es capaz de demostrar este señor queda reflejada en las instantáneas de la retina del niño, que ya tiene otro hermano. Cuanto más crece, más va surgiendo en él el descontento; cuando eran más pequeños el juego les animaba a hacer atrocidades y pagar a los demás con la misma moneda con que lo hacía su padre, ya que a sus hermanos, y por cuestión de azar, no les daba tantos golpes, aunque muchos de ellos eran psicológicos. Cuánta diferencia, pero cuánto dolor. Llega a cambiar tanto que le dice a su padre que ya es como él y no como “ella”. Ella, la mujer que le iba dejando todo su cariño, su voz sonaba dulce detrás de los golpes, pero los golpes suenan más fuerte.
La película es original, no se puede negar, para mí resulta desagradable, pero cada uno cuenta su historia de la manera más artística que puede. Me puse a pensar en la cantidad de niños que como Jack, pagan la frustración de sus padres, que en este caso quería ser músico, y por la etapa que le tocó vivir o por lo que fuese, no lo consiguió; parece que es más fácil echar la culpa fuera de uno, pero no en tu propia casa y a tu propia gente. La madre queda idealizada, no era buena su vida de víctima, y menos cuando su propio hijo pasa de víctima a su verdugo.
Pero sí hay que romper una lanza a favor de la madre en este caso, a favor de las personas que ponen amor, solidaridad, respeto, altruismo, moral y la creencia en algo que nos va a ayudar, que nos ayuda. Es muy importante, no todo se puede ver desde la perspectiva sórdida y lúgubre de un alma atormentada. Ojalá, en vez de pensar en ir a otros planetas, pusiéramos en el nuestro una raíz profunda, fuerte, como hizo el árbol. Nosotros somos más complicados, pero también si usáramos la sencillez, quizá no estaríamos tan retorcidos. El árbol creció y dio sus frutos. Que los tuyos, y los hijos que traigas al mundo, por lo menos vengan a poblarlo con la fe y la esperanza en las personas nobles. El padre de Jack le decía que todo lo hacía por hacerle un hombre fuerte; fuerte se hace el árbol que cuyas raíces son más profundas, el que más agua y nutrientes tiene, y el que más protegido está, sobre todo al principio, después el tiempo y los años harán de él un árbol adulto y fuerte que aguante todas las inclemencias. Ahora necesita de ti.
Con todo el cariño, desde la Mecedora.
Y en especial para Concepción por todos los malos momentos que está pasando, junto con un gran recuerdo para su hermana Ana.
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