100 años del nacimiento de uno de los artistas que más han aportado al cine, al teatro y a la literatura desde la introspección de su existencia.
El centenario de una vida, pero no una vida cualquiera, sino la de alguien lastrado por su procedencia. Ya Bill August lo homenajeó filmando el único guión de Bergman que no ha dirigido él mismo, Las mejores intenciones, obra imprescindible para el cine y los seguidores del cineasta sueco, que habla de la vida, la muerte y el amor, que giró entorno a los padres de Bergman y al origen de su introspección. De Bergman podemos resaltar innumerables hitos de tono artístico por encima de la relevancia de sus logros, y es que, detrás de sus más de 180 obras de teatro y 60 películas, persevera esa figura encerrada a modo de niño, que como en Persona, ilumina el cine para establecer un diálogo entre lo que es y lo que se plantea que es. Y por ello, por su complejidad y el valor de esta obra, qué mejor que dialogar sobre una película enigmática, oscura y cargada de luz, porque Persona tiene de todo menos definición.
Hablar de Persona es hablar de Bergman, de su cine, de su mente y del trauma. Pensar en filosofía, arte y teatro; pensar no pensar y dejar la mente en blanco. Sumergirte en una de las obras más exponenciales del metalenguaje del cine moderno, donde todo lo que se ve, es fábula, es experimento, renacimiento, es Bergman. Una obra cargada de matices, que se reconstruye y transforma en cada secuencia, mostrando a Vogler y Alma como un conjunto, como dos elementos; que quizás, sólo quizás, puedan ser sólo uno.
1966, el director del Teatro Nacional de Suecia, Ingmar Bergman, es ingresado a causa de una enfermedad grave que le provoca un parón en su carrera y una reflexión de su vida, del arte y del ser. A punto de rodar la que sería su siguiente película, Los comulgantes, rodaje que Bergman suspende a lo largo de su ingreso, mientras escribe Kinematografi, titulo inicial de Persona, que refleja la intencionalidad del cine experimental metalingüístico que abarca la obra. Un canto a homenajear el cine desde lo más puro de la filmación, la incandescencia de dos polos que crean la luz, y los primeros fotogramas que corren a lo largo de una bobina deslizando el celuloide.
Persona establece una relación íntima, estrecha por encima de lo profesional y muy sensual entre la conocida actriz Elisabeth Vogler y su enfermera Alma, a causa de un mutis au naturel provocado por Vogler de manera espontánea. La obra merece per se una mirada dual, en cuanto al contenido y a la forma. Como obra y como contexto. Ya que hablamos de un momento en el que Europa se encuentra lastrada por el Holocausto, barbarie frente a la cual el arte no representa más que lo que refleja, el horror del ser humano, horror frente al cual Vogler enmudece, y de tal modo, la película abre un diálogo introspectivo sobre el arte, sobre el ser humano, sobre el cine y su proyección, sobre el arte fundacional y el objeto de hacer arte en un marco en el que el horror lo enmudece.
Una enfermedad que desata el conflicto de recuperar el habla, de volver a hacer arte, de interpretar lo interpretable ó conservar la máscara humana. Un diálogo que separa a dos mujeres entre sus deseos y sus convicciones. Un retrato sensorial, sensual, sentimental, humano, artístico, real y ficticio.
Por tanto, Persona es para el cine lo que Bergman para el arte, una membrana fina y ligera, que a modo de sábana, se posa agarrada a una rama, donde la luz ilumina una fantasía, una máscara, un humano, que mira y desvela lo que todo director sueña, descubrir un día, el sentido del cine o disfrutar rodando mientras lo busca.
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