Título original: Mantícora. Año: 2022. Duración: 115 minutos. País: España. Dirección y guion: Carlos Vermut. Fotografía: Alana Mejía González. Reparto: Nacho Sánchez, Zoe Stein, Catalina Sopelana, Javier Lago, Patrick Martino, Ángela Boix, Álvaro Sanz Rodríguez, Vicenta N’Dongo, Joan Amargós, Albert Ausellé. Producción: Aquí y Allí Films, BTeam Pictures, RTVE, Movistar Plus+, TV3, ICAA, Crea SGR. Estreno en España: 9 de diciembre de 2022.
Para quienes se declaren afines al cine minucioso, preciosista, iconoclasta y enérgico de Carlos Vermut, su nueva propuesta colmará todas sus expectativas; para quienes no se sientan especialmente vinculados a la obra del director de Quién te cantará, también. Porque Mantícora es una obra de arte por todos los costados, una de las mejores películas -si no la mejor- de este prodigioso año.
La sutileza con la que Vermut nos introduce en una historia profundamente perturbadora es memorable, más cuando se tiene en cuenta lo espinoso del subtexto de toda la película. Pero Vermut, ducho ya en esto de sobrecogernos y adentrarnos en lo más inhóspito de la psique humana, lo hace con tacto, con esa delicadeza y gesto sutil de quien espera el mejor momento para atestar un golpe maestro.
La historia relata la vida de Julián (Nacho Sánchez), un diseñador gráfico solitario que, tras salvar la vida a un vecino, experimenta un importante menoscabo en su salud. Afortunadamente, su suerte parece cambiar cuando conoce a Diana (Zoe Stein), una estudiante de Historia del Arte con la que cree tener la oportunidad de abandonar su anterior vida y ser feliz.
A lo largo de la cinta, Vermut espera, da espacio a sus criaturas, los arropa, les tiende la mano, les promete una redención que el público también espera. Y cuando ya ha establecido la estrategia, y las cartas parecen prometer ganar el juego, sus personajes y los espectadores sucumben, quedando atrapados en una historia subyugante que no da tregua. Y lo hace sin juzgar, o juzgando solo tras haber conseguido que se empatice con su protagonista, un joven que puede ser, y de hecho es, cualquier persona, cualquier compañero de trabajo, cualquier vecino.
Vermut no se solaza con ello, ni mucho menos; tampoco observa con mirada irónica, sino con esos ojos desnudos de quien abre una puerta sin saber qué encontrará tras ella. A este desvelamiento contribuye la fotografía naturalista a la que tan poco acostumbrados nos tiene, y una puesta en escena que no llama la atención sobre el contenido, sin que esto signifique que renuncie a la forma en provecho del fondo (ni mucho menos, no olvidemos que es Carlos Vermut). La forma en Mantícora importa, pero está puesta al servicio del fondo, un fondo que sobrecoge no tanto por inesperado, cuanto por aterrador.
Espléndida propuesta de un director que conoce a la perfección la dislocación psicológica, en su interior se cobija el mejor fuera de campo de la última década, con una tensión in crescendo tan asfixiante y desoladora que se hace obligado observarla, sabiendo que observarla lleva irremisiblemente a admirarla. Y es que, en definitiva, solo se puede admirar a quien hace una película como esta.
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