Cuando nada es seguro, todo es posible.
Margaret Drabble
Queridos amigos de Todo Es Cine:
Un placer volver a estar con todos vosotros. Empezamos mes y, con él, emprendemos una nueva reflexión. En esta ocasión, respecto a la película Madama Butterfly (1932, Marion Gering).
La historia nos lleva a un distrito de Japón, donde Cho-Cho San (Sylvia Sidney), una niña de quince años, es engañada por las personas que la rodean y por un hombre que paga por todos los gastos del engaño, B. F. Pinkerton (Cary Grant). El marine norteamericano le pide que se case con él, con una proposición rodeada de palabras de amor, palabras que Cho-Cho San no estaba acostumbrada a escuchar. Pinkerton le hizo soñar con un mundo que ella no conocía, incluso acudir a una iglesia para cambiar su religión, en pro del hombre que le prometió otra vida.
El tiempo pasa y Pinkerton regresa a Estados Unidos, prometiéndole volver cuando el petirrojo anidara. Pasan tres años y el marine no regresa. Junto a su querida Suzuki, Cho-Cho San vive momentos de dolor, añorando aquellas noches, aquellas palabras de amor. Incluso su familia la repudia por haber cambiado el budismo por el catolicismo.
Cho-Cho San “Butterfly” se encuentra sola, únicamente cuenta con el amor su hijo, fruto de aquella mentira. Butterfly se pasa los días mirando el mar que se llevó a Pinkerton. Cuando llega una carta de él, le trae la verdad de la situación: se ha casado con una estadounidense y regresa con ella. Cuando llega al puerto donde Butterfly le espera, Pinkerton ya sabe que tiene un hijo. Y a él también debe entregárselo.
Hoy os hablo de la ópera, que es hermana mayor del cine, en la que las emocionesdel canto desgarrador de la soprano y la música maravillosa de Puccini hacen que, sin poder reprimirlo, las lágrimas broten y resbalen por tus mejillas.
Esta historia, que refleja un tiempo y un momento en la historia, todavía nos conmueve. Muchas son las lecturas, pero nos vamos a quedar con una: el amor. El amor es algo extraordinario, pero cuando se centra y se basa en las mentiras, se desvirtúa su sentido. Cuando se juega con mujeres todavía no formadas se convierte en algo aún más tóxico el resultado de esas palabras en nuestra mente y lo tiñe todo de gris.
Permitidme compartir con vosotros algo que me sucedió al final de la representación de esta ópera. Cuando los aplausos terminaron, la mujer que estaba a mi lado me observó, ambas con nuestras miradas llenas de lágrimas. Al verla, me confesó que era la primera vez que iba a la ópera: “Tengo muchos años y nunca he podido ir. A mi marido no le gustaba y he decidido venir sola”. Entonces le sonreí y ella a mí. Enseguida le dije que había escogido la mejor ópera para comenzar. Porque esta es la primera vez, de otras muchas, a las que va a ir. Incluso le recomendé que formara parte de un grupo de aficionados a la ópera. Salimos de allí felices.
Por eso, cuando nada es seguro, todo es posible.
Con todo el cariño, feliz agosto desde La Mecedora.
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