Dirección: André Téchiné
País: Francia.
Año: 2007.
Duración: 112 min.
Género: Drama
Interpretación: Michel Blanc (Adrien), Emmanuelle Beart (Sarah), Sami Bouajila (Mehdi), Julie Depardieu (Julie), Johan Libéreau (Manu), Constance Dollé (Sandra).
Estreno en España: 19 septiembre 2007.
Existe la generalizada tendencia de acallar según qué temas, creyendo que obrando de este modo, la problemática no existe, o bien -lo que es aún más pernicioso-, suponiendo que el silencio borrará toda certidumbre de su existencia. Y he aquí que un director como André Téchiné, rescata del olvido uno de los temas tabú de los ochenta, y parcialmente trillado en los noventa, como lo es el SIDA, la maléfica pandemia del siglo XX que aún hoy en día, sigue haciendo estragos en nuestra cómplicemente olvidada África. Y es que es Los testigos una película que huye, precisamente, del olvido, pudiéndose decir que resulta ser un filme para el recuerdo, o mejor dicho, para recordar. En esta ocasión, Téchiné vuelve a los escenarios históricos, como ya hiciera con el Tánger de Lejos, o la Provenza de Los juncos salvajes, para adentrarse en el París de 1984, y en la nocturnidad y alevosía de las relaciones amorosas –unas veces heterosexuales, otras homosexuales; ora por negocio, ora por placer-, así como en las consecuencias de entrar en un juego de medias verdades, en las que la inmutabilidad del amor deja paso al frenesí de lo prohibido. Con una estética memorable y una carnalidad exuberante, Los testigos esboza, con entusiasta colorido, un drama urbano, lleno de claroscuros, en el que el objeto de deseo muta en una desmesurada cadena de frustradas insatisfacciones. Manu (Johan Libéreau) se instala en un paupérrimo hotel a las afueras de París con su hermana Julie (Julie Depardieu), una joven aspirante a diva de la ópera. En un paseo por el Sena, Manu conocerá a Adrien (Michel Blanc), un médico pudiente y con pretensiones filántropas que de inmediato se sentirá atraído por la frescura del joven. Será el propio Adrien quien le presente, para su venidera desgracia, a Sarah (Emmanuelle Beart) y Mehdi (Sami Bouajila), una pareja abierta y desinhibida que pronto llamará la atención de Manu.Un fortuito accidente en la playa, un roce insinuante y una infidelidad permitida y consumada, harán de Manu y Mehdi una pareja de amantes, que habrá de hacer frente a su pasión en un contexto de agitación social provocada, ni más ni menos, que por un retrovirus desconocido que se presenta como un castigo ejemplar, una letra escarlata difícil de sobrellevar. Barajadas las cartas y servido el juego, Téchiné no da por terminada su tarea, guardando un as en la manga de gran efectividad. Tres cuartos de hora de final poliédrico, brusco y escalonado, dan al traste con el ritmo narrativo plano y consecuente que caracteriza la primera hora de metraje, mostrando una película que va más allá de la mera anécdota y la moralina fácil.
Con desenlace que se aleja de la agonía, de las consecuencias de contraer el VIH o de la pura tragedia en que se resume nacer para morir, es Los testigos un film que habla de la belleza de las cosas, de lo efímero de la existencia y de aquellos, los testigos, a quienes les ha tocado ver lo que otros no podrán. Y es que Los Testigos es, en definitiva, una película que nos muestra que vivir, a pesar de nuestra obcecación, es siempre un milagro.
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