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Si El Exorcista II era el malo, La profecía II (1978, Don Taylor) es el feo. Feo porque ha perdido el brillo inesperado de la primera parte, siendo mucho menos lucida que su primera versión, ya que ha perdido el factor sorpresa del origen diabólico de Damien. Aún así, el director intenta seguir la senda abierta por La profecía y dar cierta continuidad en el tiempo a la historia, convirtiendo a ese pequeño diablo, nunca mejor dicho, en un adolescente que comienza a descubrir su verdadero origen y poderes. El problema es que, con la edad, ese niño, más que en el heredero del anticristo, se ha convertido en un adolescente chuleta, lo que le hace perder gran parte del mérito y credibilidad acumulados en la primera parte.

A pesar de este cambio, la cinta guarda ciertos paralelismos con la primera parte. Si en aquella película había una niñera que cuidaba en todo momento de Damien, ahora siempre se encuentran a su lado un sargento de la escuela militar donde está interno y un empresario sin escrúpulos. Si anteriormente un rottwailer era la mascota defensora del niño, ahora está rondándole un cuervo; una evolución animal perfecta que nos sirve para ilustrar la diferencia entre la primera y la segunda película: el cuervo da menos miedo que el rottwailer, pero es más asqueroso, como le ocurre a esta secuela.

Este menor grado de temor se debe a que la continuación es más basta, incluyendo un mayor número de muertos para impresionar pero dejando de lado la sutileza y el terror mental que rebosaban la primera parte. Por así decirlo, es demasiado obvia, aunque al menos hay que reconocer un alto grado de imaginación al guionista para diseñar diez maneras distintas de matar a los protagonistas, a cual más extraña, ya sea mediante un infarto, ahogado bajo un río helado, intoxicado en un escape de una planta química o incluso aplastado por un vagón parado…

Lo único que resulta igual de bueno que la primera parte, si no superior, es la banda sonora, de nuevo la gran salvación de estas secuelas terroríficas, en el peor sentido de la palabra. Nos encontramos con una música muy parecida a la de la primera parte, compartiendo el mismo estilo, pero igualmente genial, mereciendo la pena tragarse la película completa sólo por escuchar la canción con que se abre y cierra la cinta.

Autor: Ángel Luis García

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