Tras hablar anteriormente de dos clásicos del cine de terror, en esta tercera entrega vamos a atrevernos con una película que pasó un tanto desapercibida por las carteleras; siendo su mayor mérito, a priori, la actriz principal, Kate Hudson, la hija de Goldie Hawn. Quizá fue ese cebo, junto a un trailer llamativo, los factores que me llevaron a ver una película que terminó siendo interesante, con un terror más psicológico que visual y que, a pesar de que no se convertirá en un clásico, es una película bastante sugerente merced, en gran parte, a un imprevisible giro final. ¿El título de la cinta? La llave del mal (2005, Ian Softley). Es cierto, el título no era un dechado de imaginación y parecía bastante típico. Afortunadamente, el argumento y el trabajo de los actores, daba bastante más de sí.
Para empezar, partimos de una película ambientada en la América profunda: Nueva Orleans. Una zona repleta de pantanos y casas apartadas y solitarias. La zona que, curiosamente, quince días después del estreno de la cinta en nuestro país, fue arrasada por el huracán Katrina, lo cual hace que el espectador perciba la situación de la cinta como algo más inquietante de lo que pudiera ser en su origen. Una serie de lugares turbadores, muy lejos del perfil de la América urbana, donde reinan las creencias espiritistas y se pueden ver altares dentro de las gasolineras o tiendas de amuletos y derivados en las lavanderías. Un lugar propicio e idóneo para ambientar una película cuya banda sonora se ve aderezada por las canciones de blues que se van salpicando a lo largo del filme.
En este ambiente, Caroline, una enfermera hastiada y descontenta con su trabajo, encuentra una oferta de empleo irrechazable, sin ett de por medio, sueldo basura ni nada parecido. Mil dólares a la semana por cuidar a un anciano enfermo, ¿quién podría rechazarlo? Al llegar a esa vieja casa colonial, solitaria e incomunicada en medio de los pantanos, la joven descubre a Ben Devereaux, un anciano al que una embolia repentina ha afectado a ambos lados del cuerpo y le impide hablar; de ahí que todos le den como desahuciado. Caroline se implicará con el anciano desde el primero momento al ver en él la figura de su padre fallecido repentinamente lejos de ella, una carga sentimental que aún lleva dentro de sí.
Como contrapunto a Ben, encontramos a su esposa, Violet, una mujer recia y seca, un tanto intimidatoria en su actitud con Caroline pero que, tras esa dura fachada, parece esconder un lado oculto, un secreto relacionado con algo de esa enorme casa; una casa a la que han quitado todos los espejos, al más puro estilo Drácula. ¿Qué es lo que no quieren que reflejen esos espejos?
Según va conociendo la casa y a sus moradores, las sospechas empiezan a asaltar a Caroline, más aún cuando descubre una habitación oculta en la buhardilla donde se encuentran todo tipo de extraños objetos para hacer ritos de judú: magia negra; vamos, como el vudú pero en más chungo todavía. Con el tiempo, la joven enfermera descubre que en esa buhardilla vivieron hace muchos años Mama Cecile y Papa Justify, dos criados negros expertos en judú que desarrollaban allí sus prácticas y, por lo que parece, de alguna manera, aún están presentes en la casa.
Al principio, Caroline se mostrará escéptica con esas creencias pero, poco a poco, impulsada por el ambiente de la casa, la extraña enfermedad de Ben, la actitud de Violet y su propia curiosidad, se va adentrando en el mundo del judú. Es lo peor que podría haber hecho ya que, si no crees, el judú no te afecta. Pero, ¿y si terminas creyendo en él? Así, la enfermera termina convenciéndose de que, ese mal que afecta a Ben y que ni el mismísimo doctor House pudiera curar, no es una enfermedad propiamente dicha, sino una especie de conjuro de judú. Implicada con el anciano, la chica intentará salvarle a toda costa de aquello que amenaza a Ben. A Ben, y a la propia Caroline…
Con este argumento, nos encontramos ante una película sobria en los efectos especiales, sin aplicar un terror intenso, sino más bien una tensión psicológica mantenida a base de incertidumbres, dudas y pistas salpicadas que sólo se ven despejadas en el giro final; un final un tanto canalla ya que no presenciamos el típico final feliz donde el mal es vencido irremisiblemente, el bien triunfa, los pájaros cantan y las nubes se levantan. Precisamente, uno de los mayores encantos de La llave del mal se encuentra en lo inesperado de su final.
Y, antes de finalizar también nosotros la crítica, no podemos despedirnos sin hacer una mención para los actores; especialmente al elenco femenino. Kate Hudson vs Gena Rowlands. La joven enfermera de ciudad contra la recia anciana sureña. Dos papeles que ambas asumen y plasman a la perfección, encarnando un tenso duelo a través del cual va avanzando el hilo conductor de la historia. Por así decirlo, una especie de lucha entre la tradición y la historia de la casa frente a la modernidad y la juventud. ¿Quién vencerá?
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