Abandonar puede tener justificación,
abandonarse no la tiene jamás.
Ralph W. Emerson

Estamos en una época del año que nos hace recogernos y estar cerca de los nuestros. A veces es algo triste, pues nos trae muchos recuerdos, pero hoy os voy a hablar de los cuentos, historias bonitas que tienen un estupendo final, y que también nos pueden ayudar a pasar una preciosa tarde de invierno.

Empiezo por Mujercitas, novela escrita por Louisa May Alcott, y llevada al cine por Melvyn Leroy en 1949, e interpretada por June Alllyson, Peter Lawford, Janet Leight y Elizabeth Taylor. Es la historia de unas adolescentes que quieren seguir perpetuando su infancia, el cariño entre ellas y hacia su madre, y esos juegos que proponía la fantasía desbordante de una futura gran escritora, Jo, que nos hace vivir sus peripecias. Su padre es enviado a la guerra, y ellas se tienen que comportar, ya que la vida les empuja a actuar como lo que verdaderamente son, personas que entre sus constantes juegos se van haciendo adultas.

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Imagen de Mujercitas  © 1949- Metro-Goldwyn-Mayer (MGM). Distribuida en España por Warner Home Video. Todos los derechos reservados.

La siguiente historia es Cita en St. Louis (1944, Vincente Minnelli), interpretada por Judy Garland, Margaret O´Brien, Mary Astor, Lucille Bremen y Tom Drake. Es otro clásico de la época, que nos cuenta la historia de una familia que se tiene que ir de su casa (San Luis), y trasladarse a Nueva York. Ello hace que todos se pongan muy tristes, aunque siguen siendo un gran equipo allá donde quiera que vayan. En uno de los momentos más emotivos de la película, Judy Garland canta para animar a su hermana Tootie y es excepcional, sobre todo su canción “Have Yourself a Merry Little Christmas”, canción que se ha hecho muy popular, tanto que incluso Carrie en Sexo en Nueva York, la escucha con gran cariño.

Otra historia muy conocida es Solo en casa (1990, Chris Columbus), protagonizada por Macaulay Culkin, Joe Pesci y Catherine O´Hara. Macaulay nos hace una maravillosa interpretación de un niño que “por despiste” de sus padres, se queda las vacaciones de Navidad solo en su casa, donde unos ladrones intentarán robar, siendo ellos los que saldrán mal parados. Realmente es un cuento, lleno de color y fantasía, que podemos ver y comentar con nuestros peques.

Pero hay otro cuento que me parece ha sido mal tratado, es el de “La lechera” (Esopo, VI a.C). Cuántas veces se nos ha tildado a nosotros de fantasiosos, cuando haciendo alarde de gran imaginación, también hemos incurrido en seguir sus mismos pasos. ¡Parece mentira! No se han dado cuenta quienes lo dicen que la historia, la real, es que la muchacha había planificado una bonita meta, sabía perfectamente que un paso llevaba al siguiente, y éste a otro, hasta verse que podía acceder a otro plano de su vida. El llevar la leche por aquel camino lo podía hacer todos los días, pero por planificar, elegir y decidir que su vida merecía un cambio, se la tachó de crédula y fantasiosa. Nadie siguió la historia: al día siguiente ella volvería al mismo camino, andaría por el mismo sitio y, entonces, no tendrá por qué caerse la leche. Ese día pagó caro el estar entretenida en una idea, pero ya estaba hecha, ahora sólo tocaba ponerla en acción.

Esto nos demuestra que en el desarrollo de cualquier conducta dirigida a un logro, siempre debemos establecer unos determinados objetivos. Para ello, las personas tenemos que pasar por unas cuantas fases. No es una lección, pero intentaré explicaros cómo llegamos a la materialización de nuestros sueños.

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(«La lechera» -1658-1660-, de Johannes Vermeer)

Primero, existe una fase preejecutiva, en la que debemos planificar, y en la que ponemos en marcha la introducción de la nueva conducta. Esto nos lleva a la fase ejecutiva, en la que realizamos la conducta que nos llevará a la meta que nos hayamos propuesto. Después de ésta llega la fase evaluativa, en la que valoramos los esfuerzos y los resultados obtenidos. A este compromiso de conducta y esfuerzo lo conocemos como voluntad. Es decir, la lechera llevaba ya un buen camino hecho: aunque se haya caído, se levantará y volverá; y si no es en esa ocasión, será a la siguiente. En cuanto pueda pondrá en marcha su objetivo y, aunque no alcance todo lo que se ha propuesto, al menos sabe que quiere ir más allá.

Pues enhorabuena a todas “las lecheras”, que parece un insulto cuando en realidad estamos hablando de futuras y futuros mujeres y hombres emprendedores. Así se hizo la historia, de cuentos tan acertados e inacabados como éste.

Que nunca os abandonéis y, cuando podáis: adelante.

Con todo el cariño, feliz diciembre. Desde la mecedora

Y desde estas páginas le mandamos a nuestro colaborador de “Visión original” todos nuestros mejores deseos, ahora que está un poquito más lejos, pero siempre cerca de nuestro corazón.

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