Con el 2018 diversos medios dedicados al séptimo arte hemos querido honrar y conmemorar el nacimiento de uno de los grandes maestros del cine: Ingmar Bergman. Ríos de tinta han corrido para tratar su compleja y abundante obra, pues si algo es común en toda la crítica es que sus películas no son hamburguesas cinematográficas, blockbusters que se puedan consumir sin el uso de la última neurona activa que quede en un cerebro adormilado.
Su obra requiere plena atención, ya que su psicología indaga en lo hondo del ser tanto del espectador como de sus personajes atormentados. Como el La hora del lobo (1968) donde la protagonista, sentada a la mesa y rompiendo la cuarta pared, nos narra su historia, la que es también de su pareja, Johan, un artista torturado por sus pesadillas, con quien convive en una isla en la donde los moradores del castillo local son personajes monstruosos y en cierto sentido vampíricos.
Paulatinamente, absorben el alma, la cordura y la vida del artista, envolviéndolo en un universo extraño que tendrá una evidente herencia en la obra de David Lynch. Unos seres y un lugar estéticamente rayanos a los de Tod Browning en su Drácula del 31, interpretado por un hipnótico Béla Lugosi, que en la cinta del sueco parece querer resucitar en el personaje del Barón von Merken (Erland Josephson). A la par de estos personajes monstruosos que habitan el castillo y acompañan al Barón, cual personaje aterrador más, está esa estética expresionista para acentuar lo sobrecogedor del entorno.
Al igual que en otras de sus películas, el surrealismo está presente como también las inquietudes del autor acerca de temas primigenios como puede serlo la muerte, interrogante que lo acompaña habitualmente y que además, en este caso, y de manera poética da título a la obra. “La hora del lobo es el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere”. Una frase pronunciada por el protagonista que, cual oráculo, preconiza acontecimientos futuros, si bien aquí parece hacerlo de una forma tanto irónica, ya que ningún ser humano espera ser la cena.
La película se sitúa dentro del género de terror, sin embargo, Bergman no abandona ni el drama, ni lo psicológico de sus evidentes inquietudes personales y artísticas, ni tampoco lo teatral. Como de costumbre, su lectura es múltiple gracias a todos los ricos matices que posee.
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