Título original: Marriage Story. Año: 2019. Duración: 136 minutos. País: Estados Unidos. Dirección y guion: Noah Baumbach. Música: Randy Newman. Fotografía: Robbie Ryan. Reparto: Scarlett Johansson, Adam Driver, Laura Dern, Alan Alda, Ray Liotta, Azhy Robertson, Julie Hagerty, Merritt Wever, Mary Hollis Inboden, Amir Talai, Wallace Shawn, Emily Cass McDonnell, Matthew Maher, Ayden Mayeri, Kyle Bornheimer, Mark O’Brien, Gideon Glick, Brooke Bloom, Matthew Shear, George Todd McLachlan, Annie Hamilton, Juan Alfonso, Justin Claiborne, Mickey Sumner. Producción: Netflix, Heyday Films. Distribución: Netflix. Género: drama. Estreno en España: 22 de noviembre de 2019.
El ciclo del amor es históricamente cinematográfico. Ver cómo nace, crece, se reproduce y muere es tan consustancial al séptimo arte como el celuloide o la sala del cine. No hay película sin emoción, y no hay emoción sin amor o desamor. Esto es así. El quid no está en innovar en cuanto a la temática, mimética a lo largo de las décadas, sino en términos de enfoque, algo que define a Noah Baumbach y a su identidad como autor.
Porque Baumbach no ha descubierto nada nuevo, pero sí ha emocionado con su perspectiva sobre el hecho mismo de amar y sufrir. Se puede querer, revela Baumbach, incluso cuando se ha dejado de ser amado o de amar.
Nicole (Scarlett Johansson) y Charlie (Adam Driver) forman un matrimonio ideal. Tanto él como ella son buenos padres, buenos compañeros y, en definitiva, buenas personas. No hay dramas entre ellos ni desagarradoras tragedias, solo un día a día conducido por el amor que profesan a su hijo en común, y a la compañía teatral en la que ambos trabajan, él como director, ella como actriz. Ambos se respetan mutuamente y saben de la valía de su cónyuge tanto a nivel personal como profesional. Pero hele aquí que, paso a paso, se descubren las bases sobre las que se sustenta la relación, las concesiones de cada uno e incluso la infidelidad.
Esto provoca que acudan a un mediador para iniciar la separación, algo que se complica cuando Nicole regresa a su tierra natal, Los Ángeles, para rodar el piloto de una nueva serie y, con ella, traslada su vivienda definitivamente. Esto obligará a Charlie a viajar de Nueva York a California periódicamente, con todo lo que ello supone.
Las diferencias comienzan a emerger cuando la tensión les supera, y es entonces cuando se muestra la cara menos amable de este matrimonio civilizado de clase media-alta, las miserias que conlleva una convivencia desigual en la que todo parece perfecto mientras se sustente en el sacrificio de una sola persona. Entre medias aparecerán los abogados, tres modelos de calado moral completamente distinto que abarcan desde la fraternidad más civilizada (Alan Alda), al escarnio institucionalizado (Ray Liotta) o la combinación perfecta de ambas tendencias, encarnado por una Laura Dern que sacude la conciencia y brilla con luz propia.
Todo ello, en un entorno de absoluta pulcritud moral, con unos personajes (y un director) que saben el límite infranqueable para no juzgar ni ser juzgado. Claro está, y esto también es ineludible, que durante una gran porción de metraje la construcción de la película se orienta a la compasión con respecto al personaje de Adam Driver, mostrando lo desgastante que resulta para él el nuevo orden de cosas, obviando, en primera instancia, los motivos que han desencadenado la separación y su responsabilidad en el posterior divorcio. No obstante, y este es el gran acierto, la película huye de maniqueísmos, expresa todos los puntos de vista y, tras un ejercicio de reflexión por parte del espectador, se percibe lo que subyace a todo el desconcierto que supone la separación: que el amor persiste y muta, siempre que haya respeto.
Nominada a seis Globos de oro, y ganadora de una innumerable hilera de premios, que incluye el de Mejor actriz secundaria (Laura Dern) por Círculo de Críticos de Nueva York, o el de Mejor guion por la Asociación de Críticos de Los Ángeles, Historia de un matrimonio nos reconcilia con el mejor cine de Baumbach. Como en otras ocasiones, el cineasta ha sabido rodearse de un plantel espléndido de intérpretes que, literalmente, lo dan todo. Johansson realiza un papel comedido y paciente, lleno de furia contenida y humanidad; Driver hipnotiza con su confusión, su agotamiento y su mirada perdida, ansiando recobrar el orden disipado. Y cómo no, Dern, esa gran actriz que es capaz de eclipsar a los protagonistas desde su rol secundario, y que construye un personaje repleto de candor e insolencia, que ensombrece a los grandes Alda y Liotta.
Todo ello acompañado por un diseño de banda sonora exquisito, lleno de matices, que combina a la perfección con la fotografía naturalista de Robbie Ryan (La favorita, Fish Tank, Cumbres borrascosas), y que insufla de vida a este atardecer amoroso todo menos lánguido.
Una película para entender el matrimonio y su extinción en la era millennial, con un planteamiento acorde con los nuevos tiempos, y en la que lo central no es ofrecer o pedir amor, sino, sobre todo, respeto.
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